Notas para un análisis de las categorías de normalidad y patología en el discurso
psiquiátrico-político
Alejandra Gabriele
Notas para un análisis de las categorías
de normalidad y patología en el
discurso psiquiátrico-político
“Una oveja de manso carácter preguntó a un carnero de buen juicio:
-¿Qué es ser loco?
El carnero, después de haber significado hasta tres veces
consecutivas su grave preocupación frontal, por medio
de tres movimientos pendulares de la cabeza, respondió:
-Loco es todo aquel que no es carnero.”
Leopoldo Lugones
Estas notas son el boceto de una reflexión que se inicia al pregun-tarnos por la frontera que distinguiría entre normalidad y patología en la producción del discurso científico de las ciencias naturales y sociales y en las cuestiones que giran en torno a las implicancias sociales de estas categorías. Dichas reflexiones tienen lugar en el marco de un trabajo de investigación sobre el discurso psiquiátrico, político y ético acerca la locura en la Argentina de la primera mitad del siglo XX.
Si entendemos la historia de la ciencia como un sistema abierto, en continuo movimiento, en el que se ordenan y desordenan una pluralidad de normas de acuerdo a las configuraciones históricas de cada época, cabe que nos preguntemos, desde nuestro contexto histórico, por la significación que tienen para el campo psiquiátrico y político las categorías de normalidad y patología.
El universo discursivo en el que se produce una teoría científica acerca de la locura, supone un discurso inserto en una totalidad social que determina su peculiaridad y en el que se expresan las contradicciones y la conflictividad que son propias de la realidad social, así como la coexisten-cia de diversos discursos. Esta es la razón que nos permite hablar del cruce de categorías científicas, socio-políticas y éticas provenientes de diferentes campos teóricos (medicina, psiquiatría, política, ética) cuando tratamos el tema de la locura
En este universo, los discursos referidos de los diferentes campos teóricos se organizan de una manera determinada. En el caso del discurso acerca de lo normal y lo patológico, tratamos de observar de qué modo se lleva a cabo, entre el discurso médico-psiquiátrico y el discurso ético-político la asimilación del discurso otro, si se lo elude o se lo excluye. En términos foucaultianos, se trata de los modos en que se ejercen los procedimientos de control y delimitación del discurso como sistemas de exclusión.
Quien ha planteado la dicotomía normalidad-patología, desde un análisis crítico de la historia de la ciencia, en el ámbito de las ciencias de la vida y la filosofía es el epistemólogo francés George Canguilhem, que considera que sólo mediante la referencia al entorno o a las condiciones de existencia en las que se dan la buena salud y la enfermedad, puede sostenerse la diferenciación entre ambas. Dice:
Del mismo modo que en la guerra y en la política no hay una victo-ria definitiva, sino una superioridad o un equilibrio relativos y preca-rios, lo mismo, en el orden de la vida, no hay resultados que radi-calmente desvaloricen otros ensayos haciéndolos parecer faltos de algo.
Esto significa que en el contexto de la vida “el término ‘normal’ no tiene ningún sentido propiamente absoluto o esencial.” , sino relacional. Como en las analogías hechas por Canguilhem entre el mundo de la vida y la dimensión social de la guerra y la política, será el entorno o el contexto el marco en el que se definirá, de modo provisorio, lo entendido como normal, y aquello que quede excluido de este concepto será lo patológico. Así lo patológico aparece como lo otro diferente de lo normal, aquello que no puede ser interpretado como tal. Esta distinción está expresada con claridad en las siguientes palabras de Canguilhem:
... no podemos decir que el concepto “patológico” sea el contrario lógico del concepto de “normal”, porque la vida en el estado patoló-gico no es la ausencia de normas sino la presencia de otras normas. Con el máximo rigor, “patológico” es lo contrario vital de sano y no lo contradictorio lógico de “normal”.
En esta cita ha incorporado un concepto clave: el de norma, que nos permite observar cómo se van dando los cruces categoriales entre distin-tos discursos . Si la norma es entendida como el modelo que se tiene en cuenta al actuar; si es la regla que regula la conducta social, ¿qué modelo de “actuación” o de “actos” representa la locura para quedar fuera de lo considerado “normal”?
Vamos a centrarnos en esta idea de lo patológico como la presencia de otras normas. De esta manera, nuestras inquietudes en torno a la locura entendida como una patología social tienen que ver con preguntar-nos cuáles son las condiciones que hacen que ciertas normas sean consi-deradas como tales mientras que otras no. Y preguntarnos también cuáles son esas otras normas que entran bajo la categorización de enfermedad mental que hacen del individuo enfermo un sujeto excluido de los roles sociales “normales”, y en consecuencia, excluido también de su condición de ciudadano. Para esto conviene que recordemos cómo la locura pasa a conceptualizarse como enfermedad mental y que orden supone este disciplinamiento médico en el orden social.
