domingo, 2 de noviembre de 2008

::PRESENTACIÓN DE "EL PORVENIR DEL INCONSCIENTE"DE JORGE ALEMAN


Mario Pujó

Fuente: http://www.acheronta.org/acheronta23/pujo.htm



En primer lugar quiero agradecer a Jorge su invitación a acompañar la presentación de su –por ahora– último libro: "El porvenir del inconsciente" y, en particular, a hacerlo junto a Sergio Larriera, quien hace ya casi veinte años que no viene por estas tierras, y que ha transitado junto a Jorge un largo recorrido del que quedan abundantes testimonios. Siempre me he preguntado, y es un enigma, cómo se puede escribir de a dos, cómo se escribe de a dos no ya un articulo o una serie de artículos, sino un libro, varios libros enteros, es algo que me pregunto con curiosidad y hasta, como se dice, con un poco de envidia sana si eso existe. Quizás, podamos develar hoy parte de esa intriga. En todo caso, el libro que nos ocupa hoy, escrito por Jorge, guarda una evidente continuidad con varios de sus libros anteriores.

Conozco a Jorge hace muchos años, leo sus textos hace también muchos años, y constato respecto de esos libros anteriores una innegable continuidad, pero también alguna variación, diría una variación en continuidad, una variación cuyo sentido y cuya orientación voy a ir intentando precisar, pero que incluso, ya en el subtítulo del libro podría ser indicada. Porque el subtítulo de "El porvenir del inconsciente" explicita: "filosofía/ política/ época del psicoanálisis", y uno podría pensar que si la interrogación por la época, nuestra época, se encuentra en los trabajos de Jorge desde siempre y constituye uno de los ejes que caracterizan su discurso (un discurso que, además de interrogar la época, por su contenido y por su discurrir podría legítimamente aspirar a formar parte de esa época que comenta, algo que creo ya ha logrado, al menos en nuestro medio), y si, por otra parte, el recurso a la filosofía trama de manera permanente ese discurso, lo entreteje de manera íntima, en una operación en la que la noción de antifilosofía se instituye a mi juicio como una de sus referencias más logradas, se puede constatar que el interés, la atención, la inclinación por la política toma ahora –y sin duda no por casualidad– una relevancia que quizás no resulte evidente de inmediato, pero que se desenvuelve sin embargo de manera explícita desde el comienzo y a lo largo del texto.

Sólo que, y lo digo de entrada, esta preponderancia que asume ahora lo político, esta inclinación por repensar la política, por imaginar una política, conlleva cierta singularidad, en la medida en que Jorge se dispone a pensar la política a partir de un discurso que él mismo es no político. Y si no se trata estrictamente de una política del psicoanálisis, de una política psicoanalítica, se trata de una política que no sólo no desconoce al psicoanálisis, sino que no podría ser concebida sin el psicoanálisis, una política que no podría ser pensada desde luego sin Marx ni sin Heidegger, pero que tampoco podría ser pensada sin Freud ni sin Lacan. Por lo que se trata de configurar una política sin mesianismos ni disposiciones sacrificiales, a partir de categorías tales como la imposibilidad, la desidealización, la sustracción, el no todo, la no coincidencia del sujeto con su representación, la destotalización, la contingencia, el inconsciente, la pulsión de muerte, vale decir, cuestiones que se inscribirían ellas mismos en el terreno de lo "impolítico", y que conducirían, por su propia pendiente, a un movimiento de deconstrucción de ese campo de lo político. Lo que es ya en sí mismo todo un tema, un conjunto de temas sobre el que espero tendremos oportunidad de escuchar a Jorge conversar.

Ahora bien, y me parece que esto es algo que también merece ser señalado, este giro que apunta a una reevaluación, un resituamiento de la dimensión de lo político, es acompañado, en el mismo movimiento, por cierta problematización, cierta prevención, cierta cautela que Jorge pone de manifiesto en el tratamiento del lugar y la función de la ética, algo que me parece debe ser tenido en cuenta considerando el privilegio que la referencia ética ha tenido y tiene, después de Lacan, para los psicoanalistas, en relación tanto al propio estatuto del inconsciente como al deseo del analista en cuanto opera en la cura.

