domingo, 3 de agosto de 2008

::La elaboración lacaniana:

Marité Colovini

Es Lacan quien acentúa la oposición freudiana neurosis-psicosis hasta volverla excluyente.
Dentro de la estructura neurótica retorna también a la oposición histeria- n. obsesiva que a diferencia de la anterior, no es excluyente.
Si Lacan se presenta con la consigna de un “retorno a Freud”, lo hace con el propósito de reconducir el psicoanálisis por las vías abiertas por su fundador, vías que habían sido olvidadas por los psicoanalistas posfreudianos, especialmente en algunos puntos, tales como la primera tópica y la pulsión de muerte. (promoción del yo hasta lograr instalar la teoría del yo autónomo, caracterización del fin del análisis como identificación con el analista)
En el Seminario 4, se produce la recuperación de las que Lacan llama estructuras freudianas: neurosis, psicosis, perversión. Dentro de las neurosis, distingue n. histérica y n. obsesiva.
Ya hemos trabajado el uso por Lacan del término estructura. Aquí, por una parte asume las connotaciones que ese término recibió del estructuralismo ; y por la otra, designa que no se trata del nivel descriptivo de la clínica.
En el seminario XI, Lacan dice:

“Para asegurar un status teórico al psicoanálisis no basta en absoluto que un escritor tipo Fenichel reduzca todo el material acumulado de la experiencia a la banalidad, mediante una enumeración estilo gran colector. Es verdad que se han reunido cierta cantidad de hechos, y que no es desdeñable verlos agrupados en unos cuantos capítulos: se puede tener la impresión de que, en todo un campo, todo esta explicado de antemano. Pero el análisis no consiste en encontrar, en un caso, el rasgo diferencial de la teoría, y en creer que se puede explotar con ello por qué su hija está muda, pues de lo que se trata es de hacerla hablar, y este efecto procede de un tipo de intervención que nada tiene que ver con la referencia al rasgo diferencial.

El análisis consiste justamente en hacerla hablar, de modo que podría decirse que queda resumido, en último término, en la remisión del mutismo, lo cual se llamó, durante un tiempo, análisis de las resistencias.

El síntoma es, en primer lugar, el mutismo en el sujeto que se supone que habla. Si habla, se curó de su mutismo, por supuesto.

Pero ello no nos dice para nada por qué se puso a hablar. Nos designa solamente un rasgo diferencial que, en el caso de la hija muda es como era de esperarse, el de la histérica.
En efecto, el rasgo diferencial de la histérica es precisamente ese: en el movimiento mismo de hablar, la histérica constituye su deseo. De modo que no debe sorprender que Freud haya entrado por esa puerta en lo que, en realidad, eran las relaciones del deseo con el lenguaje, y que haya descubierto los mecanismos del inconsciente.”[1]

Me detengo en esta cita ya que se trata de un párrafo muy explicativo de varias cuestiones.
En primer lugar, vemos que Lacan está tratando de definir cuál es el estatuto teórico del psicoanálisis, diciendo que no es el de la descripción ni el de la explicación.
Describir, sería resaltar el rasgo diferencial y así procede la psicología, pero también a veces hay en la transmisión del psicoanálisis una cierta psicologización que consiste en tomar el lenguaje o los términos psicoanalíticos para describir o explicar fenómenos.
Lacan dice que el psicoanálisis consiste precisamente en una intervención que consiste fundamentalmente en deshacer el nudo del síntoma que, justamente, impide al sujeto el hablar. Consideren que aquí el mutismo está tomado metafóricamente, en tanto se trata de lo contrario del decir. O sea: el mutismo es entonces tomado en esta cita como el equivalente del síntoma a nivel del sujeto: o sea algo que está allí e impide que el goce pase al discurso, y en ese pasaje que es también un pasaje de un registro a otro, se produzca un efecto subjetivo. Lacan dice también que se trata de una intervención sobre el mutismo, tomado como síntoma, en tanto hay operando la suposición de que se trata de un sujeto que habla. Esto es importante, y me parece que es a retener: la suposición del sujeto que habla. Creo que esta suposición distingue al psicoanalista de otros practicantes. No estoy diciendo que desde otras prácticas se desconozca la propiedad del uso del lenguaje del ser humano, sino que hay una especificidad en la práctica del psicoanálisis que parte de la suposición del sujeto que habla. Esta suposición es importante, ya que el sujeto sólo puede ser supuesto y es por esta misma suposición que llega a producirse el efecto discursivo que llamamos sujeto. Vean que distingo aquí: suposición de un sujeto que habla de efecto sujeto. Es sólo a partir de la suposición de un sujeto que puede instalarse el lazo discursivo del que el sujeto del inconsciente es efecto.

