miércoles, 20 de abril de 2011

Notas para un análisis de las categorías de normalidad y patología en el discurso psiquiátrico-político



Notas para un análisis de las categorías de normalidad y patología en el discurso
psiquiátrico-político


Alejandra Gabriele




Notas para un análisis de las categorías
de normalidad y patología en el
discurso psiquiátrico-político


“Una oveja de manso carácter preguntó a un carnero de buen juicio:
-¿Qué es ser loco?
El carnero, después de haber significado hasta tres veces
consecutivas su grave preocupación frontal, por medio
de tres movimientos pendulares de la cabeza, respondió:
-Loco es todo aquel que no es carnero.”

Leopoldo Lugones


Estas notas son el boceto de una reflexión que se inicia al pregun-tarnos por la frontera que distinguiría entre normalidad y patología en la producción del discurso científico de las ciencias naturales y sociales y en las cuestiones que giran en torno a las implicancias sociales de estas categorías. Dichas reflexiones tienen lugar en el marco de un trabajo de investigación sobre el discurso psiquiátrico, político y ético acerca la locura en la Argentina de la primera mitad del siglo XX.

Si entendemos la historia de la ciencia como un sistema abierto, en continuo movimiento, en el que se ordenan y desordenan una pluralidad de normas de acuerdo a las configuraciones históricas de cada época, cabe que nos preguntemos, desde nuestro contexto histórico, por la significación que tienen para el campo psiquiátrico y político las categorías de normalidad y patología.
El universo discursivo en el que se produce una teoría científica acerca de la locura, supone un discurso inserto en una totalidad social que determina su peculiaridad y en el que se expresan las contradicciones y la conflictividad que son propias de la realidad social, así como la coexisten-cia de diversos discursos. Esta es la razón que nos permite hablar del cruce de categorías científicas, socio-políticas y éticas provenientes de diferentes campos teóricos (medicina, psiquiatría, política, ética) cuando tratamos el tema de la locura
En este universo, los discursos referidos de los diferentes campos teóricos se organizan de una manera determinada. En el caso del discurso acerca de lo normal y lo patológico, tratamos de observar de qué modo se lleva a cabo, entre el discurso médico-psiquiátrico y el discurso ético-político la asimilación del discurso otro, si se lo elude o se lo excluye. En términos foucaultianos, se trata de los modos en que se ejercen los procedimientos de control y delimitación del discurso como sistemas de exclusión.

Quien ha planteado la dicotomía normalidad-patología, desde un análisis crítico de la historia de la ciencia, en el ámbito de las ciencias de la vida y la filosofía es el epistemólogo francés George Canguilhem, que considera que sólo mediante la referencia al entorno o a las condiciones de existencia en las que se dan la buena salud y la enfermedad, puede sostenerse la diferenciación entre ambas. Dice:

 Del mismo modo que en la guerra y en la política no hay una victo-ria definitiva, sino una superioridad o un equilibrio relativos y preca-rios, lo mismo, en el orden de la vida, no hay resultados que radi-calmente desvaloricen otros ensayos haciéndolos parecer faltos de algo.

Esto significa que en el contexto de la vida “el término ‘normal’ no tiene ningún sentido propiamente absoluto o esencial.” , sino relacional. Como en las analogías hechas por Canguilhem entre el mundo de la vida y la dimensión social de la guerra y la política, será el entorno o el contexto el marco en el que se definirá, de modo provisorio, lo entendido como normal, y aquello que quede excluido de este concepto será lo patológico. Así lo patológico aparece como lo otro diferente de lo normal, aquello que no puede ser interpretado como tal. Esta distinción está expresada con claridad en las siguientes palabras de Canguilhem:

... no podemos decir que el concepto “patológico” sea el contrario lógico del concepto de “normal”, porque la vida en el estado patoló-gico no es la ausencia de normas sino la presencia de otras normas. Con el máximo rigor, “patológico” es lo contrario vital de sano y no lo contradictorio lógico de “normal”.

En esta cita ha incorporado un concepto clave: el de norma, que nos permite observar cómo se van dando los cruces categoriales entre distin-tos discursos . Si la norma es entendida como el modelo que se tiene en cuenta al actuar; si es la regla que regula la conducta social, ¿qué modelo de “actuación” o de “actos” representa la locura para quedar fuera de lo considerado “normal”?
Vamos a centrarnos en esta idea de lo patológico como la presencia de otras normas. De esta manera, nuestras inquietudes en torno a la locura entendida como una patología social tienen que ver con preguntar-nos cuáles son las condiciones que hacen que ciertas normas sean consi-deradas como tales mientras que otras no. Y preguntarnos también cuáles son esas otras normas que entran bajo la categorización de enfermedad mental que hacen del individuo enfermo un sujeto excluido de los roles sociales “normales”, y en consecuencia, excluido también de su condición de ciudadano. Para esto conviene que recordemos cómo la locura pasa a conceptualizarse como enfermedad mental y que orden supone este disciplinamiento médico en el orden social.

No siempre, a lo largo de la historia de Occidente, el loco fue un “alienado” en el sentido de aquel que se encuentra en una situación de extrañamiento o alejamiento respecto de las normas de una sociedad. Recordemos con Canguilhem:

La Edad Media no es denominada así por haber dejado coexistir los extremos, es la edad donde uno ve vivir en sociedad los locos con los sanos y los monstruos con los normales. En el siglo XIX, el loco está en el asilo donde le sirve para mostrar la razón, y el monstruo está en el frasco del embriólogo donde le sirve para enseñar la nor-ma.