Este es un movimiento que puede ser seguido a lo largo del seminario dictado por Jorge en Málaga (y establecido por Alejandra Glaze), que se titula, precisamente, «angustia y ética». Jorge repasa allí la ontología de lo que es, la ontología de lo que hay, la descripción de la realidad en su expresión epocal, siguiendo para ello a Heidegger, a Marx y a Freud. Para recordarnos que Heidegger (en su texto: "La época de la imagen del mundo") entrevió el devenir del mundo como imagen, dado que en la modernidad inaugurada por el cogito cartesiano, en la modernidad de la metafísica sujeto-objeto, en la que la ex-sistencia se vuelve sujeto y el objeto se vuelve enteramente calculable, en esa modernidad de la entificación, en la que todo viene a presencia y se torna visible, ya no tenemos una imagen del mundo, porque el mundo mismo se ha vuelto imagen. No hay más mundo, hay imagen, el pensamiento se ha vuelto representación, todo va a ser ganado para la información, el ente va a estar siempre disponible, y la política se va a construir entonces forzosamente sobre lo visible. Lo que deja planteada una pregunta esencial por lo que se sustrae, eso esencial que escapa a toda posibilidad de cuantificación y que deja ver su sombra incalculable. Pero, subraya Jorge, y vale la pena remarcarlo, Heidegger no habla ni hace ninguna solicitación a la ética.

En cuanto a la ontología Marxiana, se puede ser aún más conciso : para Marx, todo lo que es, lo es en tanto está en el mercado; todo lo que es ente, lo es en tanto mercancía. (E incluso, y éste es un asunto crucial, la fuerza de trabajo en el mercado capitalista es tratada como un ente más, como una mercancía entre otras, cosa que Marx contesta y sitúa su punto de inflexión). Pero, señala Jorge, si Marx hace una Crítica de la economía política estableciendo las condiciones de posibilidad de la economía burguesa, no hay tampoco en esa Crítica ninguna mención a la palabra ética.

En tercer lugar y más brevemente aún, diremos que en Freud lo que hay es la civilización: la realidad es la civilización y, a su vez, lo que hay en la civilización es el malestar. La ética no es tampoco para Freud una respuesta suficiente a ese malestar. Todo lo contrario: la ética, resultado de la civilización, no sólo no logra apaciguar el malestar sino que forma parte de ese mismo malestar al que, además, relanza y, a su vez, promueve. Tal es, como sabemos, la paradoja inscripta en el superyó tal como Freud describe su génesis en El malestar en la cultura, una instancia que exige la renuncia al goce hasta gozar ella misma de la renuncia, lo que inscribe un circuito infernal en el que la compulsión y la repetición confinan con lo que toda pulsión conlleva necesariamente de mortífero.

"El superyó es la pulsión de muerte hecha ley", dice Jorge, más de una vez, a lo largo de su texto. Y esa constatación, se encuentra en el horizonte de todos los trabajos y entrevistas que el libro reúne. Que el superyó sea "la pulsión de muerte hecha ley" explica, seguramente, la prevención que deja traslucir al señalar la ausencia de mención de la palabra ética en Heidegger y en Marx, el carácter paradójico de su referencia en Freud. Porque, podríamos decir, la ley en su ambición categórica es kantiana y el superyó, como la clínica psicoanalítica lo ha establecido desde muy temprano, se evidencia capaz de un sadismo feroz.

Ahora bien, y en relación a esa ley kantiana, es verdad que Lacan ha dedicado todo un año de su seminario a la cuestión ética, proponiéndose precisamente pensarla a distancia de los ideales, alejada de cualquier postulado ideal, encontrando un referente incondicionado para fundar una ética del psicoanálisis apropiada al inconsciente en lo real del deseo, el deseo en tanto real. Pero también es cierto que la formulación canónica de esa ética bajo la forma de una suerte de precepto: "no cederás sobre tu deseo", en cuanto adopta él mismo una dimensión imperativa y kantianamente categórica, es decir, en cuanto no da lugar a la excepción, en cuanto exceptúa a la excepción, se inscribe inexorablemente en el circuito mortífero de la pulsión. El sostén irreductible del deseo mantiene siempre en su horizonte la perspectiva posible del sacrificio como destino probable. Jorge ha tratado el tánatos de ese deseo irreductible en un antiguo y muy lindo trabajo sobre Antígona, y el mismo Lacan, al año siguiente del seminario sobre la ética, deja indicada la eventual persistencia melancólica de un deseo irreductible en el destino trágico elegido por Sócrates. Sabemos, además, que el propio Lacan se decía disconforme con el texto de su seminario, y se mostraba dispuesto a reescribirlo, cosa que finalmente no hizo, lo que supone por su parte, al menos, la percepción de alg una dificultad.

