jueves, 4 de septiembre de 2008

::XII- Las estructuras clínicas

Capítulo de la tesis de Doctorado: "Amor, locura y femineidad. La erotomanía, el delirio de ser amada: ¿Una locura femenina?". (2005)
Dra. Marité Colovini


Anteriormente hice referencia al modo en que Lacan define a la estructura en el Seminario III: “conjunto co-variante de elementos significantes”. También puede decirse que la estructura es el modo en que se conectan entre sí las partes de un todo de la clase que sea. Para descubrirla es necesario hacer un análisis interno de la totalidad y distinguir los elementos y su sistema de relaciones. Así, la estructura aparece como el esqueleto del objeto sometido a consideración diferenciando lo esencial de lo accesorio: el conjunto de sus líneas de fuerza y el mecanismo de su funcionamiento propio. Para el estructuralismo, un sistema no está constituido por la suma de las partes, sino que el sentido del conjunto es inmanente en cada uno de los elementos constitutivos.

Dice Lacan: “…todo el análisis de la estructura, es decir: de las constantes significantes en cuya base se encuentra la función (que es secundaria con respecto a la estructura).”[1] Como podemos deducir, se trata de que Lacan está distinguiendo la estructura y la función. Para él, la estructura son las constantes significantes y la función que estas constantes cumplen es secundaria con respecto a la estructura.[2]

A propósito de la co-variancia, ésta significa que ningún elemento posee identidad propia, sino que todos valen en función de sus relaciones, de modo tal que el conjunto varía solidariamente si una de esas relaciones se modifica.

En el capítulo destinado a explicitar la metodología utilizada en esta investigación consideré oportuno realizar consideraciones epistemológicas referidas principalmente al campo de la psicopatología. Allí he consignado que en la actualidad existe una fuerte tendencia dentro del movimiento psicoanalítico acerca de la ubicación de ciertas presentaciones de la demanda que no encuentran fácilmente su inclusión en las estructuras freudianas.
Existen algunas formulaciones que tienen distintos grados de desarrollo, tales como: clínica de bordes,[3] bordes de la neurosis,[4] clínica del estado límite,[5] inclasificables,[6] estructuras narcisísticas,[7] y el ya clásico borderline anglosajón.

En este capítulo seguiré las formulaciones que realiza A. Eidelsztein en Las estructuras clínicas a partir de Lacan, pues coincido con la apuesta del autor sobre la consideración de una lógica que vincula las estructuras freudianas: neurosis, psicosis y perversión, con las estructuras clínicas ordenadas según la extracción o no del objeto a.[8] De esta operación de extracción, depende la constitución del intervalo significante[9] o la holofrase.[10]

La propuesta de Eidelsztein elabora una tabla que se conforma de la siguiente manera:



8. Cuadro extraído de A. Eidelsztein, op. cit., p.76.

Al comparar los modos de establecer las estructuras, Eidelsztein considera que su aporte implica:

1) Una lógica más abarcativa, pues incluye y articula la debilidad mental y el fenómeno psicosomático, no comprendidos en la tripartición: neurosis, psicosis, perversión.
2) Una lógica que ordena esas mismas estructuras con distinta coherencia.

Además, agrega el autor, a partir de este ordenamiento es posible compatibilizar las estructuras con la noción de “elección de la neurosis”, ya que sólo se elige si hay una lógica que organice los elementos entre los cuales se puede efectuar la elección. No se elige entre cuadros psicopatológicos, sino entre modalidades de oposición lógicas.

Otro principio que el autor considera una ventaja es que el cuadro no admite mixturas ni deslizamientos, pues funciona con la ley del todo o nada, es decir: hay o no hay extracción del objeto a. Dada la definición de estructura, sólo se consideran como tales a las comprendidas por la legalidad del intervalo o extracción del objeto a. La psicosis, la debilidad mental y el fenómeno psicosomático no son estructuras debido a que se las postula por fuera del campo de la operatoria de la ley y sin ley no hay estructura. A pesar de esto, en el campo de la holofrase no reina un absoluto desorden o una pura ausencia de lógica. Si la clínica correspondiente a la extracción del objeto a se postula como una clínica del caso por caso, una clínica particular, la clínica de la no extracción del objeto a es una clínica de la singularidad.

El campo del intervalo incluye las estructuras clínicas de pleno derecho; la línea gruesa que lo separa de la holofrase indica la lógica que las relaciona: la distorsión. Dentro del campo del intervalo, la línea que separa neurosis y perversión también indica la lógica según la cual se relacionan: la inversión.

Finalmente, y en tanto a una lógica más elaborada le corresponde la posibilidad de mayor cálculo, la tabla elaborada por Eidelsztein permite calcular la dirección de la cura y las intervenciones a realizar.

Ahora bien, al estar sostenida en la lógica del No-todo, se afirma que no toda la psicopatología está contenida por la lógica de la extracción o no del objeto a. No todos los sujetos son perversos, neuróticos o psicóticos. Por lo tanto, esta tabla puede ampliarse. Eidelsztein conserva un lugar por fuera de la tabla en el que inscribe la locura, las adicciones, la melancolía, la hipocondría, las caracteropatías. Si bien el hecho de que dichas entidades se inscriban fuera de la tabla asegura que no responden al principio organizador de la extracción o no del objeto a, es posible pensar que puedan responder a algún principio organizador diferente, lo cual no supone agregarle una columna a la tabla, ya que, como se ha dicho, la lógica de construcción de la misma opera como principio del todo o nada.

Al plantear que este ordenamiento está sostenido por la lógica del No-todo, también se especifica que la oposición entre intervalo u holofrase no da cuenta en forma absoluta de las relaciones lógicas de todas las entidades presentes en la clínica. La inclusión de entidades como la locura, la melancolía, las caracteropatías, etc., se realiza por las siguientes razones:
a) su presencia en la clínica es innegable
b) la sociedad occidental tiende a producir, cada vez más, efectos de locura
c) existe una teoría de las entidades mencionadas que cabe distinguir y estudiar

Sobre estas modalidades del padecer aún no se ha establecido una lógica que permita articularlas con las otras entidades clínicas, pero la fidelidad a lo real de la clínica impone al analista considerarlas, ya que se trata de una dirección hacia donde puede progresar el discurso del psicoanálisis.



