domingo, 20 de abril de 2008

::Comentario de un fragmento de El psicoanálisis y su enseñanza

Fuente: www.psicosocial.com.arpsicoterapia on line
Domingo 23 Septiembre, 2007 por Aqueos

«El cuadro de su práctica no es tan sombrío felizmente. Alguien ante quien se repite siempre en el momento fijado sobre la muralla el fenómeno de la inscripción de las palabras “Mane, Thecel, Phares”, aunque estuviesen trazados en caracteres cuneiformes, no puede ver indefinidamente en ellos solamente festones y astrágalos. Incluso si lo dice como se lee en el pozo del café, lo que leerá no será nunca tan estúpido, con tal de que lea, aunque fuese como Monsieur Jourdain sin saber lo que es leer.»[1]


Este fragmento entraña un entrecruzamiento con la cultura, en el sentido clásico del término, es decir, cultura como expresión de la más alta elaboración humana; por ello es necesario señalar que es posible tomar varios caminos a la hora de examinar las palabras de Lacan: uno es seguir lo que las citas mencionan, por ejemplo, recorrer el libro de Daniel, que es el pasaje de las escrituras en el que aparecen las palabras “Mane, Thecel, Phares”, y ubicarse en la historia que se relata. Otro camino posible es la lectura de la cita en el contexto en que es citada, el sentido cambia. Una tercera posibilidad es la de combinar los caminos antes mencionados y en el cruce de ellos fundar la lectura, es decir, tomar la cita y su contenido y leerla toda dentro del contexto en que es indicada.

Lacan habla de un fenómeno que se repite, es decir hay un primer momento de ver; luego un segundo momento, en el que se presenta la exigencia del leer. ¿Leer qué? ¿Cómo leer? Pero, sí o sí, leer. Afortunadamente, lo que ha de leerse insiste.

En su contexto, la resistencia del analista es la pieza de la que se trata aquí, en esa pequeña revolución copernicana que Lacan consuma al afirmar que la resistencia es del analista y no del analizado; pero en el fragmento hay otras cosas además. Lacan no sólo menciona la resistencia del analista sino que describe cierta posición frente a la práctica: no ver festones y astrágalos, saber leer.

El fragmento se relaciona con la crítica a la psicología del Yo, que había desarrollado la práctica psicoanalítica en un polo imaginario, en la que paciente y analista juegan a un juego de espejos. Una práctica que dejaba de lado al descubrimiento quizá fundamental de Freud: el inconsciente.

Páginas antes del segmento, Lacan se refiere a ello:

«Todo otro lugar para el analista lo lleva a una relación dual que no tiene más salida que la dialéctica de desconocimiento, de denegación y de enajenación narcisista a propósito de la cual Freud machaca en todos los ecos de su obra que es asunto del yo.

Ahora bien, es en la vía de un refuerzo del yo donde el psicoanálisis de hoy pretende inscribir sus efectos, por un contrasentido total sobre el resorte por medio del cual Freud hizo entrar el estudio del yo en su doctrina, a saber a partir del narcisismo y para denunciar en él la suma de las identificaciones imaginarias del sujeto.»[2]

Como más adelante veremos, el personaje de Monsieur Jourdain (fruto de la pluma de Molière), es la imagen viva (valga el doble sentido) del yo y de la postura que tomaron los practicantes de la psicología del Yo.

La cita de la escena bíblica es aquella que cuenta que el rey Baltasar, no temeroso de Dios, festejó un banquete en el que mandó a traer las copas sagradas que fueron robadas de un templo israelí; repentinamente apareció una mano en una de las paredes del palacio, y escribió esas palabras que ninguno de los sabios del rey supo interpretar ni ver siquiera como palabras. La reina, entonces, recordó a Daniel y a su capacidad de interpretación, e intervino para que lo llamaran. Daniel se presentó e interpretó lo escrito. “Mane, Thecel, Phares” fueron, para Daniel, la expresión de la amenaza divina que había recaído sobre Baltasar: tu reino ha sido medido, pesado y dividido. Esa misma noche Baltasar murió y su reino fue dividido entre otros. Pero la interpretación no es lo que importa, el acento está en el hecho de interpretar: en el pasar por el sentido sin agotarlo.

Y luego de haber entendido que es necesario leer, la pregunta se desliza nuevamente, insiste tal vez como ese fenómeno que se repite en el muro: ¿leer qué? y ¿cómo leerlo? Es entonces que nos vemos llevados a plantear no sólo el problema de la práctica psicoanalítica sino también de su formación, la enseñanza del psicoanálisis.

Algunas posibilidades:

Posición epistemológica: frente a los hechos, leerlos o no leerlos (confundir palabras con adornos arquitectónicos en una pared.) Y al leerlos, hacerlos hechos.

Posición clínica: resistencia del analista. El caso de Ernst Kris y el “hombre de los sesos frescos.” ¿De qué depende la lectura clínica?

Las palabras “Mane, Thecel, Phares” fueron las de la advertencia de Dios al rey Baltasar. Basando la lectura del párrafo en una lectura de la cita y del contexto en que es mencionada, ¿podemos pensarlo como una metáfora de la ceguera del analista, la cual advierten el acto y el acting-out? Ceguera paradójica, porque se constituye al agotarse en el momento de ver.

Monsieur Jourdain: es el paradigma del parecer. Pretender, aparentar ser algo que no se es. Es el yo y su función fundamental puestos en acto.
El problema de la formación y de la enseñanza: el estilo.


Posición epistemológica

La posición epistemológica se refiere a los conocimientos del psicoanalista y su ceguera, creada por esos mismos conocimientos. Gastón Bachelard lo dice claramente cuando crea la noción de obstáculo epistemológico. La experiencia, que en la obra de Bachelard tiene dos sentidos claros y que aquí la tomamos sobre todo en el sentido del conocimiento previo, es el primer obstáculo. Bachelard afirma que todo conocimiento se construye por oposición a conocimientos anteriores.

En psicoanálisis no hay experiencia previa (o la experiencia previa no funciona de la misma manera que en otras disciplinas y técnicas), y es importante recordarlo. Ningún paciente es igual a otro, cada caso es único. El psicoanálisis como disciplina exige que cada psicoanalista esté atento todo el tiempo a aquello que se le presenta, porque los fenómenos no se repiten de igual forma dos veces (aunque insisten), y tampoco son el mismo fenómeno en un paciente y en otro. El fenómeno que menciona Lacan que se repite todo el tiempo es, acaso, el empuje de lo inconciente, que aparece. Ver, pero ver que es una cifra que debe leerse.


Posición Clínica

El fenómeno que se repite es mirado o es leído. Pero, ¿de qué depende la lectura? ¿La lectura depende de los conocimientos, de la formación, de la práctica o de la ética? Poner en tensión la ética con los otros tres conceptos puede ser un camino interesante.

Recordemos cierta analogía que usa H. J. Paton para explicar la propuesta de Immanuel Kant con respecto al problema del conocimiento y la experiencia: el ejemplo de las gafas azules.

«Supóngase que todos los seres humanos naciesen con gafas de cristales azules; que estos anteojos formasen parte de nuestro órgano visual, de tal manera que quitárnoslos equivaldría a arrancarnos a la vez los ojos; y supongamos, además, que no nos diésemos cuenta de que tenemos puestos tales anteojos. Entonces ocurriría que todo lo que viésemos se nos aparecería azul, lo cual nos llevaría a suponer, no que las cosas las “vemos” azules, sino que realmente “son” azules. (…) De este modo conocer no sería ya mero reflejar las cosas, sino operar sobre ellas, transformándolas.»[3]

En el caso del psicoanálisis, cada psicoanalista tendrá puestas sus gafas azules, que le impiden leer. Si lo pensamos en el contexto de la psicología del Yo, el fragmento nos puede imponer una idea, la del caso de Ernst Kris y su paciente, el famoso “hombre de los sesos frescos.” Kris se enfrentó con un fenómeno que se repetía: su paciente, luego de cada sesión, pasaba por los restaurantes cercanos y buscaba en las vidrieras el menú, y en él, su plato preferido. Kris no supo leer lo que ocurría, o en todo caso lo supo leer con sus gafas azules: las de la práctica que profesaba. Las gafas azules son las del yo.

El acting-out del paciente de Kris puede ser pensado como una advertencia, una señal para esa ceguera que ve demasiado (y por eso no lee.)

El psicoanalista debe, a la manera de Odín, sacrificar uno de sus ojos, para poder leer sin que el acto de mirar lo ciegue.


Ver o leer

En los actos de ver y leer encontramos el movimiento de pasaje de un polo imaginario a un polo simbólico. Podríamos afirmar que es el mismo pasaje que distingue a la práctica de la psicología del Yo de la práctica lacaniana (freudiana) del psicoanálisis.

Monsieur Jourdain es el ejemplo que Lacan toma para señalar el problema de la necesidad de leer. Y es este personaje el que más nos hace pensar en la imagen y la postura.

Monsieur Jourdain es un burgués que gracias a cierta prosperidad económica lleva una buena vida, pero en su ambición frecuenta la nobleza, pretendiendo convertirse en parte de ella. Por ese motivo hace todo por aparentar ser otra cosa. El hombre es un ignorante, cuya cualidad reside en el aparentar; en su característica se destaca como un representante legítimo del yo y la función de desconocimiento del mismo, pero también puede servir como representante de aquellos psicoanalistas que apoyaban su práctica en la imagen, no sólo como forma de interpretación sino como forma de presentarse ante sus pacientes.


El uso del personaje de Molière toma las formas de la paradoja. Porque es el yo, es la apariencia y el desconocimiento, pero al mismo tiempo es alguien que lee aunque no sepa qué quiere decir eso que lee. La paradoja se despeja al pensar en la intersubjetividad del acto psicoanalítico.

El problema de la enseñanza y la formación: el estilo

Con lo afirmado antes, ingresamos en el problema de la formación del psicoanalista, que es fundamental para la orientación de su práctica. Todo El psicoanálisis y su enseñanza recorre el problema. Tomemos, por ejemplo, la mención de la institución internacional que Freud mismo fundó, y la enseñanza en esos institutos.


«La enseñanza en esos institutos no es más que una enseñanza profesional y, como tal, no muestra en sus programas ni plan ni mira que rebase los sin duda loables de una escuela de dentistas (la referencia ha sido no sólo aceptada sino proferida por los interesados mismos): en la materia sin embargo de que se trata, esto no llega más arriba que la formación del enfermero calificado o de la asistencia social, y quienes introdujeron allí una formación usual y felizmente más elevada por lo menos en Europa, siguen recibiéndola de un origen diferente.»[4]

La cita ha sido tal vez exagerada, pero es necesario trascribirla por entero, pues expresa magistralmente el problema de la formación. El psicoanálisis, como disciplina, exige su fundación permanente, cada psicoanalista debe crear el psicoanálisis de nuevo en su práctica y en su formación.

Lacan resuelve el problema de la enseñanza, en estos años, con la cuestión del estilo. En las últimas líneas dice:

«Todo retorno a Freud que dé materia a una enseñanza digna de ese nombre se producirá únicamente por la vía por la que la verdad más escondida se manifiesta en las revoluciones de la cultura. Esta vía es la única formación que podemos pretender transmitir a aquellos que nos siguen. Se llama: un estilo.» [5]

El párrafo sobre el que se ha desarrollado este trabajo es un representante claro de ese estilo: Lacan habla en forma cifrada, enigmática. Exige un movimiento de parte del lector para que éste se detenga y se pregunte qué dice Lacan, y por qué lo dice de esa forma. Exige leer, en contra de ver.

Pero el estilo encierra un problema, que es tal vez el mismo problema con el que se encontró Freud con respecto a la transmisión del psicoanálisis: hay algo de la práctica que resiste, que se escapa, y no hay forma de transmitirlo. Freud tomó el camino de la explicación clara, detallada. Lacan, en ese momento, 1957, tomó el camino de lo enmarañado, para que el lector trabaje y descubra el sentido de lo que se dice en forma particular (o que descubra, acaso, que no hay sentido común.)

El peligro que acecha a las dos formas de transmisión es el de la lectura cabalística, que supone que lo escrito es divino y, como tal, perfecto, y, además, que encierra miles de sentidos e interpretaciones. La lectura cabalística puede dar lugar a la repetición vacía de frases, sin indagar su sentido (y la repetición implica la ilusión de que hay un sentido común); o puede dar lugar a la ausencia de crítica; otra consecuencia es el abuso de la interpretación; pero la causa se origina siempre por el mismo motivo: lo escrito es divino, cada letra fue escrita por Dios. Claro vemos que aquí hay entonces un doble problema, no sólo el de cómo transmitir sino el de a quiénes dirigir el mensaje. Lacan menciona algo al respecto:

«Creo pues que aquí Freud obtuvo lo que quiso: una conservación puramente formal de su mensaje, manifiesta en el espíritu de autoridad reverencial en que se cumplen sus alteraciones más manifiestas. No hay, en efecto, un dislate proferido en el insípido fárrago que es la literatura analítica que no tenga cuidado de apoyarse con una referencia al texto de Freud, de suerte que en muchos casos, si el autor no fuera, además, un afiliado de la institución, no se encontraría más señal de la calificación analítica de su trabajo.»[6]

El problema de practicar el psicoanálisis es que no basta con mencionar a Freud para que lo que se haga sea psicoanalítico. Cuando Lacan presenta este escrito frente a la sociedad de filosofía, se había desarrollado una práctica psicoanalítica que se llamaba a sí misma freudiana, pero que en sus actos desconocía a lo inconciente. La vía del yo había desviado el camino. Agreguemos que tampoco basta mencionar a Lacan.

María de las M. B. Ávila
Colaboración y revisión: Sebastián Alejandro Digirónimo



Bibliografía


Bachelard, Gastón (1938): La formación del espíritu científico, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1999.

Carpio, Adolfo (1974): Principios de filosofía, Buenos Aires, Glauco editores, 1995.

Kris, Ernst (1951): “Psicología del yo e interpretación en la terapia psicoanalítica”, en The psichoanalytic Quartely, XX, I, enero 1951, páginas 15-30.

Lacan, Jacques (1957): “El psicoanálisis y su enseñanza”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1996.

Poquelin, Jean-Baptiste “Molière” (1670): “El burgués ennoblecido”, en Obras Completas, Madrid, Editorial Aguilar, 1957.

Scholem, Gershom (1960): La cábala y su simbolismo, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1998.

La Santa Biblia: Daniel 5, 5-29.


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[1] Jacques Lacan (1957): El psicoanálisis y su enseñanza en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1991, página 437.
[2] Op. Cit. página 436.
[3] Adolfo P. Carpio (1974) Principios de filosofía, Buenos Aires, Glauco editores, 1995, página 231.
[4] Jacques Lacan (1957): El psicoanálisis y su enseñanza en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1991, página 438.
[5] Op. Cit. página 440.
[6] Op. Cit. página 439.