Con respecto a la referencia al estructuralismo, llamar estructuras a los cuadros clínicos freudianos, incluye la referencia a la estructura de la palabra y del lenguaje y, en especial, al ser presentadas como estructuras subjetivas, implica que el sujeto resulta un efecto de esa estructura y de sus diferentes componentes (cadena significante, demanda, deseo, pulsión, goce, fantasma, defensa, etc.). Más tarde, el acento en la lingüística que caracteriza la primera parte de la enseñanza de Lacan, será desplazado hacia la lógica y la topología y, por lo tanto, la estructura resultará definida en función de las nociones de estas dos disciplinas.
Vemos que el retorno a Freud y a sus conceptos no implica volver a los enunciados de los conceptos freudianos y simplemente repetirlos, sino que supone una elaboración y una transformación a partir de nuevos conceptos y teorías. Entre ellos, fundamentalmente la instancia de la subjetividad, que no existe en el pensamiento freudiano. No es lo mismo plantear las cosas en términos de aparato psíquico que en términos de estructura de la subjetividad. Es una modificación de los conceptos de Freud que, en lugar de destacar la instancia del yo, como vimos que hicieron algunas corrientes psicoanalíticas posfreudianas, pone el acento, sobre todo al comienzo de su enseñanza, en la instancia del sujeto. Como veremos, el resultado es bien diferente
.
En esta perspectiva, las estructuras clínicas son concebidas como diferentes modos de constitución del sujeto, diferentes modos de ser sujeto e implican, distintas posiciones del sujeto en relación con los diferentes componentes de la estructura. Como tales, no se superponen con los hechos patológicos, pero estos, cuando surgen: neurosis, psicosis o perversiones, se forman según las características propias de cada una de estas estructuras.
De esto resultan algunas ambigüedades, pero también la posibilidad de nuevas distinciones en el uso de la clínica ya que, por ejemplo, diagnosticar una estructura psicótica, no es equivalente a diagnosticar psicosis, diagnosticar una estructrura obsesiva, no es equivalente a diagnosticar neurosis obsesiva. Aunque la neurosis no se haya desencadenado (desde su posición estructural y por lo tanto sincrónica, Lacan recupera la posición diacrónica de Freud) de todos modos podemos reconocer la posición obsesiva de un sujeto a través de múltiples índices. Por ejemplo, por la forma de respuesta a las demandas del otro, por la modalidad de su deseo. Es decir, que el término estructura subjetiva no sustituye al término neurosis, ni tampoco el de carácter.
En cuanto a esta última dupla, neurosis y carácter, que los posfreudianos terminaron por poner en continuidad, Lacan también lo hace, pero al revés.
No entiende las neurosis ni los síntomas neuróticos como carácter y rasgos de carácter, sino que trata a éstos últimos como si fueran síntomas. La extensión del concepto de síntoma es muy amplia, sobre todo en la primera parte de su enseñanza, en la que se aplica a cualquier manifestación de la subjetividad: todo lo que es interpretable es tratado como un síntoma. Y en este sentido, Lacan no retrocede ni ante la conducta: hay conductas obsesivas, pro ejemplo, las hazañas y proezas, que son analizadas como síntomas.