9. Cuadro extraído de A. Eidelsztein, op. cit., p.86.




1. La locura

Si bien Lacan distingue la locura de la psicosis, esta distinción no ha sido suficientemente observada por los psicoanalistas lacanianos, a excepción de A. Eidelsztein y J. M. Vappereau, que toman a la locura como una noción central en sus desarrollos teóricos.

En muchos de sus escritos Lacan utiliza nociones filosóficas hegelianas, expresiones tales como: “alma bella”, “ley del corazón” y “delirio de infatuación”. Si se observa que sus escritos se extienden en un período que va de 1936 a 1966,[11] se puede dimensionar que no se trata sólo de citas ocasionales sino que constituyen una noción con un lugar de pleno derecho en su clínica.

Las expresiones de raigambre hegeliana pertenecen a la Fenomenología del espíritu y se articulan con la noción de “locura humana”. Para Hegel, esta locura es un tipo de individualismo moderno. El individuo que pretende realizarse en el mundo debe reconquistar su sustancia: el espíritu. Según el autor, el espíritu es la esencia, lo que existe en sí mismo; no es propiamente una entidad, sino una forma (o formas) de ser de las entidades que no se halla establecida de una vez y para siempre, sino que está sometida a un proceso interno dialéctico. Lo que Hegel llama espíritu es la realidad como Espíritu. El Espíritu como ser en sí es Espíritu subjetivo; como ser fuera de sí o por sí es Espíritu objetivo; y como ser en y para sí mismo es Espíritu absoluto.

El Espíritu subjetivo es el espíritu individual, afincado en la naturaleza humana y en marcha continua hacia la conciencia de su independencia y libertad. A través de los grados de la sensación y del sentimiento –fases corporales que facilitan el acceso a la entrada en sí mismo–, el espíritu subjetivo llega a la conciencia, al entendimiento y finalmente a la razón.

En la Fenomenología, Hegel define al individualismo moderno como la autoconciencia, conciencia singular que se postula como individualidad en el orden del mundo (realidad social).[12] Describe así tres formas del individualismo:

a) El Placer y la necesidad, caracterizada por el deseo del goce inmediato
n) La protesta del corazón contra el orden establecido: Ley del corazón y delirio de infatuación
c) La virtud en revuelta contra el curso del mundo

Hegel da ejemplos literarios para cada una de estas posiciones: el Fausto de Göethe, para “el placer y la necesidad”; Los bandidos de Schiller, para la segunda posición; y Don Quijote de la Mancha de Cervantes, para la última posición. Cada posición es concebida por Hegel dentro de un desarrollo dialéctico según el cual cada una supera a la anterior.

En la primera posición se trata del hedonismo puro, un puro goce sin pensamiento que sume a esta individualidad en la tragedia en la cual el destino se presenta como incomprensible. Es un amor sensual que implica el encuentro con otra individualidad, pero que no llega al universal.

En la segunda modalidad del individualismo moderno, el universal se presenta inmediatamente vinculado al deseo. La ley del corazón pasa a ser ley de todos los corazones. Si bien en este punto ya hay una reflexión, aparece el problema de cómo se vinculan la ley y el corazón. Hegel sostiene que es de forma “inmediata”, y esta inmediatez proviene de que no hay un verdadero pasaje por lo social, por lo que la individualidad y su inmediatez aún no están superadas. A esta individualidad se asocian tres términos: el alma bella, la ley del corazón y el delirio de infatuación. El alma bella será la visión moral del mundo, correspondiente a la ley del corazón, que observará que al realizarse esta ley se experimenta el mismo fracaso que sufre el deseo singular cuando sólo busca el propio goce. “La ley del corazón deja de ser ley precisamente al realizarse […] por lo tanto, con la realización de su ley no hace surgir su ley, sino que en tanto que la realización es en sí la suya y es, no obstante, para él una realización extraña, lo que hace es enredarse en el orden real, en un orden que es para él, además, una potencia superior no sólo extraña, sin incluso hostil.”[13]

Así, se produce una contradicción entre lo que veo frente a mí y es mi obra, pero no está de acuerdo con mi corazón. Y esta contradicción es en sí misma locura. “Las palpitaciones del corazón por el bien de la humanidad, se truecan así, en la furia de la infatuación demencial, en el furor de la conciencia de mantenerse contra su destrucción y ello es así porque arroja fuera de sí la inversión que la conciencia misma es y se esfuerza en ver en ella un otro y en enunciarla como tal.”[14]

Aquí se aprecia la clave de la locura hegeliana: no se trata de que para este tipo de loco lo que es real para la conciencia en general sea hecho irreal, y tampoco se trata de falta de adaptación a la realidad, pues además, la conciencia en general subsiste. Para este tipo de loco la única escapatoria de la contradicción es lanzarla afuera, proyectarla al exterior. Éste es el delirio de infatuación: depositar afuera la contradicción que es locura en sí, producto de la ley del corazón y del alma bella. De este modo, el loco, para preservarse de su propia destrucción, denuncia esta “perversión” como algo distinto a ella misma; ve en ella la obra de otras individualidades contingentes de las que proviene la malignidad. Es por eso que esta posición deriva en misantropía.[15]

En la tercera posición, la conciencia quiere anular los egoísmos individuales –producto de la maniobra de la individualidad anterior– para permitir que el orden aparezca tal como es en verdad. Si la posición anterior concluía en el aislamiento, ésta intenta rectificar la perversión que hay en el otro. Con la idea del completo sacrificio de la individualidad, se busca corregir la maldad del mundo. Se supera la ley del corazón, pero aún se sigue en la posición de imputarle la maldad y la perversión al otro.


