(Los buenos viejos tiempos)
Fabián Appel
Psicoanalista, Madrid
Fuente: http://www.psicoanalisisenelsur.org/num6_presentacion.htm
En tiempos ya remotos, un colega me comentaba con sorna indisimulada, que cada vez que “X” (prestigioso psicoanalista de la época) le enviaba algún paciente, indefectiblemente era uno de los clasificados como psicóticos. La derivación se acompañaba del comentario (se suponía auspicioso) de “es un magnífico psicoanalista… de psicóticos”. Mi colega, “elevado” a la categoría de psicoanalista de psicóticos, ingresaba sin saberlo en una lista que al oficio de psicoanalista le agregaba un distintivo de excelencia profesional. Así su “especialidad” podría sumarse a las de: niños, gerontes, de grupo, adolescentes. Psicoanalistas teóricos, clínicos y tantos etc. como mande la Universidad, Bolonia mediante. O mejor aún, el psicoanalista buscando ser diferenciado del psicoanálisis. Seguramente algo incomoda.
Ferenczi, del que Lacan dice “...el más auténtico interrogador de su responsabilidad de terapeuta (¡Horror, dijo “terapeuta”!), tanto como el escrutador más riguroso de los conceptos”.1 Ferenczi, ex–analizante de Freud, le propone al maestro que termine con la exclusión al que su propio invento le condenó (¿O acaso el psicoanálisis era solo para los otros?), y le ofrece convertirse en su analista.
De nuevo, algo incomoda. ¿Quién analiza?, pregunta Ferenczi, “el interrogador responsable, el escrutador riguroso”, descubriendo un síntoma en el nuevo síntoma que es el psicoanálisis.
El síntoma, lo que no funciona, lo que incomoda. ¿No alcanza con decir Psicoanálisis?, se le adjunta “clínico” y quienes hablan de clínica psicoanalítica se cuidan mucho de mencionar la palabra “psicoterapia”. Cuestión de palabras, se dirá, sin advertir que el psicoanálisis las agota de sentido para violentarlas hasta el sin-sentido. “Clínica psicoanalítica”, se enuncia con prisa, multiplicando el malentendido y adoptando una “verdad” común y bendecida por mayoría.
La condición ética del psicoanálisis contraría; incluso tratándose del discurso común de muchos psicoanalistas.
¿Pero qué contraría esta ética sino la función de un padre mitificante que asegura el valor de las palabras, transformando en soportable lo imposible de soportar?
Este ejercicio vela lo real y en lo que al psicoanálisis se refiere, transforma la ética de su clínica en una confrontación estética. Neurosis, Psicosis, Perversión... ¿y qué del intenso malestar de los síntomas actuales, desabonados de cualquier legalidad neurótica o bien ese desenfreno pulsional sin articulación a ningún significante que lo ordene?
Digamos de entrada, la clínica es palabra de larga tradición... en el saber médico.
Por supuesto, puede alegarse que nuestra clínica es diferente a la del médico que no renuncia a marcar diferencias entre normal y patológico, y que toda su práctica evita lo singular. Pero esto no es verdad.
Veamos que propone Theodore Sydenham en su concepto de enfermedad, allá por el lejano año de 1650. Sydenham preconiza un retorno a Hipócrates, se desinteresa de las teorías generales de la medicina y de sus concepciones de lo normal y lo patológico; recurre a la observación cuidadosa, es decir, la especificidad clínica de cada proceso. Por su parte, Canguilhem refiere que “con la Escuela de París (hablamos de mitad del siglo XVIII), la medicina ya no puede reconocer ningún sentido, ni siquiera poco serio y legítimo a más consideraciones de un orden tan general y más pretensiones universales que escapan de antemano a todo recurso a la observación y a toda posible refutación”.2
La medicina en su historia clínica hace débil el argumento que pretende sostener la clínica del psicoanálisis en la singularidad de los casos y disolución de la oposición normal – patológico.
De manera que podemos orientarnos en los supuestos de la clínica médica, pero ¿cuál es el significado que adquiere una clínica que se pretende psicoanalítica? Porqué llamar clínica a la práctica de un análisis cuando éste, el análisis, está íntimamente relacionado con la caída de las identificaciones, respondan estas a las teorías etiopatogénicas del dolor, a la descripción formal de los cuadros patológicos o bien a las infinitas clasificaciones y variantes de la nosografía, cuyo origen, nuevamente, no es otro que la psiquiatría y que por tanto sólo atañe a los pacientes psiquiátricos.
