domingo, 13 de abril de 2008

Clase 14 de abril de 2008. Del diagnóstico al Juicio Clínico. (I)

Marité Colovini




1- El alma, el yo y la conciencia.

La psicopatología de los antiguos se resume por entero en la expresión «la enfermedad del alma» -por más que hoy en día suene anticuada- pues es el término empleado a lo largo de toda la tradición médico-filosófica.

En la historia de la medicina, a medida que el cuerpo se constituye, el alma también se complica y se estructura; se le busca un lugar en el cuerpo; se le confieren poderes y funciones: se le atribuyen incluso partes o facultades; se pretende dar cuenta de cómo puede servirse de su cuerpo y comportarse en él.

En todo caso, la enfermedad del alma depende, entonces, de una toma de consciencia doble: por un lado, médica, puesto que se trata de enfermedad, y filosófica por el otro, porque es asunto del alma. Esta ambigüedad, o mejor aún, duplicidad, se debe a que el cuerpo es el lugar donde el alma se experimenta a sí misma. Y no se experimenta a sí misma sin dolor y sufrimiento. El hombre, para retomar una fórmula que es de Séneca tanto como de Heidegger, es un ser para la muerte. Lucrecio también sabe que el fundamento de la enfermedad del alma es el miedo de morir.

La salud del alma, la salud mental, sería estrictamente equivalente a la sabiduría. Pero como todo el mundo no es sabio, al filósofo le incumbe cumplir su misión terapéutica –tarea inmensa, por decir lo menos-. Jackie Pigeaud, en su docto libro La maladie de I'ame,atribuye una importancia crucial al tratado hipocrático La Medicina Antigua. Lo más interesante es que este texto propone una teoría del conocimiento médico fundado en el diálogo.

Es indudable que la episteme de los griegos, por más que nos haya marcado indeleblemente, ya no rige nuestra constelación conceptual y mental.
La revolución científica, inaugurada en el siglo XVII por Galileo y proseguida ineluctablemente desde entonces, introdujo una profunda ruptura y asestó un golpe definitivo a la concepción antigua de un orden cósmico finito y jerárquico que «ascendía desde la tierra oscura, pesada e imperfecta hasta la perfección cada vez mayor de las estrellas y las esferas celestes».

Pero lo que es crucial resaltar es que esta concepción cósmica resultaba absolutamente esencial para la definición del alma, de su salud - o de su enfermedad.
En cambio, lo que la revolución científica hizo por primera vez perceptible, desgajándolo de sus saturaciones es el concepto de «sujeto», en ruptura radical con la noción antigua del alma.
En nuestra perspectiva, la obra de Descartes puede considerarse como el establecimiento de las condiciones de posibilidad del saber científico, como lo que el surgimiento de la ciencia exige del pensamiento. Así, Descartes en el cogito tuvo que inventar lo que la ciencia requería: su sujeto.

Considerado como el primer filósofo moderno, introduce una disyunción inaudita entre la verdad y el saber: las verdades eternas son divinas, no competen a la humanidad: en cambio, el saber es responsabilidad del hombre, porque es empírico, porque es de este mundo.
Surge así el sujeto que conviene a la actividad científica: el sujeto cognoscente, alguien que existe en tanto piensa, o sea: un sujeto que funda su existencia en la medida en que piensa.

Descartes se preguntaba qué era él, quien sabía que pensaba. No podía definirse como un ser corporal, porque había puesto en duda todo dato de los sentidos. Sí estaba seguro de que pensaba. Por ello se definía a sí mismo como una "cosa que piensa" o una "substancia pensante". Así, para que exista conocimiento, se precisará de un sujeto que piense (que dude, que desee, que recuerde,..).

Según Descartes, entonces:

-El pensamiento se da sólo en un sujeto consciente de su actividad mental.

-El conocimiento de la realidad, es siempre un conocimiento consciente.

A partir del pensamiento de Descartes, se plantea la necesidad de una reflexión lógica y psicológica sobre el pensamiento y el objeto. Por lo tanto, se requiere comenzar con una teoría del conocimiento, sus orígenes, límites y posibilidades.
Vemos entonces que el Idealismo conduce a la filosofía necesariamente a tratar una teoría del conocimiento, el instrumento mental imprescindible para entender la realidad.

Una teoría del conocimiento necesita analizarlo como fenómeno, es decir aislarlo de los cambios históricos y existenciales, sin importarnos si existe o no existe si es posible o no; o sea, poniéndolo entre paréntesis.

