domingo, 7 de septiembre de 2008

::El psicópata y el nombre del padre

Profesor Roberto Mazzuca



Comenzaré mi trabajo delimitando los dos términos que componen su título: “psicópata” y “nombre del padre”.





La categoría clínica de la psicopatía


En nuestros sucesivos encuentros, hemos tenido la oportunidad de cotejar distintas maneras de definir al psicópata y verificar que la definición de esta categoría clínica no es unívoca sino heterogénea. Dentro de sus amplios márgenes, sin embargo, hemos acordado en la necesidad de distinguir por lo menos dos tipos que, en una de las mesas anteriores, el Dr. Eduardo Mata en su contribución titulada “Neurobiología del psicópata” definió de la siguiente manera. Por una parte, el antisocial, denominado también sociópata, y caracterizado por sus conductas antisociales, agresividad, destructividad y falta del control de impulsos. Por otra parte, un grupo cuyos rasgos distintivos, siempre citando el trabajo mencionado, reúnen la locuacidad, falta de remordimientos o culpa, afectos superficiales, falta de empatía y renuencia a aceptar responsabilidades. Mata proponía que este conjunto de rasgos constituye el núcleo de la psicopatía, la cual, en consecuencia, puede o no estar asociada a lo antisocial. De este modo, podemos distinguir el psicópata propiamente dicho, o psicópata puro, definido por sus talentos o capacidades, del sociópata definido fundamentalmente en el eje de la conducta antisocial y la destructividad.

El enfoque psicoanalítico de las psicopatías, cuyo desarrollo me corresponde presentar en esta mesa, resulta más cercano al primero de estos tipos, es decir, el que denominé psicópata propiamente dicho y que he caracterizado en nuestros encuentros anteriores por su oposición con el neurótico, en especial, el obsesivo.

De este modo, se destaca la ausencia de culpabilidad en el psicópata como lo opuesto a la rígida conciencia moral del neurótico obsesivo, acosado por autorreproches y remordimientos. En el psicópata, por lo contrario, hay una ausencia de culpabilidad. Por esta razón, tanto el psicópata como el neurótico conforman una patología de la responsabilidad. En uno por defecto, en el otro por exceso e inadecuación, en ambos casos hay un déficit en la responsabilidad.

Para el neurótico la satisfacción pulsional resulta fuertemente inhibida por la eficacia de la represión y otras vicisitudes pulsionales. El goce neurótico siempre implica un alto grado de sufrimiento y la satisfacción pulsional termina produciéndose por vías indirectas, sobre todo a través de la satisfacción del síntoma como retorno de lo reprimido. En el psicópata, por el contrario, es prevalente la vía del goce y la satisfacción pulsional se obtiene por vías más perentorias, la llamada impulsividad del psicópata.

Sobre el eje de la demanda, la modalidad neurótica conduce al sujeto a ubicarse en dependencia de la demanda del Otro. El psicópata, por el contrario, él demanda, impone formas sutiles de exigencia, incita al otro a la acción.

En cuanto a las modalidades del acto, en el obsesivo predomina la duda, la indecisión, la vacilación neurótica, que determinan una pobreza en la acción, su postergación o bien a una realización torpe que marca un fuerte contraste con la habilidad y la seguridad del psicópata en sus acciones.

En cuanto al eje de la angustia y el goce, la angustia es consustancial con la subjetividad neurótica en contraste con su casi ausencia o bajo nivel en el psicópata que solo se angustia en sus momentos de crisis, es decir, en que fracasan sus mecanismos psicopáticos. Momentos breves, por lo general, transición hacia la recuperación de su equilibrio psicopático.

El verdadero psicópata no es el que ejerce una violencia abierta en la persecución de sus metas inconscientes sino el que la usa en un juego sutil de amenazas y promesas o expectativas a través del cual logra obtener el consentimiento del otro. En este punto, dos observaciones, aparentemente contrarias, en cuanto a la existencia o no de empatía con el otro. Por una parte, el psicópata tiene una empatía muy especial con el otro, que le sirve para detectar sus necesidades sofocadas, sus debilidades y tentaciones, los lugares de su angustia. Es justamente esta posición de empatía y de identificación con el otro la que le otorga sus grandes habilidades y su posibilidad de manipulación del otro. Sin embargo, esta empatía permite tratar al otro como un objeto, mero instrumento para obtener su propia satisfacción, sin respetar ciertas condiciones de la subjetividad del otro.

Todas estas referencias muestran que la subjetividad psicopática es una forma particular de la subjetividad perversa.