Emisiones del Otro, se dirá. Como se cree que el Otro siempre sabe, estos enunciados se tornan verdades incuestionables. ¿Acaso los psicoanalistas no se fabrican un “Otro” de la clínica con sus exclusiones y sus servidumbres?
¿Y qué dice Lacan de la clínica?
“Hay una cierta forma en el psicoanálisis de centrarse…llaman a eso la escucha, lo llaman clínica, lo llaman con todas las palabras opacas que se puede encontrar en ese caso. Porque se preguntan qué puede permitir poner el acento sobre lo que tiene de absolutamente específico el sabor de una experiencia…” Y hablando de las teorías que apuntarían a nombrar ese goce enigmático “…no hay que atarse a ninguna, sea que traduzcan las cosas en términos de instinto, de comportamiento…o en términos de topología lacaniana... ”3 El propio Lacan predicó con el ejemplo, aunque hizo nudos no se ató con ellos.
Así existan ideales terapéuticos con la universalidad que se quiera, tampoco obliga, en la suposición de una clínica psicoanalítica, a convertirse en un “cantamañanas esperanzador”4.
Admitamos, a despecho de las clasificaciones universitarias, que la praxis del psicoanálisis se mantiene en torno al enigmático deseo del analista. Digamos también que el así llamado deseo del analista trata de un saber hacer con la escucha y la palabra en el terreno de lo insoportable para el otro. Un lazo social consistente en un delicado y artesanal ejercicio “…que pone al amo al pie del muro de producir un saber”.5
Si el sujeto no es óntico, como se lee en el seminario 11; si el sujeto es ético, la clínica propia de este lazo social, la de lo real que habita el sujeto, tendrá esa misma sustancia ética.
Su problemática, la del sujeto, no es tanto que el saber se sustraiga a su conciencia, como que su aflicción es “cobardía moral”6, claramente expresada como rechazo “que no es del alma sino del pensamiento”, del lenguaje. Rechazo a un saber posible – imposible que es el inconsciente.
“En la más antigua tradición patrística, los pecados no son siete, sino ocho”. Uno de los que enumera Casiano es la acedía, tristitia, taedium vitae o también llamada desidia. “Así nombran los padres de la iglesia a la muerte que induce en el alma, vicio letal para el que no hay perdón posible (…) Y acaso ante ninguna otra tentación del alma dan muestra sus escritos de tan despiadada penetración psicológica y de tal puntillosa y escalofriante fenomenología”.7
Insistimos, no se trata del alma, sino del pensamiento, del lenguaje o de manera menos general, de los discursos. La praxis psicoanalítica, en términos de lazo social y posicionamiento.
Posicionarse es al fin identificarse con algo. Si ese algo es un síntoma nos encontramos frente a términos tan antagónicos como “identificación al síntoma”. No luchar contra lo que se sabe que es su síntoma, sino identificarse con el. El síntoma es lo que perturba, hace barrera, obstaculiza, pero también una respuesta a la falta en ser.
A lo largo de la historia la política, la religión, la filosofía intentaron dotar de una suplencia a esa falta en ser con multitud de semblantes que el análisis revela en su inconsistencia simbólico-imaginaria.
Identificación al síntoma es una frase que produce extrañeza y a la vez, consecuencia de un análisis, de un final de análisis.
¿Se trata de identificarse al sufrimiento, de resignación tal vez? De ningún modo, se dirá, de lo que se trata es de hacer algo con eso. Fórmula con la que no podemos estar más de acuerdo...salvo por un evidente contrasentido. La presencia de un real que interviene en el síntoma y que como tal no admite utilizaciones prácticas.
Las versiones cognitivo-conductuales del síntoma mantienen la ilusión de que su “doma”, la de lo real, es posible, tratándolo con un programa adecuado. En eso basan su afán terapéutico.
La realidad es una virtualidad de lo real que nunca lo supera, ni siquiera logra su equilibrio; y el síntoma “lo que no funciona”, es una experiencia de lo real, de lo no integrable, aquello que no puede ser utilizado.
En cuanto se produce una objetivación “científica”de la conducta, cualquiera sea su magisterio, química, neurobiológica o indicaciones para una mejor calidad de vida, estas fórmulas pasan por la simbolización más o menos interpretativa que las personas hacen de ellas. Esa misma simbolización introduce una brecha en la realidad, un real que intenta ser positivizado por el fantasma, que como mirada fascinada remite a potenciar un ideal.
Este movimiento y no el menosprecio, nos lleva a cuestionar las llamadas psicoterapias, cuyo “pragmatismo” nos conduce a callejones sin salida.