Aunque, desde luego, esto que expositivamente despliego como un desplazamiento desde la pregunta por la ética hacia una revalorazión de la dimensión política, no debería ser entendido en términos de una simple oposición, de una simple contrariedad, sino como una reubicación de los acentos y del interés, y quizás también una reformulación de las urgencias y las prioridades. Lacan emplea ambas categorías, ética y política, para situar al inconsciente, estableciendo que el estatuto del inconsciente no es ontológico, no es del orden del ser ni del no ser, sino del orden de lo no realizado, confiriéndole un estatuto ético; pero también ha afirmado suscintamente que "el inconsciente es la política" , situándolo de entrada fuera de las estructuras permanentes y estables propias de la metafísica, y ubicándolo desde el inicio en una dimensión transindividual, al definirlo, por ejemplo, como "el discurso del Otro".

Se trata entonces en este texto de acentuar esa dimensión transindividual, transpersonal, esa dimensión de lazo social que convoca lo político, entendiendo que la ética y la política no se contraponen, ambas cuestiones se solicitan y se reclaman mutuamente y enfrentan desafíos y dificultades semejantes. Jorge es también claro al respecto cuando señala que tanto la ética como la política se construyen bajo la premisa del sujeto como sujeto del símbolo, un sujeto que actúa a través del logos, inspirado en la razón, vale decir, a través de ese elemento mortificante que constituye el significante en las redes de lenguaje que captura al viviente en el que habita el sujeto que habla. Pero, y esta cuestión central es una pregunta permanente, "¿cómo construir categorías políticas y éticas que tengan en cuenta que en cada sujeto hay una parte de vida?", una parte de vida que es contrabandeada en el mundo del significante, que el significante produce o no logra alcanzar ...

Esta pregunta hace eco notablemente a una respuesta que Freud formula alguna vez, cuando en cierto momento crítico de la humanidad (otro momento crítico de la humanidad) es conminado a definirse políticamente para proclamarse "blanco" o "rojo" (vale decir, fascista o comunista), a lo que Freud responde escuetamente: "No. Hay que ser color carne", tomando distancia de los ideales, y haciendo valer no tanto la dimensión de lo humano, como la dimensión de Eros, ese Eros unitivo como empuje a la vida que la aspiración totalizante de los ideales demuestra siempre menoscabar.

Ante la deslegitimación de la política que conlleva lo que resumiría como la globalización planetaria del capital, ante la estructura de emplazamiento heideggeriana que se dirige a lo que hay sólo en tanto cuantificable y lo administra en términos de información, frente al creciente gerenciamiento cosificante de la vida humana, Jorge responde invocando a tres grandes movimientos críticos contemporáneos que se desprenden de esas ontologías modernas que sustentan Marx, Heidegger y Freud, para señalar la convergencia de perspectivas de lo que denomina la línea lacaniana, la deconstrucción derrideana y la línea foucaultiana-deleuziana, reconociendo en estas tres estrategias narrativas una posición más o menos equivalente, por defender las tres (y lo cito): "frente al carácter estable y trascendente de las existencias, el carácter contingente; frente al mundo del sentido, la presencia del sinsentido; frente al mundo del progreso y el fín trascendental de la historia, la finitud de cada uno; frente a la universalidad del para todos, el carácter radical de cada singularidad". Y , empleando términos de una innegable resonancia política, escribe: "Estamos en un mismo frente, y tendríamos que ser lógicamente aliados, porque estas tres corrientes se están percibiendo, sin llegar a hablar de ética, como las únicas alternativas distintas de afrontar la ontología de la imagen, el paradigma de la información, la enredadera (rizomática) que se ha vuelto el discurso capitalista".