2. Lacan y la locura

J. M. Vappereau en el Curso “Las necesidades de discurso para que el psicoanálisis tenga lugar” dice:
“Lacan da una definición de locura que es el desconocimiento, pero precisa que este desconocimiento es caracterizado por la figura del alma bella de Hegel [...] Luego, va a dar otra definición de locura que es el creerse o creerse allí. El toma el ejemplo del hijo de familia, lo que yo llamo en francés una persona adinerada, es el que se cree algo [...] también encontramos psicoanalistas locos, gente que se cree que son integralmente psicoanalistas. Todas estas imágenes de locura son aquellos que se creen algo, este desconocimiento del hecho de que somos extremadamente cambiantes, que el yo es muy maleable entre el principio, el medio y el final de la jornada y que tenemos diversas funciones que hay que cumplir, que hay que cambiar. Por el contrario sin duda hay algo que es fijo, que es permanente, que está del lado del deseo, del lado del sujeto. Lo que es curioso es que nuestra civilización lleva justamente a la locura, empuja a la locura porque definimos identidad de alguien por las características de su yo [...] y se pretende imponerles una identidad [...] Por último, lo último que dice Lacan sobre el loco es que está hablado por el Otro [...] Luego Lacan aborda la causalidad psíquica y entonces notarán que la palabra locura no reaparece más que en el lugar del yo. Aparece cuando Lacan va a hablar de esta instancia loca que se llama el yo y que yo decía justamente que tendemos a valorizar en nuestra civilización.”[16]

Creo importante subrayar la importancia que Vappereau le asigna a “nuestra” contemporaneidad actual en lo que respecta al “empuje a la locura”, ya que se trata de encontrar en qué resortes el síntoma social actual toma la forma de la locura. En el curso al que hice referencia, Vappereau insiste en que la tendencia actual a la desresponsabilización de los sujetos es una forma de empuje a la locura y que hay que tomar en cuenta lo que la medicina, el derecho, algunos discursos políticos, la psicología y aun ciertos enunciados psicoanalíticos pueden contribuir a producir respecto de aquella desresponsabilización.

¿Qué se produce cuando se insiste en nombrar como “enfermedad” lo que es producto de posiciones subjetivas? Vappereau dice que aun el psicoanálisis es utilizado a veces para justificar circunstancias atenuantes, y que al hacer esto, al tratar de encontrar los motivos para explicar que lo que alguien hace es según lo que le aconteció en su infancia, y al hacer de esto una explicación causal –de modo tal que el sujeto queda librado de toda responsabilidad en lo que le ocurre–, no se hace otra cosa que empujar a la locura del alma bella que denuncia el desorden del mundo afuera de sí. Ahora bien, con esto también se hunde al sujeto en la alienación mayor, pues la culpabilidad inconsciente es comandada por el superyó y cuanto más se desresponsabiliza a alguien más se acrecienta esa culpabilidad.

Finalmente, Vappereau plantea que puede hacerse un uso loco de las estructuras freudianas, lo cual es muy importante para pensar en el modo en que el psicoanálisis puede intervenir en la polis. Porque para que el psicoanálisis pueda tener lugar, es necesario establecer la diferencia entra la locura y la causalidad psíquica, y hacer que el analizante no solamente espere efectos de palabra, sino que sea considerado responsable de las consecuencias de lo que dice.

En consonancia con este planteo, Eidelsztein reflexiona sobre la importancia de considerar la doctrina lacaniana de la locura. Según el autor, lo más novedoso de la propuesta de Lacan es que los psicoanalistas deben especializarse en la concepción de la locura y distinguirla bien de la neurosis y la psicosis, pues los analistas tienen un lugar social e histórico fundamental respecto de la locura:

“Los psicoanalistas pueden llegar a ser quienes, en este período histórico de Occidente, más incentiven la locura [...] existen al menos cuatro motivos para estudiar la locura en su especificidad: 1) hay locos, 2) los psicoanalistas, como nadie, pueden llegar a enloquecer, 3) existe una teoría de la locura desarrollada por Lacan y, 4) esta teoría posee la virtud agregada de resolver un callejón sin salida de la argumentación freudiana (el estancamiento libidinal)”.[17]

En acuerdo con este planteo, interesa destacar que las posiciones feministas o de la teoría del género llevadas al extremo y consideradas como parte de un tratamiento psicoanalítico, también pueden empujar a las mujeres a la locura, en tanto alienación a una ideología de la discriminación y del perjuicio que ubican al sujeto en una posición de reivindicación permanente y de rechazo del inconsciente. Por otra parte, este planteo también atañe a la extensión del psicoanálisis a campos como el jurídico, ya que se trata de atender a las diferencias entre “irrealizar el crimen y deshumanizar al criminal”.[18] Deshumanizar al criminal sería alejarlo de su condición de ser hablante y desresponsabilizarlo, en tanto tal, de las consecuencias de su decir.

Además, es importante señalar el efecto solidario del discurso de la ciencia y el discurso capitalista, dos mutaciones actuales del discurso que constituyen la dominante en la época actual.[19] Si se suman los efectos que producen ambos discursos, se ve que en ambos se promueve el rechazo a la castración y la promesa de desaparición de todo malestar, lo que conlleva inevitablemente la alienación del sujeto a los ideales propuestos que funcionan como imperativos. La desmetaforización de la ley y el ataque al lazo que producen estos discursos, promueven el individualismo y evitan que el goce sea separado del cuerpo. Evitar el pasaje del goce al discurso equivale a rechazar el inconsciente, así como la promoción de los objetos técnicos promete la recuperación total de un goce sin fallas. Si éste es el estado actual del lazo social, lo que se presenta en la clínica hablará de ello al modo del síntoma social.[20]


3. La doctrina lacaniana sobre la locura

Al referirse a la locura como “esencial al hombre”, Lacan no la relaciona con lo subjetivo.[21] Donde hay hombre como sujeto hablante se da la posibilidad de fenómenos de locura. Se trata, entonces, de hechos observables. La locura es algo observable, ya que se manifiesta fundamentalmente en el orden de las relaciones sociales.[22] Lacan advierte que la locura es un fenómeno tan antiguo como el ser hablante, pero adquirirá propiedades específicas por los efectos de la presencia de la ciencia.

En el texto “Acerca de la causalidad psíquica”, Lacan hace uso del término psicosis para referirse al caso Aiméé, pero luego lo diferencia de locura: “la locura […] incumbe a una de las relaciones más normales de la personalidad humana: sus ideales [...] si un hombre cualquiera que se cree rey está loco, no lo está menos el rey que se cree rey […] el momento de virar lo da aquí la mediatez o la inmediatez de la identificación, y para decirlo de una vez, de la infatuación del sujeto.”[23]

Dada la relación con los ideales, para todo ser hablante existe la posibilidad de locura. Esta relación puede estar mediada o no, y esto es lo que da o no la dimensión de locura. Lógicamente, la mediatización con respecto a la relación con el ideal está fundada en la función del gran Otro a través de algunas de sus encarnaduras posibles.