Retornar a Freud, implica también volver a sus historiales, lectura que Lacan no dejó de hacer en ningún momento de su enseñanza. Cuando joven psiquiatra, en su tesis de doctorado sobre la paranoia, usó el método d e exponer detalladamente un caso para que sirviera como paradigma de una entidad clínica. Luego, hizo de Dora el paradigma de la histeria, del H. de las Ratas el paradigma de la neurosis obsesiva y a Schreber de la psicosis.

Las estructuras subjetivas, la demanda y el deseo:

Los primeros seminarios corresponden al momento en que Lacan introduce, en la lectura de Freud, la perspectiva estructuralista. De F. de Saussure, reproduciendo en el psicoanálisis un movimiento semejante al que produjo C. Levi-Strauss con una antropología estructural. De este modo incorpora la distinción entre lenguaje y habla (palabra), el significado como efecto de la articulación entre significantes y, un poco después, a partir de otros desarrollos de la lingüística contemporánea, los conceptos de metáfora y metonimia que resultarán decisivos para la formulación de la metáfora paterna, operación que es específica de las estructuras neuróticas.

En los Seminarios 4 y 6, período en que predomina la estructura de la palabra más que la del lenguaje, es decir, que toma en cuenta la relación del que habla con su interlocutor y deja un poco de lado la relación de los significantes entre sí y con el significado-perspectiva que alcanzará el primer plano un poco más tarde en la enseñanza de Lacan, va a tratar de la relación del sujeto con el otro en su doble vertiente: imaginaria (con el otro, el semejante) y simbólica (con el Otro, lugar de la palabra).
El esquema L representada gráficamente esta estructura, donde esos ejes, imaginario y simbólico, se entrecruzan.
Con este modelo como instrumento, se introduce y analiza la dialéctica de la necesidad, la demanda y el deseo. El registro simbólico impone al sujeto, para satisfacer sus necesidades, dirigirse al otro con un pedido que no puede formular sino con significantes. En esto consiste la demanda, que no puede formularse sino con los significantes que existen previamente en el Otro. De allí que el sujeto dependa del Otro tanto para satisfacer la necesidad misma, como para disponer de los significantes de la demanda. La respuesta del otro, aún en el caso de aceptación, se produce siempre sobre el fondo de la posibilidad de su rechazo. De este modo, el Otro, y sobre todo la madre que es quien en primer término ocupa ese lugar, queda ubicado en una posición de omnipotencia, en el lugar del amo que puede aceptar o rechazar la demanda del sujeto. De allí que ésta se duplique: más allá de la demanda particular y en cada una de ellas. El sujeto demanda la buena disposición de la voluntad del otro, esto es, la demanda de amor.
A su vez, como los significantes de la demanda nunca coinciden exactamente con la singularidad de una necesidad, la frustración de la necesidad se impone por estructura. Aunque el sujeto interpreta que provine de la respuesta del Otro: cree que éste se rehúsa a satisfacerla. Lacan destaca el término freudiano Versagung, que ha sido traducido por frustración, como si solo se refiriera a la necesidad misma que queda insatisfecha, y que deja de lado la dimensión del sagen, del decir, que sólo tiene lugar en la relación con el Otro de la palabra quien, por la omnipotencia supuesta originariamente, aparece como el que rehúsa dar la satisfacción. Surge así el deseo, que representa el intento de recuperar la singularidad perdida de la necesidad, en su pasaje a través del significante de la demanda. El deseo no coincide con el significante, siempre lo desborda, se ubica entre sus intervalos y, sobre todo, en el intervalo que hay entre los dos niveles de la demanda: el deseo está más allá de cada demanda particular, pero mas acá de la demanda de amor.