El nombre del padre


El significante del nombre del padre y la operación de la metáfora paterna forman parte de los conceptos psicoanalíticos forjados por Jacques Lacan en la primera parte de su enseñanza para recuperar, pero al mismo tiempo renovar y actualizar, la teoría del Edipo propuesta originalmente por Freud. Cumple el propósito, entre otros, de separar la función paterna de la persona que la ejerce, ya que el nombre del padre constituye una función simbólica como representante de la ley y en este sentido introduce una distancia, una diferencia con el agente que la encarna y la ejerce. De este modo, en una familia puede existir o faltar la persona del padre, pero lo decisivo no es esto sino si en ella se cumple o no, si tiene vigencia o no, la función paterna. Esta manera de concebir las cosas resulta especialmente importante en la actualidad en que las formas familiares presentan una amplia variedad. En un grupo familiar aparentemente monoparental la función paterna puede ser cumplida, por ejemplo, por la abuela. Otro ejemplo son las parejas homosexuales donde hay dos padres o dos madres y, sin embargo, la distribución de funciones entre ambos se ejerce de tal manera que opera la función del nombre del padre y la metáfora paterna.

En los conceptos lacanianos no solamente se diferencia el nombre del padre, como padre simbólico, del padre real, sino también una tercera forma, la del padre imaginario, conformado fundamentalmente por las fantasías o fantasmas. Hay ciertas etapas del desarrollo, especialmente en el varón, que requieren la intervención del fantasma del padre castrador, un padre al que se teme. Cuando esta función falta es común que sea el origen de fobias infantiles u otras patologías. Como Freud ya lo había mostrado, muchas zoofobias: el miedo a los perros o, como el famoso caso de Juanito, el miedo a los caballos, constituyen un síntoma que sustituye y compensa la carencia paterna.

El padre real, entonces, no coincide con el padre imaginario constituido en los fantasmas del niño. Tampoco coincide con el padre simbólico. El padre real, es decir, quien en la realidad ejerce la función paterna, sea o no el padre biológico, sea o no la figura del padre en el sentido sociológico, en los casos normales conserva cierta distancia con nombre del padre: lo representa pero no se confunde con él. Cuando el padre real se identifica totalmente con el nombre del padre se pueden introducir grandes perturbaciones en el desarrollo, que en los casos más graves pueden llegar a la psicosis. El nombre del padre representa la ley. La función del padre real no es representar la ley sino articular el deseo del sujeto con la ley. Servir de apoyo y estímulo al hijo de modo que su deseo se despliegue en formas aceptables de transgresión a la ley. La aplicación de la ley no puede ser automática y ciega, sino admitir excepciones y tener en cuenta el caso particular.





El psicópata y el nombre del padre


La existencia del nombre del padre o su ausencia constituyen en la clínica lacaniana la frontera que separa la neurosis y la perversión, de un lado, de la psicosis, del otro lado. La clínica de la psicosis es una clínica de la ausencia del nombre del padre.

Si la psicopatía es una de las formas de la subjetividad perversa, como afirmamos más arriba, se debe concluir que su clínica se desarrolla, a la inversa de la psicosis, con la existencia del nombre del padre. Es decir, corresponde no a una ausencia sino a una perturbación de la función paterna.

Para mostrarlo de una manera que sea breve, como lo requiere el desarrollo de esta mesa, usaré como referencia una película que presenta la ventaja de ser seguramente conocida por muchos de ustedes: “Atrápame si puedes” del director Steven Spielberg. Dado que se trata de una ficción, tiene solamente una finalidad ilustrativa. Aunque en este caso, la referencia a un hecho real proporciona cierta verosimilitud. No es inusual recurrir al cine o la literatura para ilustrar las formas de la subjetividad. Por mi parte, ya lo hice en otra ocasión, con otra película, en una de las mesas anteriores de esta serie.

En primer lugar, resulta bastante claro que las características del protagonista coinciden casi rasgo por rasgo con las que hemos definido para el psicópata propiamente dicho. Su capacidad de simulación, y especialmente su habilidad en la manipulación del otro, le permiten representar por largos periodos, primero, el papel de copiloto de una famosa aerolínea; luego, ejercer como médico pediatra en una clínica; y, finalmente, obtener la habilitación de una matrícula como abogado para ejercer como parte del personal de la fiscalía, llegando casi hasta casarse con la hija de su jefe. Simultáneamente despliega una actividad para obtener dinero de los bancos de manera fraudulenta. Este talento para captar la atención y la confianza del otro no se reduce a una cantidad limitada de casos sino que se ejerce con mujeres y hombres, adultos y niños, empleados y profesionales, en ámbitos con pautas rígidas como suelen ser los bancarios, médicos o judiciales.