El contexto histórico que sirvió de marco para el “encierro” de la lo-cura en la categoría de enfermedad mental, fue la explosión demográfica del siglo XVIII. A fines de este siglo, se produce en el mundo occidental una importante transformación en la organización social, política y estatal de las sociedades capitalistas. En esta forma de desarrollo económico y social, aquel que no está inserto en el mundo del trabajo no puede ser tolerado. Este fenómeno social necesitó de un ordenamiento o disciplina-miento del espacio social, convertido en un “cuerpo social” de realidad biológica, que como tal, exigía la intervención de un tipo de saber que se ocupara de sus patologías. Así se generó el campo propicio para el surgi-miento de centros destinados al encierro y la emergencia del saber médico y psiquiátrico.
Aquellos centros que desde la Edad Media se ocupaban de asistir a los pobres al tiempo que separaba y excluía a los individuos peligrosos, con el advenimiento del capitalismo industrial, se transforman en un sistema hospitalario.
La primera gran organización hospitalaria en Europa aparece en el siglo XVII en los hospitales marítimos y militares. Estas instituciones se convirtieron en modelos de organización debido a las reglamentaciones económicas cada vez más estrictas del mercantilismo y al valor del hom-bre que iba en aumento. La capacidad y la formación del individuo empie-zan a cobrar importancia social. La medicalización de los hospitales suponía la introducción de mecanismos disciplinarios que ordenaran y vigilaran el espacio confuso de estas instituciones. Foucault lo explica claramente cuando señala que: “La disciplina es ante todo un análisis del espacio, la colocación de los cuerpos en un espacio individualizado que permita la clasificación y las combinaciones.”
Pero el hospital como instrumento terapéutico destinado a curar al enfermo, data recién de fines del siglo XVIII. Esto se debe a la introduc-ción de la medicina en los hospitales que supone transformaciones respec-to de la percepción y concepción del espacio que son de fundamental importancia para comprender cómo el saber médico instala categorías tales como lo mórbido y lo sano o lo normal y lo patológico para la prácti-ca teórica de diversas disciplinas en una sociedad.
A partir de este momento la medicina moderna deposita en el ojo la fuente de claridad que abre la verdad, se constituye el espacio de la experiencia como espacio de la mirada atenta en el que se observa la superposición del espacio de configuración de la enfermedad y el espacio de localización del mal en el cuerpo en un solo plano, según el modelo de la medicina clasificadora de estructura plana.
A finales del Siglo XVIII y principios del XIX, se produce una trans-formación en la percepción del espacio que se vuelve complejo, tridimen-sional y exige una triangulación sensorial que incluye, a parte de la vista, el tacto y el oído. Conduce a una nueva configuración del saber médico como una gran figura esférica, que en la circulación de su mirada distribu-ye su saber a la experiencia cotidiana.
Se trata de la penetración del espacio médico en el espacio social. De esta manera, la presencia de la mirada médica en el espacio social, construye una red que ejerce una vigilancia constante y establece un marco conceptual modelo para el estudio de la vida de los grupos y las sociedades, de la raza o la “vida psicológica” que se estructura a partir de la oposición entre lo sano y lo mórbido, lo normal y lo patológico.
De esta manera, la transformación sufrida en la práctica médica in-fluye en la configuración de los nuevos hospitales. La disciplina se entien-de a partir de este momento como intervención sobre el medio. Esto en combinación con el poder disciplinario harán que la institución hospitalaria se caracterice por una determinada localización y distribución interna de acuerdo a la seguridad sanitaria, por una transformación del sistema de poder en el que el médico asumirá la responsabilidad de la organización hospitalaria, se organizará un sistema de registro permanente de todo lo que ocurre que junto con los registros del médico constituirán una fuente documental de gran importancia para la formación de nuevos médicos.

En este nuevo orden que ha instalado la introducción del saber mé-dico en los hospitales y que alcanza al medio social, el loco, como fenó-meno que se encuentra excluido de la producción económica (trabajo), de la reproducción de la sociedad (familia), del sistema de producción y circulación de símbolos (discurso) y de la producción lúdica (juegos o fiestas), es sustituido por la figura del enfermo mental. Como bien señala Foucault: “El enfermo mental no es la verdad por fin descubierta del fenómeno de la locura, es su avatar propiamente capitalista en la historia etnológica del loco.” . Sigue siendo el mismo individuo excluido de los cuatro sistemas sociales antes mencionados, pero la categoría de enfermo lo ha convertido en alguien que debe ser curado para introducirse en el circuito del trabajo.
Junto con la aparición del enfermo mental aparece también una figu-ra nueva para la cultura occidental: el psiquiatra. Se trata de una nueva categoría social destinada a la hospitalización psicológica (de la orgánica ya se encargan los médicos tradicionales), como una instancia más en el disciplinamiento de la sociedad. La importancia de la psiquiatría residirá en su funcionamiento como una forma de higiene pública que se ocupará de aquellos individuos peligrosos que amenazan el orden de las nacientes sociedades de tipo industrial. En palabras de Foucault: “La psiquiatría del siglo XIX, por lo menos tanto como una medicina del alma individual, fue una medicina del cuerpo colectivo.”

En Argentina, la explosión demográfica tiene su origen en la impor-tante entrada de inmigrantes europeos (italianos, españoles, polacos) durante los últimos años del siglo XIX. Este es el marco histórico en el que unos de los exponentes del discurso médico psiquiátrico argentino como es José Ingenieros, señala los aspectos nocivos de este crecimiento poblacional:

La reunión de individuos en el agregado psicológico “multitud”, mo-difica intensamente la personalidad individual, inferiorizando, por lo general, la inteligencia y la moralidad de los componentes.

En estas palabras de Ingenieros podemos observar como el discurso sociológico y el discurso psiquiátrico se refieren mutuamente. En el entrecruzamiento de los campos sociológico y psicopatológico se define el espacio de irrupción de las formaciones sociales mórbidas que amenazan la estabilidad del sistema programado. La multitud aparece como objeto enajenante que debe ser segregado porque pone en peligro la existencia e integridad del universo social. Y agrega: “La sociedad, obrando como si fuera un organismo colectivo, tiende a eliminar todos los elementos que considera perjudiciales a su vitalidad y evolución.”

Es así como el interés y preocupación por la locura surge de la in-quietud por el orden social, según sus palabras: “... debe entenderse por ‘locura’ una anormalidad psíquica tal que hace al individuo inadaptado para vivir en su medio social”.  La definición misma del alienado se piensa a partir de un concepto de enfermedad mental que le impide ocupar un lugar funcional en el medio social. En el discurso de Ingenieros, el proyecto de una nación moderna constituye la normalidad del sistema, amenazada por la patología de la marginalidad: delito y locura.

Con Canguilhem, entendemos que la salud implica un poder norma-tivo que instala un determinado orden en el que está contemplado lo patológico. En consecuencia, aquello que puede ser significado en la categoría de lo patológico, no está excluido en un sentido absoluto de un cierto sistema normativo, sino que está connotado negativamente pero su conversión es posible. Tal es el caso de la locura al ser categorizada como enfermedad mental. Una vez clasificada y ubicada en el lugar que le corresponde dentro del cuerpo disciplinar de la psiquiatría, se entenderá como una patología que deberá ser tratada para su normalización.

A partir de las notas que hemos ido recogiendo de las lecturas reali-zadas sobre textos de Canguilhem y Foucault, se desprende que si lo patológico implica otras normas, y la locura es una patología mental, esto supone que el ámbito de la alienación mental es el ámbito de otras nor-mas extrañas a las establecidas. En consecuencia sabemos que esas normas otras son ajenas a un ordenamiento social que se construye a partir de la lógica de la producción económica capitalista, y ajenas tam-bién, por extensión, a los otros tres sistemas de exclusión señalados por Foucault: el discurso, la familia y la actividad lúdica.
Para concluir, corramos el riesgo de tomar en cuenta la siguiente ci-ta de Canguilhem: “Si lo que es normal aquí puede ser patológico allá, es tentador concluir que no hay frontera entre lo normal y lo patológico.” . Si las fronteras entre lo normal y lo patológico se desdibujan, es tentador también imaginar que existen otros ordenes posibles y que desde el proyecto y la construcción de una sociedad pluralista se puedan desdibu-jar las actuales construcciones sociales que actúan como condición de posibilidad efectiva de una lógica de la exclusión como normatividad imperante.




Bibliografía

Canguilhem, George, El conocimiento de la vida. Barcelona, Ana-grama, 1976.
Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. México, Siglo XXI, 1999.
-------------------------- “La evolución del concepto de ‘individuo pe-ligroso’ en la psiquiatría legal del siglo XIX”. En: Estética, ética y herme-néutica. Obras esenciales Volumen III. Barcelona, Paidós Básica, 1999.
------------------------ “La locura y la sociedad”. Op. Cit.
------------------------ “La incorporación del hospital en la tecnología moderna”. Op. Cit.
Ingenieros, José. Simulación de la locura. Buenos Aires, Ediciones L. J. Rosso.

viernes, 15 de abril de 2011

Sigmund Freud. "Sinopsis de las neurosis de transferencia[1915]"

Sigmund Freud. "Sinopsis de las neurosis de transferencia[1915]" (Ariel, 1989) texto no incluido en las Obras Completas.






Fuente: http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/








Preparativos



Después de un examen detallado, intentaremos resumir los caracteres [de las neurosis de transferencia], las delimitaremos respecto de otras [neurosis], expondremos comparativamente sus distintos factores [Momente].

Los factores son: la represión, la contrainvestidura, la formación substitutiva y la formación de síntoma; sus relaciones con la función sexual, la regresión, la predisposición [a la neurosis].

Nos limitaremos a los tres tipos [de neurosis de transferencia]: histeria de angustia, histeria de conversión y neurosis obsesiva.



a) La represión



Tiene lugar en las tres [neurosis de transferencia] en la frontera de los sistemas preconsciente e inconsciente; consiste en una retirada u objeción de la investidura preconsciente y es asegurada por un tipo de contrainvestidura. En la neurosis obsesiva ésta se desplaza, en estadíos más tardíos, al límite entre preconsciente y consciente.

Nos daremos cuenta de que en el grupo siguiente [las neurosis narcisistas] la represión tiene otra tópica; se amplía entonces al concepto de escisión [Spaltung].

El punto de vista tópico no debe sobreestimarse en el sentido de suponer que todo comercio entre ambos sistemas [preconsciente e inconsciente] quedaría interrumpido. Será, por tanto, más esencial todavía [determinar] en qué elementos se introduce esta barrera.

El éxito y la completud mantienen una dependencia mutua en la medida en que el fracaso [de la represión] obliga a ulteriores esfuerzos. El éxito varía en las tres neurosis y en estadíos singulares de las mismas.

El éxito es mínimo en la histeria de angustia, donde se limita a que no se constituya ninguna agencia representante preconsciente (y consciente). Más tarde, [se limita] a que en lugar [de la agencia representante] escandalosa, se haga preconsciente y consciente una [representación] substitutiva. Por último, en la formación de fobia, el éxito alcanza su finalidad con la inhibición del afecto de displacer por medio de una gran renuncia, de un exhaustivo intento de huida. El propósito de la represión es siempre la evitación de un displacer. El destino [Schicksal] de la agencia representante es solamente un signo del proceso. El aparente desdoblamiento, descriptivo en vez de sistemático, del proceso a rechazar en representación y afecto (agencia representante y factor cuantitativo) resulta precisamente del hecho de que la represión consiste en una objeción a la representación-palabra; es decir: resulta del carácter tópico de la represión.

En la neurosis obsesiva, el éxito [de la represión] es de entrada completo, pero no duradero. El proceso está aún menos concluido [que en la histeria de angustia]. A una primera fase exitosa le suceden dos ulteriores, de las cuales la primera (la represión secundaria: formación de la representación obsesiva, lucha contra la representación obsesiva) se conforma, como en la histeria de angustia, con una substitución de la agencia representante; mientras que la [fase] ulterior (la [represión] terciaria) produce renuncias y limitaciones como las que corresponderían a la fobia, pero que, a diferencia de lo que sucede en esta, trabaja con medios lógicos.

En cambio, el éxito de la histeria de conversión es completo desde el principio, aunque se logra al precio de una fuerte formación substitutiva. Este proceso del desarrollo particular de la represión es más completo.





b) Contrainvestidura



En la histeria de angustia, que es un mero intento de huida, [la contrainvestidura] falta al principio; se precipita luego, sobre la representación substitutiva, especialmente en la tercera fase sobre el entorno de la misma, para desde allí estar segura de domeñar el desprendimiento de displacer, como alerta y atención. Representa la componente de la investidura preconsciente, es decir, el esfuerzo que cuesta la neurosis.

En la neurosis obsesiva, donde desde el principio se trata de la defensa de una pulsión ambivalente, la contrainvestidura se encarga de la primera represión exitosa; efectúa luego una formación reactiva gracias a la ambivalencia; da lugar por fin, en una fase terciaria, a la atención. que distingue a la representación obsesiva y se encarga del trabajo lógico. Por lo tanto, las fases segunda y tercera son casi iguales [en la neurosis obsesiva] y en la histeria de angustia. La diferencia [está] en la primera fase, donde la contrainvestidura en la histeria de angustia no logra nada, mientras que en la neurosis obsesiva lo logra todo.