Según Eidelsztein, la diferencia entre Lacan y Hegel reside en que, mientras para Hegel la locura es algo propio de la individualidad moderna, para Lacan es algo característico del hombre, en cuanto a su calidad de relación con las identificaciones ideales. “La locura no es algo específicamente moderno, ya que implica, en el campo del psicoanálisis la inmediatez de las identificaciones. Si entre el sujeto hablante y el ideal simbólico se da una unión directa, si no se interpone entre ellos alguna encarnadura del Otro, se trata de locura.”[24]

Esta unión directa con el ideal simbólico, desemboca necesariamente en un creerse ser, pero sin pasar por aquello que hace a esta condición en el gran Otro. Se trata de evitar la posibilidad de encontrarse con que no hay en el Otro un significante para representar el ser, lo que petrifica al sujeto en ese ser que se cree ser, alejándolo de la dialéctica de las identificaciones que están mediadas por el Otro. Esta petrificación, fijación del sujeto en su identificación con el ideal simbólico, es tomada como destino, insignia, blasón, y se caracteriza por evitar el pasaje por el campo de la palabra y el Otro. Al evitar este pasaje, los otros sujetos sólo funcionan como semejantes, rivales imaginarios del sujeto y, como tales, llenos de maldad.

Eidelsztein señala este cortocircuito en el grafo del deseo y remarca que se trata de un recorrido sin mediación donde el sujeto –sin pasar por el Otro– accede directamente a la identificación ideal, es decir, una identificación inmediata.



10. Figura extraída de A. Eidelsztein, op. cit., p. 99.

Lacan sugiere que en la petrificación, el sujeto encontrará el margen de libertad que el ser le propone, pero: ¿de qué libertad se trata? De la libertad de desujetarse de los amarres del Otro y de las limitaciones que impone la relación con él; libertad equivalente a la muerte por petrificación. Es decir, que en tanto el hombre se cree libre, el límite al que llegará será la locura: cuanto más libre se crea más loco estará.

Un análisis llevará al sujeto necesariamente al alejamiento de la locura, estableciendo que no es libre allí donde él se cree, sino que el margen de libertad alcanzable sólo es tal mientras se pase por el Otro, encontrándose con la verdad de su división subjetiva que funciona como causa del movimiento del deseo.

En “Función y campo de la palabra...”, Lacan desarrolla el tema de la relación de la locura y la contemporaneidad. Se trata de considerar las objetivaciones del discurso en oposición a la función reveladora de la palabra produciendo el efecto subjetivo. En el lenguaje, la función de la palabra tiende a la subjetivación, pero también hay algo que tiende a la objetivación: el muro del lenguaje.

La ciencia actual oferta una inigualable objetivación por el lenguaje, ya que propone una dimensión aplicable en forma universal. Y es la psicología, precisamente, la rama de la ciencia que materializa esta objetivación. Muchas personas se presentan hoy munidas de un ser proporcionado por la objetivación psicológica: “soy un bipolar”, “soy un panicoso”, “soy un adicto”, “soy una mujer golpeada”, etc. Lo que insiste es el alcance que estas objetivaciones tienen respecto de la demanda de ser, cristalizando en el sujeto un “nombre de ser” que se convierte en nombre universal más que propio.

Esta oferta se acompaña de las que realiza la psiquiatría actual cuando considera que estos “seres” hechos de enfermedad pueden ser tratados del mismo modo que los enfermos orgánicos y multiplica los fármacos para curar estas “enfermedades del ser”.

Lacan también plantea la forma en que incide el psicoanálisis en la objetivación y la identificación simbólica que la sociedad científica moderna propone de manera universal al sujeto hablante, al dar nuevas figuras seudo objetivas del ser tales como yo, superyó y ello. Por esto, los sujetos también concurren a las consultas creyendo que lo que les sucede es por causa del inconsciente o del superyó, o nombrándose como obsesivos, histéricos o fóbicos. Así, desdeñan cualquier propuesta de reconocer qué parte les cabe en aquello que les sucede; creen que de esta manera se liberan de sus amarras y de sus culpas, y caen en la locura de creerse tales. Si el psicoanalista no conmueve esta posición, si la refuerza ofreciendo más y más sentido, empujará aún más al sujeto a la locura. Una verdadera nueva forma de locura posible: iatrogenia psicoanalítica.

Esto implica una reflexión muy seria por parte del psicoanalista respecto del modo de extensión del psicoanálisis, ya que no se trata de proporcionar nuevas objetivaciones sino, parafraseando a Vappereau, “de producir la necesidad de discurso, para que el psicoanálisis tenga lugar.”


4. La psicosis no es la locura

A partir de Lacan, se concibe a la psicosis como el resultado de la forclusión del significante del Nombre del Padre. Esta operación, diferenciada netamente de la verdrangung y la verleugnun, implica una radical exclusión, un no haber advenido jamás de ese significante al lugar del Otro. Al traducir a la Verwerfung como forclusión, Lacan designa “la falla signifcante que existe desde el inicio para un sujeto antes de que se vea confrontado a un momento dado de su historia”.[25]

Si el Nombre del Padre es el significante que anuda la psicosis a la estructura, a partir de la operación de forclusión de ese significante, carece de nudo y por lo tanto de estructura. Además, el significante del Nombre del Padre aporta la legalidad de la inscripción de la falta a través de su operatoria en la metáfora paterna. Porque este significante no adviene jamás a su lugar, la psicosis carece de legalidad.

Al revelar las consecuencias de la forclusión del Nombre del Padre sobre el conjunto de la organización psíquica, sobre el sistema significante y sobre el sujeto, Lacan demostró por un movimiento inverso, cómo ese significante dirige lo psíquico.

Si el Nombre del padre no es más que un lugar vacío, un más allá del sujeto que ocupará o no el padre en uno u otro de los registros en el que es llevado a funcionar, se trata de un lugar ectópico respecto del sujeto, independiente de él. Es precisamente por la no ocupación de ese lugar que se hace explícito y legible. Y más aún, al faltar el lugar mismo, se evidencia su importancia: “Si sólo un significante puede marcar la existencia del lugar vacío del Padre, la ausencia del significante que lo marca significa que el lugar vacío falta; y es doblemente faltante, una vez porque un significante falta, otra vez porque lo ocupa el padre real, el padre del lado de lo pulsional, del lado del goce. Ausente por su forclusión la parte simbólica del padre deja su parte real que ocupa su sitio.”[26]

La ausencia del padre simbólico producirá en el sujeto, cada vez que se encuentre con un padre real, un llamado hacia un lugar que falta y del cual no puede provenir ninguna respuesta. Por lo tanto, el delirio será aquello que el sujeto intente para responder. Ante la falta de anudamiento de la estructura, algo vendrá a suplirla. Ahora bien, estos elementos utilizados para realizar suplencia de la función faltante no soportarán los embates del Un-Padre, ya que al faltar un lugar simbólico para el padre, éste no puede ser más que real o imaginario. En la psicosis, el padre no está ausente sino que se vuelve terriblemente presente y real. Lo que no se opera es aquello que puede hacer de un padre un Padre simbólico.

Lacan precisa que a pesar de la falta de anudamiento, el psicótico es un sujeto de pleno derecho, ya que si bien el campo no se ordena legalmente, no deja por ello de haber vinculación entre los significantes. El sujeto psicótico habla y lo hace con determinados elementos combinados de determinada manera, lo que permite calcular cuáles son las relaciones que el sujeto mantiene con el Otro y sus alteraciones.

Según Eidelsztein, se trata de una distorsión,[27] de una transformación y de la desaparición de ciertas funciones y elementos que operan en el campo de la extracción del objeto a. La importancia que el autor releva en este punto debe considerarse a la hora de concebir una enseñanza racional y comunicable sobre la psicosis, ya que esto trata de hacerse desarrollándola como una distorsión de las propiedades del campo de aplicación de la lógica de la extracción del objeto a. “Entonces, aunque las psicosis son esencialmente singulares, resta una posibilidad de acceso racional a lo que en ellas sucede, por ordenarse según distorsiones de la estructura anudada de lo real, lo simbólico y lo imaginario, lo que permite su estudio, enseñanza y tratamiento.”[28]

La distorsión que Lacan escribe en el esquema I, implica que en tanto el Nombre del Padre se halla forcluido, hay una maniobra de elevación de los ideales (simbólico e imaginario) a la categoría de otras funciones. El Ideal requiere de la metáfora paterna para pasar a portar en sí mismo la marca del padre, el límite, la ley que inscribe el no-todo. Si no hay esta operatoria, queda fuera del sistema mínimo S1-S2 y puede presentarse solo, como Uno, velando la castración del Otro. Esto es escrito por Lacan como I(A) y nombrado por Freud como omnipotencia del pensamiento. Si este Uno no está puesto en tensión con el significante que marca la falta en el Otro, nada impide que no pueda existir un Uno sin fallas, completo, único.

No es que no haya Otro para el sujeto psicótico, sino que éste no se localiza en el lugar A. A es el lugar que conviene distinguir del Otro, pues se trata de ese lugar creado por la inscripción del Nombre del Padre. Ya he señalado que Lacan puede poner de relieve ese lugar sólo al conceptualizar la forclusión. A es el orden simbólico mismo y como tal se lo puede considerar como un lugar virtual. Es el lugar tercero convocado por cada acto de palabra y se caracteriza por carecer de tercera dimensión y estar siempre vacío.

El Otro es el que encarna el lugar A como sujeto hablante. A es el conjunto de los significantes y simboliza el lugar desde donde se plantea el problema de la garantía de la verdad de la palabra del Otro, cuya posición determina a su vez, la del sujeto. Se trata de un lugar en el que debe localizarse el Padre para que la estructura se normalice, es decir, para que presente un orden legal y sea legible. En la psicosis, sucede que el Padre no se localiza en A. Lacan sostiene que si el Otro no está en el lugar A, el hombre no puede sostenerse ni siquiera en la posición de Narciso.[29] La dialéctica narcisista se ve profundamente alterada cuando la legalidad del orden simbólico no opera para el sujeto en cuestión.

Además, en tanto el Nombre del Padre no se inscribe en A, se produce la elisión del falo simbólico, por lo que la falta no queda inscripta en la estructura y se puede suponer que esa falta es contingente o que podría no faltar. El psicótico, al no poder operar con la marca que inscribe la incompletud como falta estructural, se ve en la tarea de rellenar él mismo la falta, y por ello queda indefenso frente a la demanda del Otro en tanto no puede más que intentar colmarla. Así, esta demanda sólo opera como demanda loca, sin legalidad alguna y se manifiesta como la pura arbitrariedad del capricho.

Finalmente, si la falta no está anudada a la ley y a su marca, no puede limitarse el campo de la realidad. Si se marca, si se connota la falta, la realidad cobra un marco. De lo contrario, la realidad se infinitiza. Si sólo existe la dimensión de la pura pérdida y no su inscripción positiva, lo que limita a la realidad no opera, porque la circunscripción del campo de la realidad depende de la relación que guardan entre sí lo simbólico, lo imaginario y lo real, en su anudamiento a través de la legalidad del padre. Si bien la realidad queda definida por el montaje de lo simbólico y lo imaginario,[30] la ley y el falo introducen lo imposible como el marco de la realidad. Así es que ésta se encuentra profundamente alterada si tal marco no opera para determinado sujeto.


5. La locura y la pasión

En el capítulo referido a las pasiones, he resaltado que éstas aludían a una cuestión atinente al ser y eran resultantes de los esfuerzos del sujeto para resolver la falta en ser. También recordé que, para un sujeto, es precisamente este campo –el de la demanda de ser– el que se abre en la transferencia analítica; y por eso, el amor, el odio y la ignorancia son pasiones que interesan a la práctica analítica.

El desarrollo que Lacan realiza sobre la locura pone en primer plano la problemática del ser, ya que insiste en el desconocimiento yoico, el creerse ser y la relación sin mediación con los ideales, todas posiciones que apuntan a alcanzar ese ser que se escapa al humano parlêtre.