De este modo, a través de esta red conceptual que apenas he esbozado brevemente, la estructura obsesiva es presentada por Lacan, en este período, en términos de la demanda y del deseo en la relación del sujeto con el otro y el Otro.
Por ejemplo, la destructividad del obsesivo, a la que tanta importancia otorgó el psicoanálisis posfreudiano. Lacan sostiene que no debe entendérsela como una mera tendencia natural sino inmersa en un hecho de lenguaje. No es un impulso en bruto para destruir al otro, sino que está formulada verbalmente, articulada a un anhelo de muerte. Se trata del deseo de la muerte del otro, y aún de la demanda de muerte del Otro, como
se ve claramente en el texto de los temores obsesivos del Hombre de las ratas, donde queda explícitamente articulada: “si hago tal cosa mi padre y la dama morirán”.
Así, la ambivalencia obsesiva queda planteada, en términos de demanda, como una demanda de muerte del Otro y una demanda de amor que va en el sentido exactamente contrario, ya que el amor tiene el efecto de hacer existir al Otro. Esto es exactamente lo que Lacan llamará, en el Seminario 5, el callejón sin salida de la estructura obsesiva: es irresoluble, en la medida en que se trata de dos términos contradictorios se impone la lógica de la imposibilidad, la satisfacción de uno impide el cumplimiento del otro.

“…..si la demanda es algo que representa para el sujeto obsesivo esta suerte de callejón sin salida de donde resulta lo que se llama impropiamente ambivalencia, que es ese movimiento de balanceo o de columpio en el que el obsesivo es reenviado como a las dos puntas de un callejón del que no puede salir. Si efectivamente esta demanda de muerte como lo articula el esquema, necesita ser formulada en el lugar del Otro, en el discurso del Otro, no es simplemente en razón de una historia en la que la madre haya sido el objeto de ese deseo de muerte a propósito de alguna frustración . La demanda de muerte en tanto que concierne a ese Otro porque el es el lugar de la demanda, implica la muerte de la demanda.”[2]

Y prosigue Lacan diciendo:

“La demanda de muerte no puede sostenerse en el obsesivo en tanto está organizada según las leyes de la articulación significante, sin en ella misma conllevar esta especie de destrucción que llamamos aquí muerte de la demanda. Está condenada a ese balanceo sin fin, que desde que ella esboza su articulación se extiende y allí yace el fondo de la dificultad de articulación de la posición del obsesivo”.[3]

Es interesante cómo Lacan aquí sitúa el impasse obsesivo, ya que si bien se dirige a destruir al Otro, requiere de éste Otro para sostener su deseo. Finalmente, se expresa también en el modo de pedir del obsesivo, que resulta insoportable para el otro.
Lacan relaciona el modo de relación del obsesivo con el otro a través de la dialéctica del amo y el esclavo hegeliano. Hacia el final del seminario I dice que el obsesivo espera la muerte del amo y que esta espera se interpone entre él y la muerte. Cuando el amo muera todo empeorará. Volverán a encontrar en todas sus formas a esta estructura. El amo, dice Lacan, está en una relación mucho más abrupta con la muerte, ya que está en una posición desesperada: nada tiene que esperar sino su propia muerte, ya que nada puede esperar de la muerte del esclavo, salvo algunos inconvenientes.
Lacan dice entonces que el obsesivo no asume para nada su ser para la muerte. Esto él lo pone en suspenso. Y esto es lo que hay que mostrarle.
O sea: este anhelo de muerte se combina con la posición temporal del obsesivo: la espera y la postergación. El obsesivo encuentra en el otro a su amo y como un esclavo, vive esperando su muerte. Cultiva la creencia, ilusoria, de que, cuando el otro muera, podrá vivir a su manera o mejor, podrá comenzar a vivir.
Estas indicaciones de Lacan, se refieren a la posición del sujeto en la estructura, pero sirven al nivel más raso de la clínica: el marido obsesivo, que anhela la muerte de su mujer para empezar a disfrutar la vida, el hijo obsesivo que fantasea todo lo que podrá hacer después de la muerte de su padre. Esta posición de espera es una coartada del obsesivo para no comprometerse en su deseo. Atribuye al Otro el impedimento de su conducta, para desligarse así de su responsabilidad en la vida. Se protege en esa creencia para no correr riesgos, y, en especial, el del deseo. El obsesivo evita el acto, determinado por el deseo.
Tenemos aquí traducida, en términos de intersubjetividad, la tesis freudiana, formulada en términos metapsicológicos, de que la desviación hacia el pensamiento del gasto de energía destinado al actuar, constituye la esencia de la obsesión.
Creer que el impedimento viene del Otro no es la única coartada que usa el obsesivo ante el deseo. También usa la creencia en su propia impotencia. Aunque resulte objeto de sus quejas y lamentos, el obsesivo cultiva su impotencia, cree que no puede, para postergar su deseo o para evitar encontrarse con el deseo del otro. Cuando el deseo obsesivo es deseo del Otro sexo, también usa la coartada de su homosexualidad. Las fantasías de homosexualidad en el obsesivo siempre son coartada para aliviarse de la angustia en el encuentro con el deseo d el otro en las relaciones con el Otro sexo. Tienen una función imaginaria de coartada exactamente como la espera de la muerte del amo. Interpretarlas en la cura como homosexualidad latente y no como fantasma usado como justificación, es haber entrado ya en la trampa del juego de coartadas obsesivas.

