lunes, 2 de noviembre de 2009

“Hacia una conjetura de la excepción”

Por Luis Langelotti

Fuente: http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1176


“Desde el momento en que se habla de ética, lo que está supuesto es un margen de indeterminación:
se lo siente de inmediato si uno nota que no hay ética de la piedra que cae;
por el contrario hay una ética de aquel que puede tirarse por la ventana.”
Colette Soler


Desde el psicoanálisis es crucial la determinación del sujeto. Determinación que poco tiene de idealista, ciertamente, ya que es una sobredeterminación, ante todo, material. Que esta materialidad no sea la materialidad del cuerpo concebido como organismo biológico henchido de “instintos”, o bien, la materialidad de “las fuerzas productivas y de las relaciones de producción”, no quita que lo que esté en juego en el campo analítico cuando hablamos de determinación sea, en suma, algo material. Para ir rápidamente al punto, el eslabón que da la clave para concebir lo que de materialista tiene la determinación que opera en psicoanálisis, es el «significante». Ese parásito anideico y asemántico que corroe la dulce naturalidad con la cual somos arrojados al mundo, que nos sexualiza perversa y polimorfamente. Eslabón que, también, “hace mundo” –uno nuevo–, que estructura cada uno de los rincones de nuestra existencia. Ahora bien, la pregunta que motoriza al psicoanálisis en tanto disciplina que busca afrontar la persistencia del sufrimiento, es la que sigue: ¿Acaso todo es apresado, abatido, encerrado, enclaustrado por ese retículo significante, por ese denso e insistente enjambre de signos del Otro?
Creo que habría que arriesgar una definición para entender de qué se habla cuando se habla de clínica psicoanalítica: la clínica psicoanalítica tiene estructura de pregunta. No podría ser de otra manera, en efecto, ya que el deseo tiene como implicancia fundamental ese carácter de interrogación, y no de afirmación o de imperativo - instantes de clausura que pretenden sustituir al Otro vertiendo sentido.

Estimo que esta condición –la de tener estructura de pregunta– es la más tajante especificidad del psicoanálisis, y constituye aquello que le da su valor y su eficacia. “El deseo desacomoda la enunciación imperativa cuando dibuja la curva del signo de interrogación sobre el punto final [de la feroz sentencia superyoica, me atrevo a agregar]...”1. En esta frase, creo que se encuentra sintetizada de un modo muy esclarecedor la cuestión que al psicoanálisis le otorga su rasgo distintivo. Me refiero a la dimensión de la Ética y, en ese sentido, a lo que junto con Colette Soler llamamos “margen de indeterminación”.
¿Qué es lo indeterminado? ¿Qué se aloja en ese margen de indeterminación? La pregunta analítica que más arriba estableciera como siendo el motor del psicoanálisis, no es tan sólo una pregunta: es más bien lo que yo llamaría una «apuesta».
En este punto podríamos preguntarnos: ¿Qué buscamos conocer cuando investigamos o teorizamos sobre el Hombre, cuando reflexionamos sobre él, cuando nos llenamos la boca con sentencias que lo encierran en un símbolo prefabricado, con fórmulas y conceptos que lo enclaustran y lo silencian en cuanto tal, cuando lo explicamos a través de un arquetipo, de una clase, de un género, de una verdad previa, etc.? Podría decir, sin miedo a exagerar, que el así llamado “sujeto epistémico” en la medida en que “identifica”, es decir, en la medida en que avanza, captura y retrotrae a lo memorizado (rechazando lo desigual), no “conoce” pura y simplemente, sino que más bien re-conoce, es decir que, strictu sensu, des-conoce, no hace lugar a la novedad (y al ser mismo como pura novedad).

Estamos atravesando una época en la cual resulta muy complicado, por cierto, detenerse a hacer preguntas, hay todo un menú de respuestas objetivadas que lo dificultan. Es muy difícil hoy en día poder sostener una apuesta, es decir, creer en el deseo. El mundo está repleto, parece no faltarnos nada ya. Por lo demás, las conjeturas poco valen, los cuestionamientos, las demoras, los rezagos, todo lo que “no anda” –lo que no puede ser capitalizable– debe ser corregido, apartado, desechado, sustituido, anulado. El propio movimiento del mercado, de hecho, forcluye sistemáticamente a más y más elementos improductivos.
Por otro lado, como corolario del impactante avance tecnológico que ofrece cada vez más y mejores compañías alternativas que la de un ser humano, las subjetividades de hoy en día parecen disgregarse, diluirse, aislarse; en suma, haberse “convertido al narcisismo” (como lo proponía humorísticamente Woody Allen en uno de sus films). La expresión “señorito satisfecho” de Ortega y Gasset2 resulta totalmente atinada para referirnos a la época que nos toca vivir, época que entremezcla un poco de pragmatismo (bien ilustrado en lo que este autor llamaba el “régimen de acción directa”3 del hombre vulgar), por un lado, y de autismo, por el otro. Es por ello que podríamos hablar de un verdadero “pragmautismo generalizado”.