Pero además, consideré que las locuras en sus formas pasionales son posiciones que inciden en el orden social, ya que se presentan en rechazo de tal orden, de su mediación imprescindible y por lo tanto, en forma de fenómenos que fundamentalmente atañen a la relación del sujeto y los otros.
En síntesis, las pasiones y la locura poseen en común la alteración de la relación del sujeto con el gran Otro, lo que redunda en alteraciones consecuentes respecto de la relación con los otros.

He especificado también que en la pasión hay una alteración del estadio especular, especialmente respecto de la lectura de la traza del padre, lo que impediría contar con un Ideal “paternizado”, es decir, portante de la marca del No-todo, del límite y de la ley paterna. Se observa así que se trata de algo que sucede especialmente en el registro imaginario y que no se presenta como un efecto del deseo de la madre sin elisión (lo que sería correspondiente a la psicosis) sino de una dimisión paterna respecto del amor/odio de la madre.

Además, en la pasión no se trata de que el Nombre del Padre no ha advenido al lugar del A por forclusión y retorna en lo real, sino que la marca del padre está a medio camino en su advenir significante y, por lo tanto, el sujeto utiliza a la pasión como el recurso para metaforizar esa marca paterna.

Por todo lo expuesto, he llegado al punto de poder diferenciar a la psicosis de la locura y también de la pasión, y encontrar los puntos en que locura y pasión merecen su consideración por fuera del campo establecido por la lógica de la extracción del objeto a. Porque se trata de modalidades de presentación subjetiva en las que aún resta la operatoria que haría posible la extracción del objeto a. Es por eso mismo que pueden presentarse como estados en forma provisoria (si la operatoria llega a producirse ) o estados que se fijen en esa modalidad.

También cuando traté el tema de las pasiones, señalé que el objeto de la pasión funciona al modo de señuelo, pues es una apuesta que el sujeto juega consigo mismo, sin saberlo. Por lo tanto, reitero que aún no se cuenta con la extracción del objeto y que aquello que puede funcionar como objeto en la pasión no presenta las características de objeto a, ya que se trata de encarnaduras y/o imaginarizaciones. En realidad, el objeto de la pasión es tan sólo aquello que vela la división subjetiva; es un objeto que sutura, colma, completa, y se encuentra en las antípodas de lo que Lacan llama objeto a.


6. El estado de locura pasional

En este punto conviene introducir el concepto de “estado”, desarrollado por J. J Rassial en su libro El sujeto en estado límite.[31]

En primer lugar, el autor adelanta que trabajará con un diagnóstico que no es nuevo, ya que fue introducido primero por la psiquiatría y luego por el psicoanálisis anglosajón bajo el nombre de borderline; pero en el trascurso de su estudio, se verá que el concepto se transforma al introducir como argumentos y fundamentos la enseñanza lacaniana.
Para Rassial, se trata de considerar esos casos en los que los analistas dicen: es “un neurótico al borde de la locura en la expresión de su malestar”, “un psicótico pero capaz de aguantar” o “un perverso que fracasa en la confección de su libreto”. Pero también se trata de cierta cantidad de situaciones, sobre todo con adolescentes, en las que las categorías psicoanalíticas no explican lo que sucede, ni la presentación que toma la demanda.

Por lo tanto, su propuesta es “concebir una clínica que se corresponda con una modalidad topológica que resultaría tanto más apropiada cuanto que las características mayores de un estado son la inestabilidad y fragilidad, narcisita, de la distancia entre adentro y afuera, entre real y realidad”.[32] Al escribir este libro, Rassial se propone alentar el debate y también la disputa, ya que según su opinión, el estado límite, al afectar a un sujeto, afecta no sólo lo social sino también el pensamiento, y fuerza a avanzar sobre la teoría del acto psicoanalítico.

Me interesa destacar la insistencia de Rassial al considerar la actualidad histórica del estado límite, ya que el autor señala que el mismo es ante todo una respuesta adecuada a esa incertidumbre de los puntos de referencia característica del lazo social contemporáneo. “El sujeto en estado límite es el sujeto posmoderno, o podríamos decir, la caricatura del sujeto moderno, confrontado no sólo con un malestar en la cultura que él hace suyo, con una derrota de los valores, sino también con un estado de las ciencias que les está asociado y que señala el fin el sujeto cartesiano”.[33]

En este sentido, el autor afirma que la adolescencia es un modelo ejemplar del estado límite, no sólo por constituir una operación psíquica tan fundamental como las primeras identificaciones, sino también por su condición de testimonio ejemplar del estado de una civilización.

Al argumentar en contra de las reticencias del movimiento psicoanalítico con respecto al diagnóstico de estado límite, Racial plantea que no existe mejor fundamento para las propias palabras “estado” y “límite” que la formalización lógica y topológica, que constituye la enseñanza de Lacan a partir de los años sesenta.

Es interesante la demarcación realizada respecto de la dimensión de lo real en la teorización lacaniana, pues diferencia el modo de aludir a este registro negativamente (es lo no simbolizado, el resto de la simbolización) y la manera de mostrarlo positivamente, como uno de los redondeles del nudo borromeo, como la estructura misma y como el pasaje del no-ser de lo real al estatuto de lo imposible e incesante (con lo que adquiere el estatuto de positividad paradójica).

Además, el autor se apoya en el concepto de sinthome lacaniano para decir que éste modifica profundamente la psicopatología desplegada anteriormente por Lacan (sobre todo en el Seminario III), ya que al introducir la “locura” joyceana, cambia la solución de continuidad entre neurosis y psicosis. “El cuarto nudo, necesario, aún no teniendo la misma función ni por lo tanto el mismo dibujo según las estructuras, indica una continuidad al menos clínica, al menos segunda,entre los diferentes anudamientos, de tres redondeles o de tres espacios.”[34]

Así, Rassial demuestra que estas últimas invenciones topológicas de Lacan dan otro estatuto al nudo borromeo de tres redondeles, que ya no se encontrará más en el hombre y autorizan a escribir otros modos del anudamiento, lo que tiene su peso a la hora de reflexionar sobre la práctica analítica. Además, esta misma introducción del sinthome como cuarto nudo abre la consideración de una temporalidad propia de la estructura, pues el cuarto nudo es segundo lógicamente; lo que autoriza a escribir estados sucesivos del sinthome y, con ello, de la estructura.