La contrainvestidura simple asegura para la represión la componente correspondiente del preconsciente.

En la histeria [de conversión], el carácter logrado lo hace posible el hecho de que desde el comienzo la contrainvestidura busca una coincidencia con la investidura pulsional y llega a un compromiso con ella; la determinación electiva recae en la agencia representante.



c) Formación substitutiva y formación de síntoma



Corresponden al retorno de lo reprimido, al fracaso de la represión. Por un tiempo hemos de tomarlas por separado; más tarde confluirá [la formación substitutiva] con [la formación de síntoma].

Esta confluencia se da, en su forma más completa, en la histeria de conversión, donde la substitución es igual al síntoma; no hay nada más que separar.

Igualmente, en la histeria de angustia, la formación substitutiva posibilita a lo reprimido el primer retorno.

En la neurosis obsesiva [la formación substitutiva y la formación de síntoma] se separan nítidamente, pues la primera formación substitutiva de lo reprimente es suministrada mediante la contrainvestidura; no se cuenta entre los síntomas. En cambio los posteriores síntomas de la neurosis obsesiva suelen ser de manera preponderante un retorno de lo reprimido, a la vez que la participación en ellos de lo reprimente es menor.

La formación de síntomas, de la cual parte nuestro estudio, coincide siempre con el retorno de lo reprimido y acontece con ayuda de la regresión y de las fijaciones predisponentes. Una ley general dice que la regresión retrocede hasta la fijación y que desde allí se impone en retorno de lo reprimido.





d) La relación con la función sexual



Para ella sigue siendo válido que la moción pulsional reprimida es siempre una moción libidinal y perteneciente a la vida sexual, mientras que la represión parte del yo por distintos motivos, que se pueden resumir en un «no poder» (por fuerza excesiva) o en un «no querer». Esto último remite a una incompatibilidad con los ideales del yo o al temor a otro tipo de daño del yo. El «no poder» también equivale a un daño.

Este hecho fundamental se vuelve opaco por dos factores. En primer lugar, a menudo se da la apariencia de que la represión estaría incitada por el conflicto entre dos estímulos, ambos libidinales. Esto se resuelve por la consideración de que uno de ellos es adecuado al yo; en el conflicto puede reclamar la ayuda de la represión que se origina en el yo. En segundo lugar, se vuelve opaco por ser no sólo tendencias libidinales sino también tendencias yoicas las que se encuentran entre las reprimidas, como es especialmente claro y frecuente cuando la neurosis ha tenido una presencia más duradera y un desarrollo mas avanzado. Esto último sucede de tal manera que la moción libidinal reprimida intenta imponerse mediante el rodeo por una tendencia yoica [Ichstrebung], de la que ha extraído una componente a la cual transfiere energía; luego arrastra consigo a esa [tendencia yoica] a la represión. Esto puede ocurrir en gran escala. Esto no cambia nada de la validez general de aquel enunciado [que la moción reprimida es siempre libidinosa]. Es lógica la exigencia de que hayamos de extraer nuestra comprensión [Einsichten] a partir de los estados iniciales de las neurosis.

En la histeria y en la neurosis obsesiva es evidente que la represión se dirige contra la función sexual en su forma definitiva, en la cual representa la aspiración a la procreación. Una vez más, esto resulta más claro que en ningún otro lugar en la histeria de conversión, porque no tiene complicación alguna; en la neurosis obsesiva, en cambio, hay primero regresión. Sin embargo, no hay que exagerar esta relación y no hay que admitir, llegado el caso, que la represión sólo se haga eficaz en este estadío de la libido. Al contrario, precisamente la neurosis obsesiva demuestra que la represión es un proceso general no libidinalmente dependiente, porque en su caso va dirigida contra el nivel previo. Lo mismo se muestra en el desarrollo: que la represión también es exigida en contra de las mociones perversas. Hemos de preguntarnos por qué aquí la represión tiene éxito, mientras que en otros casos no. Por su naturaleza misma, las tendencias libidinales son muy susceptibles de substitución, [vertretungsfähig] de modo que, en caso de represión de las tendencias normales, se refuerzan las perversas y viceversa. Con la función sexual, la represión no tiene otra relación que la de ser exigida como defensa contra ella, tal como sucede con la regresión y otros destinos de pulsión.

En la histeria de angustia, la relación con la pulsión sexual es menos precisa, por razones que hemos mostrado al tratar de la angustia. Parece que la histeria de angustia incluye aquellos casos en los cuales la exigencia de la pulsión sexual es rechazada como un peligro por ser demasiado grande. No se trata de ninguna condición especial derivada de la organización de la libido.



e) Regresión



[Es] el factor y el destino pulsional más interesante. Si partiésemos sólo de la histeria de angustia, no tendríamos ningún motivo para adivinarla. Se podría decir que aquí no entra en consideración, tal vez porque toda posterior histeria de angustia regresa tan claramente a una histeria de angustia infantil (la ejemplar disposición a la neurosis) y porque esta última aparece tan tempranamente en la vida. En cambio, las otras dos [neurosis de transferencia] son ejemplos perfectos de regresión, aunque ésta desempeña en cada una de ellas un papel distinto en la estructura de la neurosis.

En la histeria de conversión se trata de una fuerte regresión del yo, de un retorno a la fase en la que no hay división entre preconsciente e inconsciente, es decir, no hay lenguaje ni censura. La regresión sirve, sin embargo, para la formación de síntomas y para el retorno de lo reprimido. La moción pulsional, no aceptada por el yo actual, recurre a otro anterior, desde el cual encuentra una descarga, pero ciertamente de otro modo.

Ya hemos hecho mención de que en ello se da virtualmente una especie de regresión de la libido.