Entre la abundancia en expresiones sintomáticas que incomodan el ya casi olvidado confort de la experiencia analítica, encontramos la profusión de aquellas que entorpecen y aún más, las funciones básicas. Anorexias, bulimias, trastornos del movimiento, fibromialgias, todo un conjunto de síntomas aislados, refractarios a las fundamentaciones que se organizan en torno al Nombre del Padre, y que se diseminan como epidemias. (Sería interesante investigar si las amenazas de pandemia con que la O.M.S. nos agita, aparte del buen negocio que supone para las empresas farmacéuticas, no estaría secundariamente relacionada con la extensión planetaria de estos síntomas).
Nos hemos “servido”, como se dice “servirse del padre“, de esta clínica basada en el Nombre del Padre. En cualquier caso y con las objeciones que se puedan plantear en cuanto a que nadie se sirve de lo real, es por esa misma vinculación a lo real (el Nombre del Padre se anuda a lo inconsciente), que el “servirse de” puede ser tenido como un recurso, un modo de proceder al que uno accede con la sutileza o el talento del que más o menos dispone. Un recurso que no es inmutable. Puede haber otros.
De hecho, Lacan se sirve de su inventado Nombre del Padre como organizador y operador hasta que en el Seminario XVII “El reverso del Psicoanálisis” recurre a estructuras más singulares a las que llama discursos.
Corte importante respecto de una clínica con pretensiones universales, tomada en parte de la nosografía médico-psiquiátrica.
Pongamos algo de saber en el lugar de la verdad.
Nuevos síntomas es sinónimo de “inclasificables” respecto a las categorías que con ligereza aplicamos. A veces estos “inclasificables” ni siquiera se abrochan a una creencia transferencial. Síntomas ligados a la mercadotecnia y mucho menos vinculados a la familia (aunque proliferan de muchos tipos), como Otro transmisor de una ley.
La pulsión, las fobias, padre y madre, la subjetividad, que como tal se articula en la ley, aquello que ligaba a los síntomas en un conjunto llamado neurosis, en la sintomatología actual no abunda.
La novedad es que se trata de síntoma por síntoma, sin análisis que los acerca a lo descarnado de una falta de articulación. Los síntomas actuales, en su dispersión y con carácter epidémico carecen del vínculo entre el deseo inconsciente y una ley que lo contenga.
Abrir una vía hacia los límites, que facilite articular una legalidad para el analizante desde donde pueda escucharse. Una vía no ceñida a una clínica edípica al uso ¿sería psicoterapia –dicho esto en el peor de los sentidos?
El discurso actual exhibe una falta de coherencia. La coherencia necesaria para producir una subjetividad articulada, la mínima necesaria para producir un saber.
Ideaciones obsesivas, intensas angustias, disfunciones corporales, insomnios, manifestaciones todas acompañadas por la imposibilidad del propio sujeto de generar algún sentido sobre sus padecimientos. El síntoma cerrado sobre sí mismo, sin que dé lugar a una neurosis lograda, hace estéril el modo de lectura sintomática que se practica desde los tiempos de Freud.
En esta época de proliferación de síntomas sin anclaje ¿cómo inventar una clínica para un dispositivo analítico?
Establecer en consonancia con el deseo analítico una función de límite, se antoja indispensable para que el deseo no se confunda con la ocurrencia aleatoria, con el capricho sin más, en lo que esta época es pródiga. Capricho que ni tan siquiera pertenecería al clasicismo de la histeria donde, por ser articulado, encontraría su lugar.
No conviene emocionarnos con los viejos buenos tiempos, pero si Freud partió de los síntomas para formalizar estructuras, una clínica que se pretenda del psicoanálisis debería seguir su camino.
Sin responder a la demanda, al mejor estilo del deseo del analista, maximizando la separación entre el objeto y el Otro, aunque ofreciendo un cauce al deseo.
1 LACAN, J. “Del sujeto por fin cuestionado. Lectura estructuralista de Freud”. Ed. Siglo XXI. México 1971, pág. 54.
2 LANTERI-LAURA, Georges. “Ensayo sobre los paradigmas de la psiquiatría moderna”. Fundación Archivos de Neurobiología. Editorial Tríacas-Tela, pág. 140
3 LACAN, J. Seminario 15.El acto analítico. Clase 7. 24 – 01- 1968. Inédito
4 LACAN, J. “Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión”. Editorial Anagrama. 1977. pág. 131.
5 Ibíd, pág. 61.
6 Ibíd, pág. 107
7 AGAMBEN, G, “Estancias”. Editorial Pre-textos, 2001, pág.23 y sucesivas
miércoles, 30 de septiembre de 2009
“Cliniqueando”
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