Es notable que pocas páginas después llegue a expresar al respecto un Wunsch, un anhelo, cuando en su texto sobre «El estado del alma de Europa», propone una ubicación geográfica a la eventualidad de esa alternativa distinta. Escribe: «¿No sería ésta una tarea latinoamericana? La traducción de una herencia europea de emancipación sin condiciones violentas ni sacrificiales. Latinoamérica, el lugar donde se traduce a Europa sin su tradición hermenéutica, sin las razones que pretenden justificarla. Latinoamérica: el lugar de una emancipación que desconecte la maquinaria que articula la Revolución con el Terror». Lo que reclamaría, indica, una tarea previa: expropiarnos de nosotros mismos, "emanciparnos de ese ‘nosotros’ que hace obstáculo a toda apertura".

En relación a este Wunsch, y dentro de las muchísimas cosas que hay en este libro, no querría dejar de mencionar la transcripción de una entrevista que le realizamos a Jorge para Psicoanálisis y el Hospital bajo el título "la diseminación argentina". "Disemin ación argentina" es una expresión de tinte derrideano acuñada por el propio Jorge, una expresión que hemos adoptado hace ya varios años como título de una sección de la revista en la que se trata de dar la palabra a algunos de quienes se vieron en situación de tener que partir en los años ’70. Diseminación no significa estrictamente diáspora, ni designa sólo la idea de dispersión. Todos los que hemos conocido las condiciones del desarraigo, y hemos hecho la experiencia de la argentinidad como una identidad que se construye a la manera de un bricolage, con pequeños retazos tomados desde la distancia y la nostalgia, en un país conformado por la inmigración, cuya particularidad distintiva surge paradójicamente con una gran nitidez a la obligada distancia de la emigración forzada. Pero el término diseminación porta, sobre todo, un matiz generativo, un matiz proliferante, porque en esa sección nos interesamos no tanto por el pathos del exilio o el dramatismo del desarraigo que, desde luego, existe, sino mucho más por ese movimiento generativo, creativo, de proliferación que el exilio a veces también permite e incluso favorece, quiero decir, el exilio no tanto como drama sino como oportunidad. Y, por cierto, como puede leerse en esa entrevista en un tono coloquial, personal e intimista, Jorge (y también Sergio que está hoy aquí con nosotros), son exponentes de esa argentinidad que se despliega, prolifera y se contagia, y que ha sabido llevar su crecimiento y su desarrollo más allá de las fronteras y sus circunstancias.

Pero preferiría concluir mi breve comentario, deteniéndome en un párrafo de otra entrevista, la entrevista realizada por Massimo Recalcati sobre "lo otro de la razón", en la que Jorge responde a la pregunta sobre cómo sería una comunidad humana que tuviera en cuenta la enseñanza de Freud. Les leo, para concluir, su respuesta literal: "¿Cuáles serían las condiciones de una comunidad freudiana? Apostar al deseo, sin garantías de que no se excluya el horizonte de la responsabilidad. Aceptar el carácter irreductible del deseo sin caer en la tentación del goce propio del mártir. Soportar la infelicidad contingente sin que se convierta en una desdicha necesaria. Saber perder sin identificarse con aquello que se ha perdido. Tener conciencia de la propia finitud, escapando a la fascinación de la cultura de la pulsión de muerte. En esta sociedad imposible, habría lugar para la tragedia singular, pero no para la humillación planificada; encontraría lugar el dolor de exist ir, pero no la explotación de la fuerza de trabajo, se realizaría la voluntad de decir cualquier cosa y también la de callar, pero no en un silencio cobarde; estaría contemplado el hecho de ser extranjeros a sí mismos, pero no el desarraigo obligado de las multitudes". Con esta breve enumeración, Jorge nos permite vislumbrar el horizonte de esa política que su libro nos invita a pensar, una política ya no configurada como un mero acto gerencial que se cobija en la coartada siempre invocable del arte de lo posible, sino una política referida a la estructural imposibilidad que habita necesariamente la vida contingente del ser que habla.