No siempre, a lo largo de la historia de Occidente, el loco fue un “alienado” en el sentido de aquel que se encuentra en una situación de extrañamiento o alejamiento respecto de las normas de una sociedad. Recordemos con Canguilhem:
La Edad Media no es denominada así por haber dejado coexistir los extremos, es la edad donde uno ve vivir en sociedad los locos con los sanos y los monstruos con los normales. En el siglo XIX, el loco está en el asilo donde le sirve para mostrar la razón, y el monstruo está en el frasco del embriólogo donde le sirve para enseñar la nor-ma.
El contexto histórico que sirvió de marco para el “encierro” de la lo-cura en la categoría de enfermedad mental, fue la explosión demográfica del siglo XVIII. A fines de este siglo, se produce en el mundo occidental una importante transformación en la organización social, política y estatal de las sociedades capitalistas. En esta forma de desarrollo económico y social, aquel que no está inserto en el mundo del trabajo no puede ser tolerado. Este fenómeno social necesitó de un ordenamiento o disciplina-miento del espacio social, convertido en un “cuerpo social” de realidad biológica, que como tal, exigía la intervención de un tipo de saber que se ocupara de sus patologías. Así se generó el campo propicio para el surgi-miento de centros destinados al encierro y la emergencia del saber médico y psiquiátrico.
Aquellos centros que desde la Edad Media se ocupaban de asistir a los pobres al tiempo que separaba y excluía a los individuos peligrosos, con el advenimiento del capitalismo industrial, se transforman en un sistema hospitalario.
La primera gran organización hospitalaria en Europa aparece en el siglo XVII en los hospitales marítimos y militares. Estas instituciones se convirtieron en modelos de organización debido a las reglamentaciones económicas cada vez más estrictas del mercantilismo y al valor del hom-bre que iba en aumento. La capacidad y la formación del individuo empie-zan a cobrar importancia social. La medicalización de los hospitales suponía la introducción de mecanismos disciplinarios que ordenaran y vigilaran el espacio confuso de estas instituciones. Foucault lo explica claramente cuando señala que: “La disciplina es ante todo un análisis del espacio, la colocación de los cuerpos en un espacio individualizado que permita la clasificación y las combinaciones.”
Pero el hospital como instrumento terapéutico destinado a curar al enfermo, data recién de fines del siglo XVIII. Esto se debe a la introduc-ción de la medicina en los hospitales que supone transformaciones respec-to de la percepción y concepción del espacio que son de fundamental importancia para comprender cómo el saber médico instala categorías tales como lo mórbido y lo sano o lo normal y lo patológico para la prácti-ca teórica de diversas disciplinas en una sociedad.
A partir de este momento la medicina moderna deposita en el ojo la fuente de claridad que abre la verdad, se constituye el espacio de la experiencia como espacio de la mirada atenta en el que se observa la superposición del espacio de configuración de la enfermedad y el espacio de localización del mal en el cuerpo en un solo plano, según el modelo de la medicina clasificadora de estructura plana.
A finales del Siglo XVIII y principios del XIX, se produce una trans-formación en la percepción del espacio que se vuelve complejo, tridimen-sional y exige una triangulación sensorial que incluye, a parte de la vista, el tacto y el oído. Conduce a una nueva configuración del saber médico como una gran figura esférica, que en la circulación de su mirada distribu-ye su saber a la experiencia cotidiana.
Se trata de la penetración del espacio médico en el espacio social. De esta manera, la presencia de la mirada médica en el espacio social, construye una red que ejerce una vigilancia constante y establece un marco conceptual modelo para el estudio de la vida de los grupos y las sociedades, de la raza o la “vida psicológica” que se estructura a partir de la oposición entre lo sano y lo mórbido, lo normal y lo patológico.
De esta manera, la transformación sufrida en la práctica médica in-fluye en la configuración de los nuevos hospitales. La disciplina se entien-de a partir de este momento como intervención sobre el medio. Esto en combinación con el poder disciplinario harán que la institución hospitalaria se caracterice por una determinada localización y distribución interna de acuerdo a la seguridad sanitaria, por una transformación del sistema de poder en el que el médico asumirá la responsabilidad de la organización hospitalaria, se organizará un sistema de registro permanente de todo lo que ocurre que junto con los registros del médico constituirán una fuente documental de gran importancia para la formación de nuevos médicos.
En este nuevo orden que ha instalado la introducción del saber mé-dico en los hospitales y que alcanza al medio social, el loco, como fenó-meno que se encuentra excluido de la producción económica (trabajo), de la reproducción de la sociedad (familia), del sistema de producción y circulación de símbolos (discurso) y de la producción lúdica (juegos o fiestas), es sustituido por la figura del enfermo mental. Como bien señala Foucault: “El enfermo mental no es la verdad por fin descubierta del fenómeno de la locura, es su avatar propiamente capitalista en la historia etnológica del loco.” . Sigue siendo el mismo individuo excluido de los cuatro sistemas sociales antes mencionados, pero la categoría de enfermo lo ha convertido en alguien que debe ser curado para introducirse en el circuito del trabajo.