En la neurosis obsesiva sucede algo distinto. La regresión es una regresión de libido, no sirve al retorno [de lo reprimido] sino a la represión. Se hace posible por una fuerte fijación constitucional o una formación [Ausbildung] incompleta. En efecto, aquí el primer paso de la defensa le corresponde a la regresión; se trata mas de regresión que de inhibición del desarrollo; sólo entonces la organización regresiva y libidinal sufre una típica represión, que, no obstante, permanece sin éxito. Una parte de la regresión del yo se impone al yo desde la libido, o se da en el desarrollo incompleto del yo que aquí está en conexión con la fase libidinal (Separación de las ambivalencias.)





f) [Predisposición a la neurosis]



Detrás de la regresión se ocultan los problemas de la fijación y de la predisposición. Se puede decir, en general, que la regresión remite al pasado hasta un lugar de fijación bien en el desarrollo del yo, bien en el desarrollo de la libido; ese lugar representa la predisposición. Es éste,.por tanto, el factor [Moment] más determinante, aquel que proporciona la decisión en la elección de la neurosis. Merece, pues, la pena que nos detengamos en él.

La fijación se produce por el hecho de que una fase del desarrollo estaba demasiado marcada, o que tal vez duró demasiado tiempo como para hacer la transición sin resto a la siguiente. Es mejor no exigir una idea más clara acerca de cuáles sean las modificaciones en las que se conserva la fijación; aunque sí podernos decir algo acerca de su origen. Existen las mismas posibilidades de que esta fijación sea meramente congénita como de que se haya producido por impresiones tempranas, como de que, finalmente, ambos factores cooperen. Tanto más cuanto que se puede sostener que ambos factores son en el fondo ubicuos, ya que, por un lado, todas las disposiciones están constitucionalmente presentes en el niño y, por otro lado, las impresiones eficaces se dan para muchos niños de la misma manera. Se trata, pues, del más o del menos, y de una coincidencia eficaz. Puesto que nadie está inclinado a negar los factores constitucionales, es tarea del psicoanálisis sostener enérgicamente también la parte legítima de las adquisiciones de la temprana infancia.

Por cierto, que se reconoce más claramente en la neurosis obsesiva el momento constitucional que en la histeria de conversión el accidental, esto hay que admitirlo. La distribución en detalle es aún dudosa.

Allí donde el factor constitucional de la fijación entra en consideración, no por ello queda descartada la adquisición; ésta solamente retrocede a una prehistoria aún más temprana, ya que con todo derecho se puede decir que las disposiciones heredadas son restos de la adquisición de los antepasados. Con ello tocamos el problema de la disposición filogenética detrás de la individual o la ontogenética; no podemos ver contradicción alguna en que el individuo añada a su disposición heredada sobre la base de vivencias anteriores [a él], nuevas disposiciones a partir de sus propias vivencias. ¿Por qué el proceso que crea una disposición sobre la base de vivencias debería extinguirse precisamente en el individuo cuya neurosis estamos investigando? O bien, ¿crearía este individuo una disposición para sus descendientes sin poderla adquirir para sí? Más bien parece tratarse de una complementación necesaria.

Aún no podemos valorar hasta qué punto la disposición filogenética puede contribuir a la comprensión de la neurosis. Para ello se requeriría también que la consideración fuese más allá del estrecho ámbito de las neurosis de transferencia. En todo caso, el más importante de los caracteres distintivos de las neurosis de transferencia no ha podido ser tomado en consideración en esta sinopsis porque, al ser común a todas ellas, no llama la atención y sólo lo haría por contraste al considerar también las neurosis narcisísticas. En esta ampliación del horizonte la relación entre el yo y el objeto se pondría en primer plano, y el distintivo común resultaría ser el aferrarse al objeto. Aquí están permitidos algunos preparativos.

Espero que el lector, que hasta aquí ha notado en lo aburrido de muchos párrafos hasta qué punto todo se construye sobre una cuidada y trabajosa observación, será paciente si también alguna vez la crítica retrocede ante la fantasía, y si exponemos cosas no confirmadas sólo porque son estimulantes y abren puntos de vista más amplios [Blick in die Ferne].

Es legítimo suponer, además, que también las neurosis deben dar fe de la historia evolutiva anímica del ser humano. Ahora bien, en el ensayo ["Formulaciones] sobre los dos principios [del acaecer psíquico» (1911b)] creo haber demostrado que a las tendencias sexuales del ser humano les podemos atribuir otro desarrollo que a las tendencias yoicas. La razón es esencialmente que las primeras pueden, durante un cierto tiempo, satisfacerse autoeróticamente, mientras que las tendencias yoicas, desde el principio necesitan un objeto y por tanto la realidad.

Cuál sea el desarrollo de la vida sexual humana, es algo que a grandes rasgos creemos haber aprendido (Tres ensayos de teoría sexual [1905d]). El del yo humano, esto es, el de las funciones autoconservadoras y de las formaciones derivadas de ellas, es más difícil de hacer transparente. Sólo conozco el único intento de Ferenczi, quien aprovecha las experiencias psicoanalíticas con este fin. Nuestra tarea sería evidentemente mucho más fácil si, a la hora de comprender las neurosis, la historia evolutiva del yo nos fuese dada desde alguna otra fuente, en lugar de tener que proceder ahora en dirección inversa. En este punto llegamos a tener la impresión de que la historia evolutiva de la libido repite un fragmento mucho más antiguo del desarrollo [filogenético] que el desarrollo del yo; acaso la primera repite las condiciones de la clase de los vertebrados, mientras que el segundo dependería de la historia de la especie humana. Ahora bien, existe una serie [Reihe] con la que se pueden relacionar diversas ideas que van muy lejos. Esta serie se produce cuando ordenamos las neurosis psíquicas (no solamente las neurosis de transferencia) según el momento en que suelen aparecer en la vida individual. Entonces, la histeria de angustia, que casi no tiene condiciones previas, es la más temprana; a ella le sigue la histeria de conversión (desde aproximadamente el cuarto año); aun algo más tarde, en la prepubertad (9-10 años), se presenta en los niños la neurosis obsesiva. Las neurosis narcisistas están ausentes en la infancia. Entre ellas, la demencia precoz en su forma clásica es una enfermedad de los años de pubertad, la paranoia es más cercana a los años de madurez, y la melancolía-manía también al mismo lapso, aunque aparte de esto es indeterminable.

La serie es por tanto: histeria de angustia - histeria de conversión -neurosis obsesiva - demencia precoz - paranoia - melancolía-manía.

Las disposiciones de fijación de estas afecciones también parecen constituir una serie, pero de sentido inverso, especialmente cuando consideramos las disposiciones libidinales. Resultaría, por tanto, que cuanto más tarde se presenta la neurosis, tanto más temprana es la fase libidinal a la que debe regresar. Esto vale sin embargo, sólo a grandes rasgos.

Indudablemente la histeria de conversión se dirige contra el primado de los genitales, la neurosis obsesiva contra la fase previa sádica, el conjunto de las tres neurosis de transferencia contra el desarrollo libidinal realizado. Las neurosis narcisistas en cambio se remontan a fases anteriores al encuentro de objetos; la demencia precoz regresa hasta el autoerotismo, la paranoia hasta la elección narcisista y homosexual de objeto y en la melancolía subyace la identificación narcisista con el objeto. Las diferencias se hallan en el hecho de que la demencia indudablemente se presenta más tempranamente que la paranoia, aunque su disposición libidinal se remonte más atrás, y en el hecho de que la melancolía-manía no permite una localización segura en la sucesión temporal. Así, no se puede sostener que la serie temporal de las psiconeurosis, de cuya existencia no cabe dudar, sólo esté determinada por el desarrollo de la libido. En la medida en que esto sea cierto, se subrayaría más bien la relación inversa entre ellos. También es un hecho conocido que con el avance de la edad, la histeria o la neurosis obsesiva pueden convertirse en demencia, pero que nunca sucede lo contrario.

Ahora bien, podemos construir otra, serie, filogenética, que realmente es paralela a la sucesión temporal de las neurosis. Sólo que para ello es preciso empezar desde muy lejos y tolerar algún que otro elemento hipotético intermedio.

El doctor Wittels fue el primero en formular la idea de que la existencia del animal humano primitivo habría transcurrido en un medio inmensamente rico, satisfactorio para todas las necesidades [Bedürfnisse] y cuya resonancia hemos conservado en el mito del paraíso original. En ese medio podría haber superado la periodicidad de la libido que aún es propia de los mamíferos. Ferenczi, en el trabajo que ya hemos citado, muy rico en reflexiones, expresó luego la idea de que el posterior desarrollo de ese ser humano primitivo se produjo bajo la influencia de los destinos geológicos de la tierra y que de manera especial las necesidades vitales [Not] de las épocas glaciales le trajo el estímulo para su desarrollo cultural. Pues generalmente se admite que en la época glacial la especie humana ya existía y que sufrió su influencia.

Si tomamos la idea de Ferenczi, se nos ofrece la tentación de reconocer en las distintas predisposiciones -a la histeria de angustia, a la histeria de conversión y a la neurosis obsesiva- regresiones a fases que antiguamente hubo de sufrir toda la especie humana, desde el principio hasta el final de la época glacial; de este modo, los seres humanos eran entonces tal como hoy lo es, por sus disposiciones congénitas y por una adquisición nueva, solamente una parte de la humanidad. Naturalmente, las imágenes no pueden coincidir del todo, porque la neurosis contiene más de lo que comporta la regresión. La neurosis es también una expresión de la resistencia contra esta regresión; es un compromiso entre lo arcaico antiguo y la exigencia de lo culturalmente nuevo. Esta diferencia tendrá que ser especialmente marcada en la neurosis obsesiva, que está, como ninguna otra, bajo el signo de la contradicción interna. Pero la neurosis debe, en la medida en que lo reprimido ha vencido en ella, volver a traer la imagen arcaica.





1) Lo primero que podríamos dar por sentado sería que la humanidad, bajo la influencia de las privaciones que la irrupción de la época glacial le impuso, se volvió en general angustiada [ängstlich]. El mundo exterior, que hasta entonces había sido predominantemente amable y que habría ofrecido todas las satisfacciones, se convirtió en una acumulación de peligros amenazantes. Se daban así todos los motivos para la angustia real [Realangst] ante todo lo nuevo. La libido sexual no perdió ciertamente sus objetos en un principio, puesto que son humanos, pero se puede pensar que, amenazado en su existencia, el yo se distanció hasta cierto punto de la investidura objetual, conservó la libido en el yo, y transformó así en angustia real lo que anteriormente había sido libido objetal. Ahora bien, en la angustia infantil vemos todavía que el niño, en caso de insatisfacción, transforma la libido objetal en angustia real ante lo extraño, pero también que generalmente tiende a sentir angustia ante todo lo nuevo. Hemos tenido una larga discusión acerca de si la angustia real o la angustia de añoranza [Sehnsuchtangst] es lo más primario, si el niño transforma su libido en angustia real porque la considera demasiado grande y peligrosa, para llegar así en general a la representación del peligro, o si no es que cede más bien a una capacidad general de angustia [allgemeinen Ängstlichkeit] con la cual aprende también a temer a su libido insatisfecha. Nos inclinaríamos más a suponer lo primero, a anteponer la angustia de añoranza; pero para ello echamos en falta una predisposición especial. Teníamos que explicarlo como una tendencia infantil. general. La consideración filogenética parece mediar ahora en la disputa en favor de la angustia real y nos hace suponer que una parte de los niños traen consigo la capacidad de angustia del comienzo de las eras glaciales, y que merced a ellas son inducidos ahora a tratar la libido insatisfecha, como un peligro externo. El relativo exceso de libido tendría su origen, sin embargo, en la misma disposición y haría posible una nueva adquisición de la capacidad de angustia ya existente. De cualquier modo, la discusión acerca de la histeria de angustia daría un resultado favorable a la preponderancia de la predisposición filogenética sobre todos los demás factores.

2) Con el avance de los tiempos duros y por la amenaza contra su existencia, para los hombres primitivos tenía que producirse un conflicto entre la autoconservación y el deseo [Lust] de procreación, tal y como se suele expresar en la mayoría de los casos típicos de histeria. No habría suficiente alimento para permitir una proliferación de las hordas humanas, y las fuerzas individuales no bastaban para mantener con vida a tantos desamparados. La matanza de los recién nacidos halló seguramente una resistencia en el amor, especialmente el de las madres narcisistas. La restricción de la procreación llegó a ser, por tanto, un deber social. Las satisfacciones perversas, que no llevan al engendramiento de hijos, escaparon a esta prohibición, con lo que se promovió una cierta regresión a la fase libidinal anterior a la primacía de los genitales. Las limitaciones, la abstinencia, tenían que afectar más duramente a la mujer que al hombre, más despreocupado por las consecuencias de la práctica sexual. Toda esta situación corresponde manifiestamente a las condiciones de la histeria de conversión. De la sintomatología de la misma concluimos que el ser humano aún carecía de lenguaje cuando, por la necesidad vital [Not] no dominada, se impuso la prohibición de la procreación, esto es, cuando aún no se había tampoco construido el sistema preconsciente sobre su inconsciente. A la histeria de conversión regresa, por tanto, aquel que, teniendo predisposición a ella, especialmente la mujer, se halla bajo la influencia de prohibiciones que pretenden excluir la función genital, a la vez que impresiones tempranas fuertemente excitantes impulsan [drängen] hacia la actividad genital.

3) La evolución ulterior es fácil de construir. Concernía especialmente al hombre. Después de aprender a economizar la libido y después de rebajar la actividad sexual por regresión a una fase anterior, el uso de la inteligencia ganaba para él un papel principal. Aprendió a investigar, a comprender algo el mundo hostil y a asegurarse por medio de inventos un primer dominio sobre el mundo. Se desenvolvió bajo el signo de la energía, desarrolló los comienzos del lenguaje y hubo de dar a las nuevas adquisiciones una gran importancia. El lenguaje era magia para él, sus pensamientos le parecían omnipotentes, comprendía el mundo de acuerdo con su yo. Ésta es la época de la visión del mundo animista con su técnica mágica. Como compensación a su capacidad para procurar a otros tantos desamparados la seguridad de la vida, se arrogó una ilimitada dominación sobre ellos; representó en su persona los dos primeros postulados: que él mismo era invulnerable y que no se le podía disputar la libre disposición sobre las mujeres. Hacia el final de este período, el género humano estaba escindido en distintas hordas que un hombre fuerte, sabio y brutal dominaba como padre. Es posible que la naturaleza egoísta, celosa e irrespetuosa que, de acuerdo con consideraciones etnopsicológicas, atribuimos al padre primitivo de la horda humana, no hubiese existido desde el principio, sino que se hubiese formado en el transcurso de las graves épocas glaciales como resultado de la adaptación a la necesidad.

Pues bien, los caracteres de esta fase de la humanidad los repite ahora la neurosis obsesiva; una parte de ellos de una manera negativa, ya que las formaciones reactivas [de la] neurosis corresponden también en parte a la resistencia contra este retorno. La sobrevaloración del pensamiento, la enorme energía que retorna en la obsesión [Zwang], la omnipotencia de los pensamientos, la tendencia a leyes inquebrantables son rasgos inalterados. Pero en contra de los impulsos brutales que quieren sustituir la vida amorosa, se alza la resistencia de posteriores desarrollos, la cual, desde el conflicto libidinal, finalmente paraliza la energía vital del individuo y sólo deja subsistir, como obsesión [Zwang], los impulsos desplazados a asuntos irrelevantes. Así, este tipo humano, el más valioso para el desarrollo cultural, se extingue por las exigencias de la vida amorosa en su retorno, como el grandioso tipo del padre primitivo mismo que, aunque posteriormente retornó como divinidad, en la realidad se ha extinguido por las condiciones familiares que él mismo se creó.

4) Hasta aquí llegaríamos en el cumplimiento de un programa previsto por Ferenczi, consistente en «poner en consecuencia los tipos regresivos neuróticos con las etapas de la historia de la especie humana», tal vez sin desencaminarnos por especulaciones demasiado atrevidas. Para las manifestaciones de las neurosis narcisísticas, ulteriores y más tardías, nos faltaría, sin embargo, toda conexión si no viniera en nuestra ayuda la suposición de que la disposición a ellas sería adquirida por una segunda generación, cuyo desarrollo conduce a una nueva fase de la cultura humana.

Esta segunda generación se inicia con los hijos a los cuales el padre primitivo no deja libertad. Hemos establecido en otro lugar (Tótem y tabú [1912-1913)] que éste los expulsa cuando han alcanzado la etapa de la pubertad. Las experiencias psicoanalíticas nos advierten, no obstante, que hay que poner una solución distinta y más cruel en su lugar, concretamente que los priva de su virilidad, de modo que luego pueden permanecer en la horda como peones inofensivos. El efecto de la castración en aquel tiempo arcaico lo podemos imaginar, sin duda, como una extinción de la libido y una detención del desarrollo individual. La demencia precoz, especialmente como hebefrenia, parece repetir un estado así, ella que conduce al abandono de todo objeto de amor, a la involución de todas las sublimaciones y a la regresión al autoerotismo. El joven individuo se comporta como si hubiese sufrido la castración; incluso auto castraciones reales no son raras en esta afección. Por lo demás, las características más notables de la enfermedad, como las alteraciones del lenguaje y las crisis alucinatorias, no se pueden incluir en este cuadro filogenético, porque corresponden a los intentos de curación, a los múltiples esfuerzos para recuperar el objeto; estas características, en el cuadro de la enfermedad, son casi más llamativas temporalmente que los fenómenos de involución.

Con la suposición de que los hijos han sufrido un trato así se relaciona una cuestión a la que de paso hay que responder: ¿De dónde les viene a los padres primitivos la sucesión y su sustitución, si se deshacen de esta manera de sus hijos? Atkinson [1903] ya señaló el camino al subrayar que sólo los hijos mayores tenían que temer la plena persecución del padre, y que en cambio el menor -pensándolo esquemáticamente- gracias a los ruegos de la madre, pero sobre todo a consecuencia del envejecimiento del padre y de su necesidad de asistencia, tenía la perspectiva de escapar a ese destino y convertirse en sucesor del padre. Esta preferencia por el más joven fue eliminada radicalmente en la siguiente formación social y substituida por el privilegio del hijo mayor. Sin embargo, en el mito y en la leyenda, esa preferencia se ha conservado de manera muy reconocible.

5) La siguiente transformación sólo podía consistir en que los hijos amenazados se sustrajeran a la castración mediante la huida y que aprendieran, aliándose entre ellos, a asumir la lucha por la vida. Esta convivencia tenía que producir los sentimientos sociales y podía estar basada en la insatisfacción sexual homosexual. Es muy posible que en la transmisión hereditaria del estado de esta fase se pueda ver la disposición hereditaria a la homosexualidad tan largamente buscada. Surgidos aquí de la homosexualidad, por sublimación, los sentimientos sociales se tornaron empero una adquisición duradera de la humanidad y la base de toda sociedad posterior. Visiblemente, la paranoia reproduce el estado de esta fase; más correctamente, la paranoia se defiende contra el retorno de esta misma fase, en la cual no faltan las alianzas secretas y donde el perseguidor desempeña un papel imponente. La paranoia trata de rechazar la homosexualidad que había estado en la base de la organización fraterna y debe por esto expulsar al afectado de la comunidad y destruir sus sublimaciones sociales.

6) La integración de la melancolía-manía en este contexto parece topar con la dificultad de que no se puede indicar con seguridad un tiempo normal para la aparición individual de esta dolencia neurótica. Sin embargo, es seguro que pertenece antes a la edad de la madurez que a la infancia. Si nos fijamos en la característica alternancia entre depresión y euforia, es difícil no recordar la tan parecida sucesión de triunfo y duelo que constituye una componente regular de las festividades religiosas: duelo por la muerte del dios, triunfal alegría por su resurrección. Esta ceremonia religiosa, sin embargo -tal como lo hemos colegido de las indicaciones de la etnopsicología-, sólo en dirección inversa repite el comportamiento del clan fraterno después de haber vencido y matado al padre primitivo: triunfo por su muerte y luego duelo por ella, porque, no obstante, todos lo habían venerado como modelo. Así, este gran acontecimiento de la historia de la humanidad, que puso fin a la horda primitiva y que la substituyó por la organización triunfante de los hermanos, daría la predisposición para la peculiar sucesión de estados de ánimo que reconocemos como especial afección narcisística, junto con las parafrenias. El duelo por el padre primitivo surge de la identificación con él, y ya hemos demostrado que esta identificación es la condición del mecanismo melancólico.

Resumiendo, podemos decir: las predisposiciones para las tres neurosis de transferencia fueron adquiridas en la lucha por remediar la necesidad vital de las eras glaciales; después de eso, las fijaciones que subyacen a las neurosis narcisistas se derivan de la presión ejercida por el padre, quien tras el final de la era glacial asume y sigue desempeñando por así decirlo el papel de aquella necesidad frente a la segunda generación. Tal como la primera lucha lleva al nivel cultural patriarcal, la segunda lleva al social, pero de ambas luchas resultan las fijaciones que en su retorno tras de milenios se convierten en la predisposición de los dos grupos de neurosis. También, en este sentido, la neurosis es pues una adquisición cultural.

La cuestión de si el paralelismo aquí esbozado es algo más que una comparación lúdica, o en qué medida puede iluminar los enigmas aún no resueltos de la neurosis, es algo que puede dejarse como tarea oportuna para ulteriores análisis y para la clarificación mediante nuevas experiencias.

Ahora ha llegado el momento de pensar [en una] serie de objeciones que nos advierten que no debemos sobreestimar las deducciones que hemos alcanzado a elaborar.

De entrada, a cualquiera se le impondrá que la segunda serie de predisposiciones, la de la segunda generación, sólo la pudieron adquirir los hombres (en cuanto hijos), mientras que la demencia precoz, la paranoia y la melancolía las producen igualmente las mujeres. Las mujeres en los tiempos arcaicos vivían bajo condiciones aún más distintas que hoy. Además, estas disposiciones comportan una dificultad de la cual las de [la] primera serie están libres: parecen haber sido adquiridas bajo unas condiciones que excluyen la herencia. Es evidente que los hijos castrados e intimidados no llegan a la reproducción, o sea, que no pueden dar continuidad a su disposición (demencia precoz). Pero el estado psíquico de los hijos expulsados y unidos en la homosexualidad tampoco puede influir en la generación siguiente, puesto que se extinguen como ramas laterales infértiles de la familia mientras aún no han triunfado sobre el padre. Mas si lo logran, ese triunfo es entonces la vivencia de una sola generación, por lo cual debe desestimarse la necesaria reproducción ilimitada de esta vivencia.

Como puede pensarse, no hay que ser tímido, en áreas tan oscuras, a la hora de hallar respuestas. Pues esta dificultad coincide en el fondo con otra planteada anteriormente: ¿cómo se reprodujo el padre brutal de la era glacial, puesto que no era inmortal como su copia divina? De nuevo se ofrece como solución el hijo menor que más tarde se vuelve padre y que, si bien él mismo no está castrado, conoce, sin embargo, el destino de sus hermanos mayores y lo teme para sí; ese hijo menor habrá tenido probablemente la tentación, como los más afortunados entre ellos, de huir y de renunciar a la mujer. Así quedaría siempre, junto a los hombres excluidos como infértiles, una cadena de otros hombres que experimentan en su persona los destinos del género masculino y que como disposiciones los pueden transmitir por herencia. El punto de vista esencial se mantiene: para el hijo menor la necesidad vital de los tiempos la reemplaza la presión del padre. El triunfo sobre el padre tiene que haber sido planeado y fantaseado a través de incontables generaciones antes de lograr realizarlo.

La extensión a la mujer de las disposiciones producidas por la presión del padre parece presentar dificultades todavía mayores. Los destinos de la mujer en esos tiempos arcaicos se nos ocultan en una especial oscuridad. Así podrían entrar en consideración condiciones de vida que no hemos reconocido. La más grave dificultad nos la resuelve, sin embargo, la observación de que no debemos olvidar la bisexualidad del ser humano. Así puede la mujer adoptar las disposiciones adquiridas por el hombre y hacerlas aparecer ella en sí misma.

Tengamos claro, no obstante, que con estas soluciones, en el fondo, no hemos logrado otra cosa que sustraer nuestras fantasías científicas al reproche de que sean absurdas. En conjunto conservan su valor como sanas desilusiones, si es que tal vez hemos estado en vías de situar las disposiciones filogenéticas por encima de todo lo demás. Si las constituciones arcaicas retornan en los individuos nuevos y los empujan a la neurosis por medio del conflicto con las exigencias del presente, ello no sucede en una proporción que pueda fijarse como ley.

Queda espacio para adquisiciones nuevas y para influencias que no conocemos. En conjunto no estamos al final, sino al principio de una comprensión del factor filogenético.

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Este texto es el borrador del duodécimo trabajo sobre metapsicología de 1915.

Traducción al español de Angela Ackermann y Antoni Vicens, publicado por la Editorial Ariel de Barcelona en 1989, no está incluido en ninguna de las ediciones de las Obras Completas.

PP.