En segundo lugar, es también ostensible, no la ausencia del padre, a quien el sujeto ama profundamente, sino el déficit en el ejercicio de la función paterna. Se lo ve en la figura del padre, no tanto por ser impotente y fracasado, constelación que muchas veces condiciona la formación de una neurosis, sino por la aplicación caprichosa y falseada de la ley. Es el padre quien lo introduce en la simulación y en la fascinación por los uniformes. Le permite al hijo faltar al colegio para que éste, vestido con el uniforme de chofer, forme parte de la escenificación con que intenta presentarse como un personaje importante ante el gerente del banco del que pretende obtener dinero en préstamo. También le regala al hijo los primeros cheques con que éste comenzará su actividad delictiva, llevando a la culminación de una manera exitosa el estilo en que el padre ha fracasado.

Otro ejemplo del déficit en la función del padre es su posición frente a la conducta del hijo cuando éste es expulsado del colegio por simular y sustituir durante un tiempo la actividad de un profesor. No sólo no lo reprende ni sanciona sino que se hace su cómplice y se divierte con la proeza del hijo.

La función paterna tampoco es ejercida correctamente por la madre, quien intenta sobornar con dinero al hijo para ocultar al marido la relación con su amante. Operación que repite más adelante cuando intenta infructuosamente anular con dinero la defraudación que éste ha cometido.

El guión cinematográfico ubica el nombre del padre en el personaje del policía que lo persigue hasta atraparlo. Sin duda, porque representa la ley, pero no sólo por eso. Por esta sola función se hubiera convertido en un perseguidor, no en un padre. Hay que subrayar ante todo el modo en que lo hace, con ahínco y persistencia, pero no exento de torpezas y fracasos. No sólo intenta no dejarse engañar y hacer a su vez uso del engaño, sino que busca registrar las aficiones, gustos y también las carencias del otro, sobre todo después de inferir que se trata casi de un niño. Por ejemplo, al advertir que el llamado en la noche de Navidad procede del sentimiento de soledad que embarga a su perseguido.

Sin embargo, lo decisivo es que su misión no termina cuando el sujeto resulta por fin apresado, juzgado y encarcelado. Dedica otros cuatro años a obtener su liberación y armar un dispositivo donde el sujeto pueda, bajo su custodia, mostrar y aplicar en un trabajo regular las mismas aptitudes que lo llevaron a delinquir. A lo largo de esta segunda etapa de su intervención no actúa nunca por imposición. Aunque propone elecciones forzadas, deja siempre un margen para la decisión del sujeto. Se lo ve bien en su modo de actuar cuando pareciera que el protagonista va a recaer en sus prácticas de fuga y simulación: lo deja partir sin otro control que la declaración, pronunciada de manera explícita, de que espera de su protegido la decisión de volver.

El guionista muestra en la escena final un sujeto aplicando de manera orgullosa su saber y sus habilidades delictivas, pero esta vez en el consentimiento a su nueva ocupación de contribuir al sistema establecido. Si esto es mejor o peor, es una apreciación que queda fuera de nuestra tarea. Pero debemos notar que no nos encontramos con un sujeto deprimido ni arrepentido, sino disfrutando del ejercicio de su talento delictivo en su nueva formación sustitutiva. En este momento se comprueba que el policía no se ha limitado a representar la ley sino a articular el deseo y el goce con ella.





Epílogo


Podemos verificar de esta manera que, en coincidencia con las hipótesis formuladas por Hugo Marietán, la conducta psicopática se despliega fuera de la familia. Con los padres es un hijo tierno y amante, en especial con el padre. Resulta claro que ha asumido los ideales narcisistas del padre y, más tarde, ante su fracaso, se propone rescatarlo de la humillación y devolverle lo que ha perdido para reparar de esta manera el narcisismo herido del padre.

La otra coincidencia radica en la profunda perturbación del funcionamiento de la familia del psicópata. A diferencia del policía que, más de una vez, lo exhorta a detenerse, el padre guarda silencio cuando el hijo le pide que le ordene parar. Es una de las escenas más impactantes de todo el film: el hijo pidiendo la palabra del padre que ponga un punto de detención a su acción, y éste callando. Podríamos ubicarla en contraposición a una escena de otra película, también muy conocida, en que el sujeto demanda, en este caso al padrino, que le dé la orden. Son dos ejemplos contrapuestos, pero en ambos el nombre del padre funciona como soporte de la conducta delictiva, en un caso por defecto, en el otro por exceso. En el primero, falta la palabra que detenga; en el último, es otorgada la palabra que autoriza la acción.

Buenos Aires, octubre de 2005, Congreso Internacional de Psiquiatría, Asociación Argentina de Psiquiatras: Mesa: El Sol Negro: un psicópata en la familia