Junto con la aparición del enfermo mental aparece también una figu-ra nueva para la cultura occidental: el psiquiatra. Se trata de una nueva categoría social destinada a la hospitalización psicológica (de la orgánica ya se encargan los médicos tradicionales), como una instancia más en el disciplinamiento de la sociedad. La importancia de la psiquiatría residirá en su funcionamiento como una forma de higiene pública que se ocupará de aquellos individuos peligrosos que amenazan el orden de las nacientes sociedades de tipo industrial. En palabras de Foucault: “La psiquiatría del siglo XIX, por lo menos tanto como una medicina del alma individual, fue una medicina del cuerpo colectivo.”
En Argentina, la explosión demográfica tiene su origen en la impor-tante entrada de inmigrantes europeos (italianos, españoles, polacos) durante los últimos años del siglo XIX. Este es el marco histórico en el que unos de los exponentes del discurso médico psiquiátrico argentino como es José Ingenieros, señala los aspectos nocivos de este crecimiento poblacional:
La reunión de individuos en el agregado psicológico “multitud”, mo-difica intensamente la personalidad individual, inferiorizando, por lo general, la inteligencia y la moralidad de los componentes.
En estas palabras de Ingenieros podemos observar como el discurso sociológico y el discurso psiquiátrico se refieren mutuamente. En el entrecruzamiento de los campos sociológico y psicopatológico se define el espacio de irrupción de las formaciones sociales mórbidas que amenazan la estabilidad del sistema programado. La multitud aparece como objeto enajenante que debe ser segregado porque pone en peligro la existencia e integridad del universo social. Y agrega: “La sociedad, obrando como si fuera un organismo colectivo, tiende a eliminar todos los elementos que considera perjudiciales a su vitalidad y evolución.”
Es así como el interés y preocupación por la locura surge de la in-quietud por el orden social, según sus palabras: “... debe entenderse por ‘locura’ una anormalidad psíquica tal que hace al individuo inadaptado para vivir en su medio social”. La definición misma del alienado se piensa a partir de un concepto de enfermedad mental que le impide ocupar un lugar funcional en el medio social. En el discurso de Ingenieros, el proyecto de una nación moderna constituye la normalidad del sistema, amenazada por la patología de la marginalidad: delito y locura.
Con Canguilhem, entendemos que la salud implica un poder norma-tivo que instala un determinado orden en el que está contemplado lo patológico. En consecuencia, aquello que puede ser significado en la categoría de lo patológico, no está excluido en un sentido absoluto de un cierto sistema normativo, sino que está connotado negativamente pero su conversión es posible. Tal es el caso de la locura al ser categorizada como enfermedad mental. Una vez clasificada y ubicada en el lugar que le corresponde dentro del cuerpo disciplinar de la psiquiatría, se entenderá como una patología que deberá ser tratada para su normalización.
A partir de las notas que hemos ido recogiendo de las lecturas reali-zadas sobre textos de Canguilhem y Foucault, se desprende que si lo patológico implica otras normas, y la locura es una patología mental, esto supone que el ámbito de la alienación mental es el ámbito de otras nor-mas extrañas a las establecidas. En consecuencia sabemos que esas normas otras son ajenas a un ordenamiento social que se construye a partir de la lógica de la producción económica capitalista, y ajenas tam-bién, por extensión, a los otros tres sistemas de exclusión señalados por Foucault: el discurso, la familia y la actividad lúdica.
Para concluir, corramos el riesgo de tomar en cuenta la siguiente ci-ta de Canguilhem: “Si lo que es normal aquí puede ser patológico allá, es tentador concluir que no hay frontera entre lo normal y lo patológico.” . Si las fronteras entre lo normal y lo patológico se desdibujan, es tentador también imaginar que existen otros ordenes posibles y que desde el proyecto y la construcción de una sociedad pluralista se puedan desdibu-jar las actuales construcciones sociales que actúan como condición de posibilidad efectiva de una lógica de la exclusión como normatividad imperante.
Bibliografía
Canguilhem, George, El conocimiento de la vida. Barcelona, Ana-grama, 1976.
Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. México, Siglo XXI, 1999.
-------------------------- “La evolución del concepto de ‘individuo pe-ligroso’ en la psiquiatría legal del siglo XIX”. En: Estética, ética y herme-néutica. Obras esenciales Volumen III. Barcelona, Paidós Básica, 1999.
------------------------ “La locura y la sociedad”. Op. Cit.
------------------------ “La incorporación del hospital en la tecnología moderna”. Op. Cit.
Ingenieros, José. Simulación de la locura. Buenos Aires, Ediciones L. J. Rosso.
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