Otra manera de evitar el deseo del otro, es reducir el deseo a la demanda. En cualquiera de las formas de la demanda: pedido, orden, exhortación, autorización, prohibición. De allí que el obsesivo viva pidiendo permiso y haciéndose autorizar por el Otro. O la inversa, espera sus prohibiciones. Se hace pedir por el otro y se ocupa en satisfacer la demanda del otro. Al obsesivo le encanta que le pidan, dice Lacan. Son distintas maneras de hacer existir o sostener al Otro.
Hay otros dos recursos para sostener al Otro de la demanda: el desafío y el regalo. Ambos contribuyen a darle consistencia. El regalo, un don del sujeto al Otro, se ubica en el centro de las conductas oblativas del obsesivo. En cuanto al desafío, se relaciona con una conducta delimitada por Lacan como característica del obsesivo: la hazaña o la proeza, en la cual se detiene para analizar la estructura que la distingue: Se la podría llamar también record, querer hacer algo fuera de lo común que quede registrado. Para ganar un desafío hace falta un rival, un semejante, peor no es suficiente. El obsesivo se pone toda clase de tareas duras, agotadoras, que habitualmente consigue llevar a cabo con éxito. Peor lo que está en juego no es la satisfacción en su realización misma, sino el premio, el permiso, el reconocimiento del Otro. Ya Freud señalaba que en estos casos el valor erótico surgía del destinatario: ¿a quién está dirigida esta proeza? En el análisis de la estructura de la hazaña no cabe encandilarse por la existencia del rival imaginario que, en definitiva no es el que cuenta, sino que hay que localizar al Otro, al tercero, aquel para el cual el sujeto actúa y al que, como espectador invisible, le ha sido adjudicado el papel de contar, de registrar el récord. Estas hazañas parecieran convocar, en alto grado, la libido del sujeto, sin embargo nunca implican verdaderos riesgos. Por el contrario, se ejercen siempre en las áreas tan alejadas de lo que pondría en juego el deseo del sujeto y, de este modo, constituyen otra forma de evitarlo.
A partir del Seminario 7, Lacan, al analizar detenidamente la teoría freudiana del parricidio original, concluirá que en el obsesivo se conjugan muy bien el deseo de muerte y el amor hacia el padre, ya que este funciona muy bien en esa estructura como padre muerto. La muerte del padre no implica su destrucción, sino su triunfo póstumo, según el mito freudiano de la horda primitiva, la instauración de la ley, su eternización. De allí que Lacan termine por considerar este mito, a cuya lectura y análisis vuelve una y otra vez, como característico de la estructura obsesiva. También se ve conducido a distinguir el significante del nombre del padre (es decir el padre muerto) del padre real, que sostiene la función paterna, del viviente que ejerce como padre.