Asistimos a un espectáculo en donde, acorde al “pragmautismo” de la época, se ofertan de un modo casi frenético soluciones del orden fast food las cuales no apelan, obviamente, a la dimensión responsiva de la subjetividad. Cuán complejo puede resultar, entonces, engarzar seductoramente a una persona cualquiera en la búsqueda del desciframiento del enigma que su sufrimiento comporta.
Para el psicoanálisis, en cambio, no existe un saber exterior que pueda responder por el síntoma particular de un sujeto. El saber del síntoma sólo él lo posee, y por eso él es el único responsable, es decir, es a él al quien le toca cargar con la responsabilidad de curarse –si así lo quiere–.

Lo particularmente indignante de nuestro tiempo (tanto en el sentido de que produce indignación, así como en el sentido de que quita toda dignidad subjetiva), pues, ha de ser que, a la sobredeterminación significante con la cual inicié esta colaboración, a esa avalancha simbólica consistente en estar sojuzgado desde el vamos a un código de signos culturales, hay que agregarle ahora la mortificación que el superyó capitalista trae aparejada y los efectos estragantes –a nivel subjetivo– del “fárrago de sucesiones colectivas de experimentaciones finalmente paliativas que se concreta bajo el rótulo de la psicología moderna”4, eficaces, naturalmente, “en el campo del conformismo, incluso de la explotación social”.5
Actos terapéuticos capitalizables –a diferencia del acto analítico– que le permiten a quien los realiza acumular un saber, el cual configura progresivamente al “especialista”. En psicoanálisis, por el contrario, no hay tal cosa: el analista es más bien un incompetente, inclusive, un impotente, en la medida en que no hay algo que pueda llamarse “el poder del analista”. No hay tampoco un “campo de competencia” respecto del cual el psicoanalista sería un “experto”. Empero, sí existe un campo que es propio del psicoanálisis, lo llamamos, con Freud, el inconsciente. Y hay, también, un poder del psicoanálisis, respecto del cual Jacques Lacan nos otorgó sus «principios».6

Para finalizar con estas breves reflexiones, simplemente voy a establecer una interrogación: ¿Es la novedad algo anticipable? Pues considero que no. Es anticipable a un nivel tanto más general, como “novedad”. Podemos decir de ella: “será algo distinto”. Pero respecto de su configuración real no podemos decir nada –del devenir sólo puede decirse que deviene pero no cómo devendrá, salvo a posteriori. No obstante, esta afirmación que recién indicaba (“será algo distinto”) no es de ningún modo poca cosa, algo de poco valor y de bajo alcance. Es, por el contrario, una verdadera apertura, esto es, un verdadero «desprendimiento». Yo afirmo que para que la novedad pueda emerger, entrar en la escena, previamente, primordialmente, habrá que darle la posibilidad a ese-hombre (al hombre real) que yace frente a nosotros –en la condición que fuere– de que nos pueda sorprender. Es decir, habrá que brindarle la posibilidad de que llegue a ser una «excepción». Apostar a que allí pueda producirse una variación, una diferencia: “… a los sujetos, para que sean sujetos, hay que plantearlos como sujetos.” –decía Osvaldo Umérez–.7 Y es esa la orientación de la cura, la cual, a mi entender, no significa otra cosa más que sostener una «conjetura». Una conjetura es también una creencia, una esperanza, una ilusión, una apuesta, una confianza; todos estos, nombres del deseo, y puntualmente, del deseo del analista. Es por ello que podríamos hablar del psicoanálisis como siendo una conjetura de la excepción.


1 Friedenthal, Irene. Descubrir el psicoanálisis, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2004. Pág. 22.
2 Ortega y Gasset, José. La rebelión de las masas. Colección El Arquero N ° 23, Ediciones de la Revista de Occidente S. A., Madrid, 1975.
3 Ortega y Gasset, José. Op. cit. Pág 158.
4 Lacan, Jacques. El triunfo de la religión: precedido de Discurso a los católicos. Paidós, Buenos Aires, 2005. Pág. 22.
5 Lacan, Jacques. Op. cit.
6 Lacan, J. “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 2, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2008.
7 Umérez, Osvaldo. deseo-Demanda, pulsión y síntoma, Psiqué J.V.E. ed., Buenos Aires, 1999. Pág. 100.

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