sábado, 24 de mayo de 2008

::Breve recorrido freudiano sobre La Angustia:

Marité Colovini


Freud: define la angustia como la señal de un peligro del que el yo es el agente y el lugar. El exámen de los síntomas en las tres formas de neurosis: fobia, n. obsesiva e histeria muestra que el peligro es la angustia de castración.
O sea: lo intrínsecamente peligroso no es la pulsión, aunque intervenga de manera activa y en grado sumo en la situación de peligro, sino la satisfacción pulsional con referencia a la castración. Punto que se verifica de manera ejemplar en la clínica de la fobia. De allí el papel de relectura de la fobia, prueba experimental de la angustia, en la segunda teoría dedicada a ésta.
La angustia se forma en el punto de encuentro del peligro que entraña la satisfacción pulsional y ese peligro externo.
Ahora bien: ¿cómo se topa la angustia con la castración hasta constituirse en angustia de castración?
Puede pensarse que una vez que la angustia se sitúa del lado de la represión y ésta se alimenta del Complejo de Edipo, es inevitable reconocer, con la idea del complejo de castración como correlato del C. de Edipo, la existencia de una angustia de castración crucial.
Ahora bien, entonces, la angustia de castración se polariza, bajo el efecto de la dialéctica edípica, alrededor de la angustia del padre, y de manera radical, de la angustia parental. Esto es lo que se especifica en la desventura fóbica, en la cual, el objeto zoofóbico es le retorno del tótem en lo real. Sólo puede pensarse que la angustia mucho más que el efecto de la represión es su motor e impulso. Y Freud advierte que ese motor funciona con la energía de la castración.
Esto indica una postura del yo ante la castración. La angustia nace cuando el yo es convocado, en un clima traumático, a tomar posición frente a la castración.
Toda primera vez expone a la angustia que reaviva el peligro de la castración. (ver el tabú de la virginidad).
La castración ahonda su lugar en la vivencia cada vez que el sujeto se enfrenta a esta impotencia y esta pasividad: confrontación con el Otro castrador. Ésta remite al otro parental. Es preciso entender lo que liga con anterioridad angustia de castración y de pérdida de amor.
“Contra los peligros con que lo amenaza el mundo exterior, el niño está protegido por los cuidados parentales; paga esta seguridad con la angustia de la pérdida del amor, que lo dejaría librado sin ayuda a los peligros del mundo exterior”. (Esquema del psicoanálisis).
Pero ésta afirmación nos lleva a esta pregunta: ¿Y quién me protege contra la angustia que nace de la dependencia parental?
Quien pierde una angustia (de lo real) gana otra, más refinada pero en el fondo mucho más torturante, cuya apuesta es el amor.
Luego Freud examina el problema de la angustia por sí misma y no sólo en cuanto a su papel en la formación de síntomas.
Freud recuerda la concepción de la angustia como transformación de la libido inhibida o reprimida. (Primera teoría de la angustia)
Se impone por el hecho de que las mujeres están todavía más expuestas a las neurosis que los hombres. Pero si la existencia en ellas de un complejo de castración es cosa cierta, no se podría hablar de angustia de castración ya que en las mujeres ya ha tenido lugar.
Esto obliga a escindir el objeto de la angustia de acuerdo con la sexuación: si el hombre suscribe francamente el complejo de castración con la forma de la angustia, llamada de castración, la mujer, si bien por su lado participa efectivamente en ese complejo, elabora en cierto modo una angustia original: la de la pérdida del amor. Angustia alimentada por el lazo con la madre, cuya onda de choque en el devenir mujer es preciso recordar incansablemente.
Freud concluye que sin duda es la señal de un peligro, que es el de la pérdida de un objeto: de la madre.
Respecto a la angustia femenina, Freud nos dice que su fuente es la pérdida del amor del objeto.
La angustia de castración sigue conservando su lugar central puesto que constituye la primera forma que la angustia toma ulteriormente (a la pérdida de la madre), en la fase fálica. El peligro aquí es la separación del órgano genital, cuyo fuerte valor narcisista puede justificarse debido a que la posesión de este órgano garantiza la posibilidad de una nueva unión con la madre. Vérselo arrebatar equivale a experimentar una nueva separación de ella, lo que es capaz de despertar el prototipo que constituye el trauma del nacimiento.
Esta formulación presenta cierta ambigüedad: ¿la angustia de castración sería función de la unión con la madre o bien de la separación de ella? La solución no está lejos: por un lado puede decirse que, según Freud, la angustia de castración es la de una nueva separación de la madre, cuyo deseo queda en el horizonte de la libido genital. Pero, por otro lado, en la medida en que la unión con la madre constituye su deseo esencial, el sujeto no teme nada tanto como una amenaza que implica la liquidación de toda posibilidad de esta unión de la que su deseo está suspendido. De esto se puede concluir que el peligro del que se trata en el fondo de la angustia es contradictoriamente doble: peligro de la separación, pero también peligro de una unión que volvería la separación segura. El deseo toma entonces una forma ambigua: la de un lazo hecho de la separación misma, o de una separación hecha lazo.
Este recordatorio apunta ante todo a mostrar que la angustia de castración, como afirma Lacan, está en el centro de las reflexiones de Freud en Inhibición, Síntoma y Angustia. Sin embargo, pese a la abundancia de hechos que la experiencia analítica descubre en lo relativo a los estragos de esta angustia, el complejo de castración sigue estando oscuro.
El objetivo del seminario X será establecer una teoría satisfactoria de este complejo. Y no nos sorprenderá ver a Lacan referir la angustia de castración al peligro no de una pérdida, sino de la pérdida de la pérdida.