La insatisfacción y la imposibilidad del deseo:

En el Seminario 6, El deseo y su interpretación, Lacan ya no se detiene tanto en subrayar la reducción del deseo a la demanda en el obsesivo, sino que se centra en la estructura misma del deseo. Insatisfacción e imposibilidad son dos características estructurales del deseo que resultan acentuadas de modo diferente en las dos posiciones neuróticas: en la histérica, para sostener el deseo, el deseo cultiva la insatisfacción, especialmente ene l deseo del otro; en la obsesiva, se apoya en la imposibilidad misma del deseo. Asimismo, mientras el histérico acentúa el lugar del Otro como lugar del deseo, el obsesivo promueve la relación con el objeto como condición absoluta del deseo.
En primer lugar, esto indica que en la histeria, el sujeto se acerca, busca, produce situaciones en que su deseo se pone en juego. Siempre en relación con algún Otro porque el deseo siempre es deseo del Otro. El deseo humano, insiste Lacan desde su época hegeliana, no es solamente desear algo, es desear el deseo del otro. La manera de mantener y estimular el
deseo es justamente a través de su insatisfacción y por lo tanto se trata también de la insatisfacción del deseo del Otro.
La imposibilidad, en cambio, implica como consecuencia el alejamiento de los lugares, momentos y situaciones en que el deseo está en juego. En primer lugar, se verifica en relación con los obstáculos que genera la neurosis obsesiva en cuanto a la puesta en juego del deseo. Se lo ve muy claramente en las neurosis obsesivas avanzadas, en sus grandes restricciones que llegan hasta la paralización. Pero también forman parte de la vida cotidiana de cualquier obsesivo, cuya trama está armada con limitaciones, obstáculos, estorbos, postergaciones, sea que el sujeto sufra por ellas, o que pasen totalmente inadvertidas.
Pero sobre todo conviene entender la imposibilidad en su sentido lógico.
Esto es muy distinto a la insatisfacción histérica. La bella carnicera se prohíbe comer caviar, con lo que mantiene vivo su deseo, un deseo que conserva la posibilidad de ser cumplido según ciertas contingencias. En el obsesivo, al contrario, son los términos mismos en que está planteado el deseo lo que lo tornan imposible.
La imposibilidad siempre apunta hacia lo real. Lo que ocurre en el obsesivo es que explora mucho las imposibilidades y sierre queda detendio en ellas.
La histeria acentúa la vertiente del deseo, que es el deseo como deseo del Otro.
La neurosis obsesiva acentúa la otra vertiente del deseo, la del objeto, del fantasma. Aquí queda puesto en primer plano la posición del deseo del sujeto con el deseo del Otro. Podemos hablar de un oposicionismo específico obsesivo en el sentido en que el obsesivo hace del objeto de su deseo una condición absoluta que se la impone al Otro. Esto es muy claro en los niños que cuando grandes van a ser obsesivos: la manera en que piden las cosas. No es que pidan cosas raras o excepcionales, no es el contenido de lo que piden es por la manera en que lo hacen, es una manera insistente de pedir que hace que a los padres les resulte intolerable ese pedido exigente, en el que hay que acomodarse exactamente a lo que
se pide. Lacan definió que el deseo transforma la incondicionalidad de la demanda en condición absoluta. Es aquí donde hay que ubicar al objeto, el a, como causa del deseo. De allí, mientras que el histérico acentúa el lugar del Otro como lugar del deseo, el obsesivo acentúe el objeto como causa del deseo.