“El estado límite no describiría entonces una estructura sino precisamente un estado, provisional o fijo y captado en un instante de pasaje de una estructura primera, neurótica, psicótica u otra hacia una estructura segunda”.[35]

Para fundamentar su tesis, propone utilizar un modelo lógico creado para definir cierto tipo de calculabilidad en matemáticas: la máquina de Turing.[36] Esta máquina de pensar sirve para definir un concepto nuevo de calculabilidad que responde a una operación de descomposición de momentos llamados “estados” de la máquina. Rassial destaca que esta máquina, de potencia infinita y frente a una infinidad de escrituras posibles estampadas sobre la cinta, admite sólo un número fijo de estados posibles. Para este autor, esta máquina modeliza, no la totalidad del aparato psíquico (lo que remitiría a una ideología cognitivista que compara psiquismo e inteligencia artificial) sino la diferencia entre un sujeto en “estado” límite y el sujeto neurótico en “situación límite”.

Precisa Rassial: “El sujeto en estado límite se encuentra en una configuración particular instantánea que no integra la temporalidad, es decir, la totalidad virtual de lo simbólico.”[37] Este estado es una operación instantánea sobre lo simbólico y no una simple forma o momento.[38]

Es imprescindible entender que Rassial incluye una determinada forma de temporalidad en su argumentación: la temporalidad estructural, lógica[39] y no cronológica, que interpreta como condición para entender la génesis del estado límite y su eventual reducción terapéutica.

Creo conveniente sostener este planteo para precisar que la locura pasional puede tratarse de un estado, provisional o fijo y captado en un instante de pasaje. Este pasaje es el que el pasional trata de realizar con respecto a la marca paterna, ese “intento de metaforizar la marca del padre” a través del recurso de la pasión.

Si en Rassial este pasaje se efectúa muchas veces a través de la construcción de un sinthome, se puede pensar en los estados de locura pasional como intentos de suplencia en relación a un nudo que vacila en su anudamiento, precisamente por dimisión del padre pero en un solo punto: el amor/odio de la madre.

La utilidad que encuentro al considerar esta argumentación se redobla si se tiene en cuenta que el mismo autor se refiere a la adolescencia como modelo de “estado límite” ya que es un momento de la estructuración subjetiva en donde se trata de confirmar o invalidar la inscripción del Nombre del Padre.[40] En este sentido, encuentro que en los estados de locura pasional, se trata también de un intento de operar en la misma dirección, es decir, operar con la marca del padre para que devenga en significante.

Rassial propone finalmente una clínica del estado límite que siga las huellas de la construcción del Otro, según el desfile de las encarnaciones imaginarias de ese Otro. En otros términos, una clínica que se ocupe del superyó y el ideal del yo, en su dialéctica, pues la tensión entre estas instancias pone en una relación conflictiva a lo subjetivo y el lazo social.

Creo importante señalar la consideración que realiza este autor sobre la posibilidad de que estos estados límites sean también convocados por operaciones virtuales tales como un acto, un acontecimiento, un encuentro, que tendrían un efecto perturbador no sólo sobre el narcisismo sino también sobre el Nombre del Padre, su puesta en práctica o el sinthome, siempre frágil. “Si lo que sucede al sujeto exige nuevas respuestas existen un número de situaciones en las que el sujeto queda efectivamente detenido, en un estado que puede ciertamente emparentarse con el duelo, pero que a la vez no se resolverá ni en el trabajo de duelo ni en una verdadera melancolía”.[41]

Recapitulando, se puede encontrar la conveniencia de seguir la propuesta de A. Eidelsztein sobre la consideración de las estructuras clínicas por la lógica de la extracción del objeto a, que establece dos campos bien diferenciados en cuanto a la clínica del intervalo significante o la de la holofrase, pero que incluye en la tabla a la locura, la melancolía, las adicciones, las caracteropatías y la hipocondría. En este sector, por fuera de la lógica de la extracción del objeto a, colocaremos también a las pasiones, en una cercanía muy íntima con la locura tal como la hemos definido.

También, consideraré que pueden existir estados de locura pasional, que luego se resuelvan a partir de diferentes invenciones singulares, suplencias o sinthome. Tal es el caso de Sabina Spielrein, presentado en el “Excursus I”. En Sabina, hay un estado de locura pasional durante el tratamiento con Jung y algunos años posteriores, que se resolvió con el recurso a la sublimación forjado aún en los tiempos de su relación terapéutica con Jung.[42]

La erotomanía desarrollada por Marguerite Anzie, la Aimée de Lacan, fue un recurso utilizado por el sujeto cuando se encontró indefenso frente a aquello que lo perseguía. Si se pone en relación la persecución con la amenaza que para Marguerite pesaba sobre su hijo, y su seguridad de ser responsable/culpable de “algo” por lo que se lo amenazaba, podemos situar el tono de llamado, de recurso, del amor erotomaníaco, precisamente cuando lo amenazado era un hijo….¡y por su madre!. En este caso, el amor/odio de la madre aparece en primer plano así como también la carencia de metaforización de ese mismo punto.

En estas situaciones clínicas, la locura pasional no permite realizar por sí misma un diagnóstico de psicosis, y es importante conservar el diagnóstico de estado de locura pasional, pue como se ha visto en el caso Sabina, la resolución del estado no se ha dado por la vía del desencadenamiento de una psicosis. Por otra parte, estos estados de locura pasional escriben lo más singular de estas dos mujeres; ahogarlos en un diagnóstico de psicosis realizado por la psiquiatría hubiera significado acallar esa verdad singular que decían con su recurso al amor.

Considerar estos estados de locura pasional nos permiten pensar en la dirección de la cura y sus intervenciones posibles, ya que se apunta a esas antiguas cargas de objeto que han quedado fijadas en un período preedípico, aligerando así el estancamiento libidinal para intentar que sea posible otro modo del amor, ya no loco, sino vivible y capaz de admitir lo imposible. Además, siendo el sinthome uno de los nombres del padre, que permite al sujeto “perseverar en el ser”,[43] el analista puede acompañar y ayudar en la construcción de un nuevo nombre del padre, o promover las operaciones de lectura necesarias sobre el trazo que pugna por advenir significante.








[1] J. Lacan, “Entrevista con Pablo Caruso” en Pablo Caruso, Conversaciones con Lévi-Strauss, Foucault y Lacan, Anagrama, Barcelona 1969, p. 97.
[2] Cfr. J. Lacan, Seminarios II y III en los que se aborda extensamente el tema de la estructura.
[3] Véanse las propuestas de P. Cancina y col., Bordes... un límite a la formalización; S. Amigo, Clínica de los fracasos del fantasma y Paradojas clínicas de la vida y la muerte.
[4] Véase H. Heinrich, Borde s de la neurosis, Rosario, Homo Sapiens, 1993.
[5] J.J. Rassial, J-J, op. cit.
[6] J.A. Miller, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 2003.
[7] E. Galende, De un horizonte incierto, Buenos Aires, Paidós, 1997; Sexo y amor, Buenos Aires, Paidós, 2001.
[8] La extracción del objeto a es el resultado de la inscripción de la falta mediante el significante del Otro barrado y la legalización de la operatoria de la metáfora paterna. Es decir, si hay marca de la falta, hay extracción del objeto a. Así, la falta de objeto queda en el nivel de la estructura. Ésta aporta la incompletud, ya que el objeto a, causa del deseo, implica una operatoria de incompletud en la estructura.
[9] “Intervalo significante” alude a la hiancia que separa el S1 del S2, a partir de la extracción del objeto a.
[10] “Holofrase” es aquella que es completa a pesar de tener un solo elemento. La utilización lacaniana del término lingüístico se realiza para aludir a la circunstancia en la que en lugar de haber dos elementos, como en el caso en que el intervalo separa dos marcas, existen tres. De esta manera, no hay un elemento que implique un cierre, un límite y así se produce una relación circular que tiende a la transformación de sus elementos. No se puede establecer cuál es el primero y cuál el segundo. Por ello, no es posible que el significante represente al sujeto para otro significante.
[11] Los textos en los que Lacan desarrolla o menciona a la locura son los siguientes: “La agresividad en psicoanálisis”, “Acerca de la causalidad psíquica”, “Intervención sobre la transferencia”, “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, “La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis” en Escritos 1; “La dirección de la cura y los principios de su poder”, “Juventud de Gide o la letra y el deseo”, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, “Posición del inconsciente” y “La ciencia y la verdad”, en Escritos 2.
[12] Me refiero al apartado “Certeza y verdad de la razón” correspondiente al capítulo “Razón” en G. W. F. Hegel, La fenomenología del espíritu, Buenos Aires, F. C. E., 1992. Me refiero al apartado “Certeza y verdad de la razón” correspondiente al capítulo “Razón”.
[13] Ibidem, p. 219.
[14] p. 222
[15] Lacan encuentra apropiado para ilustrar esta posición una obra de la literatura francesa: El misántropo de Moliere.
[16] J. M. Vappereau, Las necesidades de discurso para que el psicoanálisis tenga lugar (inédito). El subrayado es mío.
[17] A. Eidelsztein, op. cit., p. 87.
[18] J. Lacan, “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”, Suplemento de Escritos, Barcelona, Argot, 1984, p. 42
[19] Cfr, A. Álvarez, op. cit.
[20] Este tema está desarrollado en A. Álvarez y M. Colovini, “El discurso capitalista y la clínica actual”, inédito.
[21] J. Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”.
[22] Recuérdese que Clerambault realizó sus observaciones clínicas en la Enfermería Especial donde se alojaban aquellos que había perturbado el orden social parisino.
[23] J. Lacan, “Acerca de la causalidad...
[24] A. Eidelsztein, op. cit., p. 95.
[25] S. Rabinovicht, Encerrados afuera, la preclusión, un concepto lacaniano, Ediciones del Serbal, Barcelona s/f., p. 15.
[26] Ibidem, p. 80
[27] Según A. Eidelztein, la utilización del término distorsión se realiza a partir de su oposición con torsión. La estructura del esquema R (esquema que Lacan desarrolla en “De una cuestión preliminar…”) conlleva en sí misma una torsión, la de la banda de Moebius con la que cierra su superficie en forma de cross cap. En lugar de ello, el esquema I (que Lacan presenta en el mismo escrito como el de la psicosis) implica una distorsión dela estructura normalizada. Cfr. Esquema R., en esta tesis, p. 161.
[28] Ibdem, p. 122
[29] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”.
[30] Véase esquema R.
[31] J.J. Rassial, op. cit.
[32] Ibidem, p 12.
[33] Ibidem, p. 28.
[34] Ibidem.
[35] Ibidem, p. 129.
[36] Rassial remite al texto de S.C. Kleene, Logique mathématique, París, Armand Colin, 1971.
[37] J.J. Rassial, op. cit., p. 127.
[38] Cfr capítulos 8 y 9 en ibidem.
[39] Remitimos al lector al escrito de J. Lacan “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo síntoma”, Escritos1.
[40] Rassial considera tres operaciones llamadas “operaciones nombre-del-padre” y que distingue de este modo: 1)la que hace surgir un lugar virtual de lo simbólico, es en relación a la madre y es aquella del don del falo todavía no genitalizado como significante asemántico de una pura diferencia. Esta operación produce al sujeto, inscribiendo el falo en el inconsciente y se resuelve de dos maneras posibles: o represión primaria o forclusión e intento de cancelación simbólica del falo. (neurosis o psicosis); 2) la segunda operación es la que da su sentido edípico al nombre-del-padre o al falo. Se trata ahora del significante fálico, que cumple una función para la orientación del sujeto y sus objetos, además define las funciones de enunciación de la ley (neurosis o perversión); 3) operación puberal: consistente en tener que validar o invalidar aquellas dos primeras operaciones, cuando la operación nombre-del-padre y los nombres del padre surgidos de ella, van a tener que funcionar más allá de la metáfora paterna regularmente sostenida en lo familiar y lo social. Es el suspenso de esta operación de validación bajo la forma de la adolescencia interminable el que mejor caracteriza el estado límite.
[41] J.J. Rassial, op. cit., p. 155.
[42] Ya que fue en esa época y aún inducida por su amor pasional que comenzó sus estudios médicos..
[43] Seminario XIII. El objeto del psicoanálisis. Clase 15 del 27 /04 /1966