Vemos en primer lugar al sujeto que piensa, al sujeto que conoce y al objeto conocido, porque todo conocimiento surge de la dualidad o relación sujeto- objeto.

Este sujeto, este yo que piensa y conoce, este yo conciente inaugurado por Descartes en el siglo XVII, es el que perdura como categoría en la que se fundan la Psiquiatría y la Psicología. El discurso de la Psiquiatría, así como el de la Psicología, en tanto discursos de la ciencia, se basan en el conocimiento del yo, vale decir, del sujeto de la conciencia.

Hay una cuestión que es central a la Filosofía y a la Psicología, que es el concepto de unidad; es decir lo relativo a la unidad mente-cuerpo. Pero para que lo haya, para que exista una unidad mente-cuerpo, primero tuvo que ser postulado, como vimos, que a un cuerpo le correspondía un alma. Entonces, esta unidad que se establece entre el alma y el cuerpo da como resultado el individuo.

Sin lugar a dudas, es el sostenimiento de esta unidad, lo que lleva a considerar “las enfermedades del alma” del mismo modo que las del cuerpo. Nacimiento de la Psiquiatría, como campo que se deriva de la Medicina y como vimos en la clase anterior, de la Psicopatología, en el movimiento en que se establece el psiquismo como un aparato que pertenece al organismo.
Pero si el sujeto del que se trata es el sujeto de la conciencia, tenemos que, solamente es el yo conciente quien puede percibir su sufrimiento y relatarlo al pedir ayuda.

2- El estallido del cogito. Postular la existencia del inconsciente.

Lo que Freud establece con la operación de postular la existencia del inconsciente, modifica toda la propuesta teórica del racionalismo tradicional.

Freud subvierte las posiciones respecto al yo congnoscente y pensante, al instalar también el pensamiento en otra localidad psíquica: el inconsciente.

La cientificidad médica y psicológica , inducida por el positivismo, no puede dar cuenta de las operaciones eficaces del inconsciente ni de su lógica paradojal. Tampoco incluye su soporte de lo contradictorio, la significación de lo negativo, de lo ausente, de lo que no cesa de no escribirse.

El cuerpo implicado, el "cuerpo" entretejido de palabras que llega al consultorio, no es equivalente al cuerpo orgánico que recibe la medicina. Tampoco lo son los avatares de la relación que allí se produce y sus efectos. Tampoco se trata de un individuo que sufre y puede conocerse íntegramente, como lo recibe la psicología.

Para el Psicoanálisis, el sujeto no está en la conciencia (ya que éste es un lugar falso), sino en el inconsciente; es por lo tanto un sujeto escindido de la conciencia y del inconsciente.
Es un sujeto que se conoce por sus efectos, el Psicoanálisis interroga por tanto en relación a éstos efectos.

Sabemos que el psicoanálisis establece su objeto de conocimiento, es decir, define los límites que le son propios como ciencia en La interpretación de los sueños, texto publicado por Freud en 1900. En este trabajo, Freud funda el psicoanálisis sobre el concepto de inconsciente como objeto de conocimiento que le es propio: es decir, como concepto que habrá de articular toda la producción teórica de esa ciencia.

Esta revolución que el psicoan´laisis establece en todos los órdenes: tanto el social como el cultural, es llamada por Freud “herida narcisística” en lo que el hombre entiende como lo más propio, como aquello que lo define y le da identidad: la conciencia, su ser conciente.

Lo que el psicoanálisis nos viene a decir es que “no somos los amos de nuestra propia casa”, que somos unos desconocidos para nosotros mismos y que aquello que considerábamos como el centro de nuestro ser no es más que un órgano de percepción, tan sensible y equívoco como cualquier otro. Esto es lo que se denomina como la subversión del sujeto cartesiano, que lleva a cabo el psicoanálisis. Frente a la formulación cartesiana “pienso luego existo”, el psicoanálisis dice “pienso donde no soy, soy donde no pienso”.

Ahora bien, si la conciencia, si el pensamiento consciente ya no es más el centro de la vida psíquica del hombre ¿qué puede haber venido a ocupar su lugar? El centro de la vida psíquica del sujeto, con el advenimiento del psicoanálisis, se ha desplazado de la conciencia hacia el inconsciente, siendo ahora este último sistema el que determina la totalidad de la vida mental y anímica del hombre, incluyendo la propia conciencia desplazada a la periferia de los sentidos. El concepto de inconsciente ha venido, de alguna manera, a llenar un vacío en nuestro conocimiento de lo humano, pues sin la inserción del inconsciente, dice Freud, la mayor parte de la actividad psíquica humana resulta incomprensible y oscura, dando lugar a discusiones bizantinas tales como el problema mente-cuerpo que ha ocupado la reflexión filosófica del último siglo. Sin embargo, decirlo así sería tanto como limitar y hasta desestimar el alcance de la producción del inconsciente. No es que con el inconsciente ahora sabemos, en el mismo orden de pensamientos, lo que antes ignorábamos y que, como un ladrillo sobre otro, el psicoanálisis se ha venido a sumar a un conocimiento que crece y evoluciona, madurando su riqueza en la historia de las humanidades.

El psicoanálisis no pertenece a las ciencias humanas, es decir, no viene a sumarse a nuestro cúmulo de conocimientos acerca del hombre, sino que en su producción hay una nueva concepción del hombre, una nueva forma de producir al sujeto humano: se trata de un sujeto de la ciencia no una ciencia del sujeto. Esto se debe, entre otras cosas, y como se verá, a que el sujeto del que se ocupa el psicoanálisis es un sujeto a producir, es decir, no es un sujeto que exista previamente.

Ahora bien, para que se pueda producir un concepto tal como el concepto de inconsciente, es necesario que se opere en la historia del pensamiento una ruptura con los modos anteriores, más o menos ideológicos, del pensar.

Es evidente que antes, y también después, de Freud se ha hecho un amplio uso de la palabra “inconsciente”. En los distintos órdenes del saber y de la ciencia, la filosofía, la psicología, la neurología, etc., es posible encontrar alguna definición de lo que sería lo inconsciente dentro de un determinado discurso. Algunos, como ya lo hiciera Santo Tomás, lo entienden como algo contrario a la conciencia, como una suerte de conciencia negativa. Otros piensan lo inconsciente como las funciones que no requieren de la conciencia para llevarse a cabo, tales como las diversas actividades fisiológicas, los movimientos mecánicos o, simplemente, lo que se realiza sin pensar. Quizás la manera más extendida de pensar lo inconsciente, en la actualidad, sea pensarlo como una suerte de segunda conciencia, que subyace a la primera, esto es, como subconsciente. El mismo Freud se ocupó de esclarecer esta confusión, a la que son propensos aquellos que están sujetos a las categorías de la psicología.

Cuando decimos que el centro de la vida psíquica se desplaza de la conciencia al inconsciente no queremos decir con ello que el lugar que ocupa el inconsciente es un lugar situado espacio-temporalmente en algún lugar dentro del hombre, debajo o en un plano opuesto al de la conciencia. Veremos como lo psíquico constituye para el psicoanálisis un nuevo nivel de objetividad que tiene lugar en y a través del lenguaje.

Sin embargo, es a partir de La interpretación de los sueños que el término “inconsciente” alcanza su plena dimensión como concepto, es decir, en tanto que se haya articulando la teoría y produciendo el discurso del psicoanálisis. El problema no es que aquellas aproximaciones de la filosofía o de la psicología sean o no válidas, en su particular manera de enunciar su percepción del asunto. La cuestión es que se trata de temas diferentes. El inconsciente del que se ocupa el psicoanálisis es un concepto sometido a otra lógica, a otro tiempo, a otra dimensión del pensamiento. Las antiguas categorías empíricas de comprensión y descubrimiento no nos servirán para aprehenderlo, en tanto que sus modos de producirse no son del orden de lo fenomenológico. Y esto, valga la insistencia, por el modo que tiene el inconsciente de subvertirlo todo, de transformar todo aquello que toca.

El psicoanálisis no reclama para sí el estudio del inconsciente, ni desautoriza otras formas de pensamiento acerca del tema. Lo que afirma el psicoanálisis es que el ámbito de conocimiento que le es propio no coincide con el de otras ciencias. Y eso se ve por el propio tratamiento que hace Freud de la cuestión. Lo que se establece con el concepto de inconsciente en el texto de Freud, es aquello de lo que propiamente se ocupa el psicoanálisis. Y eso de lo que se ocupa el psicoanálisis es de lo reprimido, del inconsciente reprimido: el deseo sexual, infantil y reprimido. Esta, aparentemente escandalosa trilogía, tiene el carácter de una fórmula, la primera formulación de lo que es el inconsciente en psicoanálisis.