La pregunta:

Hay dos clases del Seminario 3 donde Lacan explora la pregunta histérica y la obsesiva.
Aquí hay que ubicar que Lacan se está refiriendo al registro del síntoma a partir de estas preguntas. O sea: que en cada una de estas neurosis, su síntoma en realidad va a escribir su pregunta. Es en el síntoma, en su interpretación, donde veremos surgir la pregunta del sujeto. No necesariamente es una pregunta a cielo abierto. Aunque a veces a parece de manera manifiesta, siempre que se la sepa reconocer.
No necesariamente el neurótico obsesivo hace la pregunta por el ser al modo de Hamlet: ser o no ser, esa es la cuestión. Sin embargo se presentan de maneras que son reconocibles.
Un analizante se pasaba mucho tiempo de su análisis peguntándose acerca de su elección de carrera: “¿tengo que ser tal o tengo que ser tal otro cosa?” creo que no es importante de qué carreras hablaba, sino que lo importante es detenerse justamente en el “tengo que ser”·Aquí podemos ver también operando una ilusión acerca de encontrar en verdadero ser.
Una analizante sueña con una fiesta en la que debe atravesar una multitud de personas para arribar a donde supuestamente se encuentra lo que busca.
Mientras se ocupa de pasar, advierte que esas personas que le impiden el paso son travestis y que lo que busca , el lugar donde están los hombres, se encuentra despoblado cuando al fin consigue llegar. Su pregunta circula entre los polos de hombre y mujer, con la complicación de los disfraces, de las/los “trabas” en su paso, de su demora en llegar al lugar que la haría encontrarse con el objeto de su deseo, lugar que además se encuentra vacío cuando llega.
Lacan hace un esfuerzo por mostrar cómo estas preguntas no son contingentes y en hacer perceptible la articulación estructural de estas preguntas, es decir que no resulta arbitrario que surgen estas y otras no, debido a lo que él llama falla del significante.
Hay dos fallas, dos imposibilidades en el significante. Y estas fallas se refieren a la imposibilidad de significar al ser y en la imposibilidad de recubrir lo real de la diferencia de sexos.[4]
Dada la inexistencia del significante que represente al sujeto, el sujeto queda dividido entre los elementos del discurso. ¿Qué lo rescata de tal división? El fantasma. Dado que desde el otro sólo puede provenir la pregunta, se puede utilizar esta pregunta como soporte y sostén. Se puede tener la impresión de que la pregunta ¿Qué soy? ataca la consistencia y el ser (por eso se la evita)Lo que Lacan propone es que dada la inconsistencia del ser del sujeto, la pregunta misma puede funcionar como soporte, o sea cumplir la función de pantalla y de superficie de proyección del fantasma.
Pero acá conviene detenerse en señalar que se trata de la función misma de la pregunta como un vacío encerrado entre los signos ¿? y no del texto o del contenido. Es universalizable la pregunta como función, y particular cómo se sostiene en cada sujeto.
Ahora bien, la pregunta puede no ser sabida por el sujeto, pero no es en sí misma inefable, está articulada en significantes. Esto es lo que da razón de la operancia del psicoanálisis.
La forma de la pregunta ¿Qué soy ahí? Articula dos cosas:
-el que se trate del discurso del Otro: ahí.
-y al mismo tiempo es una pregunta respecto del sujeto:¿quién soy ahí?
Además, Lacan dice que esta pregunta tiene dos vertientes, una remite al sexo y la otra a la contingencia en el ser.
Sexo: ¿hombre o mujer?
Contingencia en el ser:¿vivo o muerto?
Ambas se conjugan con los misterios de la procreación y de la muerte.
Estas preguntas existen entonces si se anudan los símbolos de la procreación y de la muerte que son, respectivamente: el símbolo fálico y el Nombre del padre.
La existencia de la pura pregunta es la manifestación tanto de la castración en el Otro como del no-todo del Otro y cualquier texto que ella reciba lo oculta, o sea, se comporta como el velamiento que aporta el fantasma a la pregunta ineliminable: ¿Qué soy ahí?





[1] Jacques Lacan, Seminario XI, Clase 1, del 15 de enero de 1964.
[2] Lacan, J. Seminario 5. Las formaciones del inconsciente. Clase 29, del 2 e julio de 1958.
[3] Ibidem.
[4] Ver Lacan, Jacques, Escritos: De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis.